Sin brillo, pero con las dosis precisas de contundencia, el Athletic se deshizo del Cayón en la segunda ronda de la Copa. No hubo ningún imprevisto, sencillamente ganó quien podía y tenía que hacerlo. El encuentro incluyó distintas fases, no siempre discurrió al gusto de los rojiblancos; sin embargo, el signo del mismo nunca estuvo en cuestión. La ventaja de dos goles antes de la media hora fue determinante y pese a que luego faltó constancia y acierto, dando ello pie a que el Cayón se creciese, la salida a escena de varios de los fijos trajo un tercer tanto que cercenó el amor propio de los jugadores locales.
Al contrario que en la visita al Rubí, en esta oportunidad cabe afirmar que el pulso tuvo un desarrollo más ajustado al desequilibrio de fuerzas. El Athletic despachó el asunto agarrado a la inercia. Salió a tope y terminó parecido. En medio se asistió a una pelea un tanto estéril, un ida y vuelta exento de profundidad que impulsó a Ernesto Valverde a poner en liza a cuatro de sus hombres más importantes. No es que viese peligrar el resultado, pero la imagen de los rojiblancos no estaba siendo de su agrado e imprimió un giro a los acontecimientos.
El Athletic presentó en El Sardinero una fisonomía acorde con lo que la ocasión reclamaba. Se trataba en primer lugar de liberar a los jugadores asiduos en los encuentros de liga de un compromiso que se presumía de lo más asequible porque deberán volver a actuar el domingo en la visita al Granada. Luego, el técnico ordenó al resto en el campo de una manera que resultase coherente. La idea era que la alineación fuese reconocible y lógica, en el sentido de que cada uno de los elegidos estuviera cómodo en el aspecto táctico para desarrollar la función encomendada.
No obstante, Valverde se vio abocado a mover a algunas de las piezas de sus demarcaciones naturales a fin de que todo pudiese encajar. Así ocurrió con Yuri, que se estrenó como central, lo cual permitió que Imanol fuese titular en el costado izquierdo de la defensa. Ambos necesitaban minutos, no era ningún secreto, pero al igual que la mayoría de los empleados, por no decir que la totalidad de los mismos. Prados, pese a ser medio, volvió a hacer tareas de lateral en la derecha, como en la ronda previa y en alguna otra oportunidad este año. Unai fue el centrocampista más retrasado y sus colaboradores más próximos, en calidad de interiores, fueron Muniain y Raúl García. Este retrasó su posición para que Villalibre ocupase su sitio en el esquema.
Pequeños detalles que en absoluto incidieron en un guion de partido que estaba cantado. El abrumador dominio del Athletic fue una realidad desde el pitido inicial. Saltaba a la vista que la consigna estribaba en decantar el marcador cuanto antes, la mejor fórmula para gestionar compromisos de esta clase, cortados por el patrón de la abismal distancia de potencial de los contendientes. Antes de los cinco minutos, ya se contabilizaron tres intentos en el área cántabra, el tercero que exigió dos grandes intervenciones de Galnares, que de nuevo se luciría más adelante.
La verdad es que costó descolocar al bloque local, apelotonado en torno a su área ante el empuje del Athletic. De hecho, se sucedieron varios remates insulsos hasta que Villalibre deshizo el 0-0. Resolvió con una volea a bocajarro un doble rechace en el área chica provocado por un centro de Berenguer. Y poco después, repitió Villalibre, engañando por completo a Galnares en el lanzamiento del penalti que sancionó el árbitro por una mano de Mier que no existió. La ausencia de VAR penalizó pues al Cayón.
Resuelta la parte más compleja de la cita, el Athletic bajó el ritmo, dando lugar a una fase sin gracia, apenas interrumpida cerca del intermedio por un cabezazo picado de Villalibre que el portero sacó de forma increíble, para seguido repeler el chut de Nolaskoain. El cambio de actitud de los rojiblancos se puede interpretar como una reacción instintiva y hasta cierto punto entendible. Es normal que un grupo que apenas compite sufra altibajos y extravíe el orden y la eficiencia según pasan los minutos. Ocurrió ayer, pero sin que pasase a mayores.
Claro que, por mucho que el oponente carezca de argumentos para discutir el desenlace, es inevitable que si no le aprietan se venga arriba. Remitido el temporal, el Cayón comprobó que era posible avanzar líneas, se animó y fue adquiriendo cierta confianza. Consecuencia de ello, en la acción que abrió la reanudación: con una veloz salida del marco, Agirrezabala abortó el gol de Cagigas, que había recibido entre dos defensas. El sobresalto no tuvo continuidad, aunque el Athletic consumió demasiados minutos pendiente del rival, reculando más de la cuenta y viendo cómo el balón rondaba su área como ni cabía imaginar un rato antes.
A Valverde no le convenció el panorama. Su equipo había dejado de controlar el juego y perdido su capacidad de intimidación. Refrescó la media con Galarreta y el debutante Jauregizar y en el siguiente cuarto de hora introdujo tres relevos con un significado obvio: ahogar al rival y poner la rúbrica. Esta corrió a cargo de Nico Williams, que calcó la jugada con la que batió al portero del Rayo días antes.