El descalabro del Athletic en Anoeta estuvo conectado al desigual índice de acierto habido en las áreas. Pese a que fue capaz de generar tantas o más oportunidades de gol que su oponente, no convirtió ninguna y ello lastró por completo una propuesta más que digna que, lógicamente, se fue difuminando a medida que la Real engordaba su casillero, especialmente a raíz del 2-0, una losa demasiado pesada para aspirar a puntuar. Ese pequeño gran detalle, la puntería, decantó un derbi donde se puso de manifiesto que hoy en día el nivel futbolístico de unos y otros, cada cual fiel a su estilo, discurre parejo. Cuando esto sucede, la cuestión se suele resolver en los metros decisivos y ahí no hubo color: la Real rentabilizó sus llegadas, mientras el Athletic veía cómo sus opciones se desvanecían de manera irremediable.

La derrota es dura, lo es el marcador y la sensación de impotencia que presidió la media hora final, fase en que la Real se dedicó a contemporizar y el amor propio de los rojiblancos se reveló insuficiente. Ya era tarde para pretender una hazaña, aunque esa imagen de abatimiento permanecerá, al menos hasta la próxima jornada, en el subconsciente de los jugadores y de una afición que previamente sí halló razones para confiar en que el equipo de Valverde rompería su mala racha en el estadio guipuzcoano.

El partido respondió desde el mismo inicio a las previsiones: exhaustivo trabajo sin balón por ambas partes, generosidad en el esfuerzo y como consecuencia de ello escasez de acciones nítidas en ataque. Tanta aplicación en labores defensivas denotaba respeto mutuo y apenas dio pie a breves fases de dominio alterno, nada que anticipase novedades en las áreas. Arrancó más ágil la Real, pero al cuarto de hora la impresión era que mandaba el Athletic y así hasta el descanso. Sin un dominador claro, todo quedó a expensas de alguna acción aislada. De hecho, en media hora no hubo una sola situación comprometida para los porteros, cuya labor se limitó a las combinaciones de rigor con los centrales.

El mérito del equipo de Valverde fue negarle tajantemente la iniciativa a un bloque acostumbrado a salir tocando desde su terreno. Anoche la Real no hallaba líneas de pase seguras para progresar, mérito de un adversario bien ubicado y muy atento para explotar la anticipación e intentar progresar con velocidad. Con Muniain ejerciendo de sombra de Zubimendi, la Real tuvo que encomendarse a las conducciones de Take, bien sujetado por Yuri, y Barrenetxea, el hombre más en forma en el ataque guipuzcoano, quien tampoco sacó nada en limpio de sus fintas. Sadiq incordiaba con su descomunal humanidad, pero Simón era un espectador pese a las maniobras de los interiores, Merino y Brais. Los extremos rojiblancos, principal arma ofensiva en ausencia de Sancet, se vieron igualmente superados por sus pares. Eso sí, los laterales contaron con ayudas constantes para realizar su labor.

Pasaban los minutos huérfanos de lances reseñables hasta que Brais templó una falta desde el lado izquierdo, Yeray fue a despejar de cabeza, no conectó bien, la pelota salió despedida hacia atrás y fue a golpear en el cuerpo de Yuri para quedar muerta a disposición de Le Normand, que agarró una volea imparable. Así se deshizo la igualada, tras un rebote. Una desgracia que no sería la única, si en este apartado se incluyen varios ataques propios, sobre todo un centro largo de Nico Williams que su hermano no alcanzó a tocar en boca de gol. Esto ocurrió seguido del 1-0.

Y esta sucesión de golpes se reprodujo en la reanudación, en orden inverso: Iñaki Williams robaba a Merino y su envío cruzado se iba rozando el palo opuesto. Pocos segundos se consumieron cuando Take firmó el segundo, nacido de una inteligente jugada de Brais, cuyo servicio no supo dominar Sadiq, que había arrastrado a un central e impulsado a Yuri a realizar la cobertura. El balón cruzó la frontal y el japonés fusiló a placer a un Simón vendido.

Durante un rato, el Athletic quedó tocado, pero Iñaki Williams no cejó en su empeño y filtró al espacio para Muniain. Remiro evitó el tanto con una pierna, al límite. Revivió el equipo y un desvío involuntario de Villalibre a tiro de De Marcos a punto estuvo de colarse. Reaccionó Imanol con tres cambios de una tacada, no las tenía todas consigo pese a la ventaja adquirida. Valverde retiró a un agotado e intermitente Nico Williams, la empresa aún se antojaba asequible.

Pero a esas alturas empezó a notarse el cansancio entre los rojiblancos. Dani García, que erró en la génesis del 3-0, Herrera, que había estado entonado, y otros como Yuri, De Marcos o Vivian, así como Muniain empezaron a dar síntomas de desgaste. Era el tute físico y asimismo el anímico, cuya transcendencia no es preciso mencionar a raíz de que Oyarzabal acudiese a su cita con el gol, tras magnífico servicio de Zubimendi a la espalda de Vivian.

La historia del derbi careció de interés en adelante. La Real tuvo ya los metros necesarios para hacer valer su calidad en la combinación, a costa de un rival consciente de que aquello no tenía vuelta de hoja. Todo el esfuerzo invertido se reveló baldío, todas las dificultades que el Athletic le planteó de salida al anfitrión de nada sirvieron ante la extraordinaria eficacia exhibida por un conjunto que acumuló motivos para sentirse feliz. Pese a no brillar en aquellas facetas que le distinguen, obtuvo una victoria contundente, excesiva para colmar de satisfacción a una grada que, cómo no, se lo pasó en grande. No en el primer acto, pero desde luego que sí en el segundo, período que la Real gestionó con el favor de la suerte, pero asimismo con criterio.

Otra vez será. Puede decirse que anoche el Athletic amagó y no pasó de ahí. Una cuestión de centímetros le privó probablemente de opositar a un desenlace positivo, argumento que podía enunciarse apelando a la inspiración o al déficit de frescura o forma de varios de sus titulares. Una impresión acentuada por el desarrollo adverso del partido.