El Athletic eludió la derrota en el penúltimo minuto de los ocho de añadido que concedió el árbitro y dejó con un palmo de narices a un Valencia que le planteó numerosas dificultades. Fue un encuentro salpicado de múltiples acciones en las áreas, con dos porteros que brillaron con luz propia y supieron compensar las deficiencias de ambos bloques. La osadía de los hombres que dirige Rubén Baraja cerca estuvo de sentenciar un vistoso intercambio de golpes, que dejó la sensación de que el cuadro local careció de criterio y físico para frenar el ímpetu de su oponente. Esas deficiencias fueron compensadas en última instancia con las armas tradicionales de los rojiblancos, constancia y amor propio, básicas para entender el marcador final.

Un centro a la olla de Iñaki Williams lo peinó Berenguer en el que quizás fuese el único error cometido por Mamardashvili. No era un balón fácil para el portero, que en cualquier caso no llegó para impedir un gol que a esas alturas y pese a la insistencia no se vislumbraba. Se habían sucedido en esa fase crítica los envíos al área, todos baldíos, salvo uno cabeceado en plancha por Iñaki Williams que el meta de origen georgiano salvó de manera milagrosa en un alarde de reflejos. Al Athletic le tocó sacar de donde no había a fin de evitar un resultado que no puede decirse que no respondiera al desarrollo del juego.

Valverde renovó el ataque en cuanto el Valencia cobró ventaja, mientras que enfrente optaron por cambios que reforzasen la estructura, en previsión de la última carga del anfitrión, que hacía rato que daba muestras de desgaste, apenas elaboraba y, encima, emitía síntomas de fragilidad en la contención. El descaro de Guerra, Diego López y Fran Pérez resultó excesivo, irrefrenable según corría el cronómetro. Así consiguió el Valencia superar paulatinamente la aportación de la gente que en el bando opuesto debe llevar el peso. Sancet, Nico Williams o los centrocampistas se vieron engullidos por el ritmo y la ambición de los levantinos.

Al menos, tras el 1-2 cesó el goteo de llegadas a los dominios de Simón. Como se ha señalado, Baraja prefirió proteger el botín y a trompicones, con más ahínco que maña, el Athletic rentabilizó el supremo esfuerzo que exigió el segundo gol que subió a su casillero. Mejor no reflexionar sobre las consecuencias que se hubiesen extraído de un revés, pero conviene admitir que estuvo a punto de producirse. El empate hace más llevadero el rendimiento propio, pero no cabe obviar el cúmulo de deficiencias observado, que no siempre obedeció a los méritos del adversario. Sin duda que el Valencia exhibió fundamentos que ha ido mostrando en jornadas previas, pero tampoco se trata de un bloque avasallador ni mucho menos. De hecho, le debe mucho a su portero, determinante este domingo en San Mamés, detalle que no opaca el que Unai Simón asume en el Athletic un rol similar, capital para mantener a flote el colectivo.

La cosa es que la tarde discurrió entretenida y emocionante, seguro que demasiado abierta para el gusto de Valverde. Aunque en las fases en que dominó, el Athletic pudo parecer mejor armado, lo que marcó el primer tiempo fue un descontrol generalizado y el consiguiente reparto de protagonismo. Arrancó con mayor decisión el Valencia, como si quisiera sorprender y, de paso, evitar que tomase cuerpo la carga inicial que suele intentar el anfitrión para marcar terreno a inclinar la contienda a su favor. Lo acusó el equipo de Valverde, incapaz de asentarse ante la intensidad que invirtió el visitante en los duelos, que ganó con cierta frecuencia, y el modo de volcarse hacia el ataque, siempre muy vertical, con varios elementos a la carrera. Laboriosidad y dinamismo, bazas que de algún modo este domingo el Valencia arrebató al Athletic.

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Este tramo inicial fue particularmente complicado, sin que Galarreta, Dani García o Sancet apareciesen para guiar a los suyos. Hubo un par de situaciones muy comprometidas en el área de Simón: la primera con dos centros que pillaron a contrapié a la zaga y que Hugo Duro acabó cabeceando alto; la segunda, más peligrosa, pues el pase de la muerte trazado por Diego López lo empalmó libre de marca Amallah y tuvo que aparecer De Marcos para impedir el gol sobre la misma línea.

La tónica fue progresivamente cambiando, bajó el pistón el Valencia mientras que se iban activando las piezas que engrasan el fútbol local. En cualquier caso, no dejó de ser una pelea muy física, plagada de imprecisiones y que culminó con un zurdazo de Iñaki Williams desde la frontal que Mamardashvili desvió apurado. La ocasión pareció que liberaba al Athletic de ataduras y se sucedieron diversas aproximaciones. A mencionar un mano a mano de Iñaki Williams con el portero.

Al cuarto intento, cayó el premio. Nico Williams intuyó el desmarque de De Marcos, que irrumpió al borde del área chica para colar la pelota entre las piernas de Mamardashvili. Pero el Valencia asimiló el golpe como si nada y, desacomplejado, se tiró hacia adelante. Simón impidió la igualada en dos intervenciones impresionantes ante Duro y Amallah, que precedieron al descanso. A la vuelta, dispuso el Athletic de dos lances para apuntillar, pero Gayá se anticipó a Guruzeta, que iba a armar el remate en inmejorable posición, y luego el portero, con un leve manotazo que repelió el larguero, frustró un voleón de Dani García.

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No fue porque el Valencia se hubiese desinflado, como se comprobó a continuación. En una combinación eléctrica por el centro, Fran Pérez se plantó ante Simón para poner las tablas. Tenían cuerda los levantinos, que perseveraron y de nuevo chocaron con Simón, que salió a los pies de Duro. Nada pudo hacer cuando al ariete le bastó con empujar a bocajarro un pase perfecto de Fran Pérez desde la línea de fondo. El asunto cogió una pinta malísima. El Athletic impotente, corría mal, combinaba mal y las aventuras de Guerra y compañía le estaban minando la moral.

En medio de la voltereta, Valverde buscó más orden y temple con Vesga y Prados, este suplió a un Paredes amonestado y que lo estaba pasando realmente mal. El resto de los relevos solo alteró levemente la tónica, pero se acabó amarrando un punto, que tal como fue la feria sabe muy rico.