La tarde en que se decidía la suerte del Athletic en la liga tuvo de todo, pero acabó como cabía prever. Resultó movidita, entretenida, no exenta de sobresaltos y emoción, pero a la hora de la verdad la posibilidad cierta de engancharse a Europa le duró exactamente tres minutos al equipo de Ernesto Valverde. Los que separaron el gol de Sancet del que Osasuna logró en El Sadar, obra de Budimir, que enseguida firmó el segundo para aclarar la adjudicación de la séptima plaza, el acceso a la Conference League. Así que no faltó emoción, aunque fuese efímera, en el duelo a distancia entre rojiblancos y rojillos, aunque habrá que reconocer que el desenlace hace justicia al rendimiento de unos y otros en el cómputo global del campeonato. Los avatares que presidieron la jornada de este domingo no fueron sino una mera prolongación de dos tendencias divergentes: al alza la de Osasuna y descendente la del Athletic.

En este sentido, no puede pasarse por alto que el Athletic acumuló méritos para conquistar la victoria, argumento extensible a un puñado de compromisos previos, pero una vez más le condenó su déficit de puntería y acabó cediendo un empate insulso frente a un Madrid distraído, que nunca gobernó el encuentro y concedió un montón de remates. A la postre la actitud contemplativa, la desidia de los de Ancelotti, en parte porque se contagiaron de un ambiente mediatizado por las despedidas de varias de sus figuras, no les impidió amarrar la segunda posición. Un penalti transformado por Benzema y el empate en el añadido que encajó el Atlético en La Cerámica le otorgaron un premio al que objetivamente no se hizo acreedor.

En síntesis, el postrero esfuerzo del Athletic se saldó con un marcador insuficiente. Ni siquiera el destino quiso recompensar su disposición con una victoria sin valor en términos clasificatorios, pero que al menos hubiese quedado para la historia tras dieciocho intentos baldío. Guiado por el criterio de Sancet y apoyado en la solidaridad y el orden, el conjunto fue superior al Madrid en amplias fases. Coleccionó hasta una decena de aproximaciones válidas para sumar los tres puntos, superando en dicha faceta al equipo local, y únicamente convirtió una. El mosqueo de Courtois, las reiteradas broncas a sus compañeros, dan una idea de los derroteros por los que discurrió el clásico.

Pero hay cosas que no cambian. Gozó el Athletic de la oportunidad soñada para inclinar de su lado el encuentro bien pronto, en su primera aparición en el área. Nació de un córner pasado que Iñaki Williams cabeceó sin peligro alguno y Kroos, de espaldas, desvió con un brazo. El árbitro, fiel al criterio imperante durante el curso, señaló penalti. Vesga, el enésimo especialista de una larga lista, telegrafió el disparo y Courtois desvió sin excesivo esfuerzo. Un exponente ilustrativo de la carencia que a lo largo de la temporada más ha penalizado al equipo, la impericia en el remate que este domingo, con lo que había en juego, bien podría utilizarse como epitafio de la despedida definitiva de Europa.

Cualquiera sabe de qué forma hubiese reaccionado el Madrid de verse por detrás en el marcador, pero desde luego que con el 0-0 dio la sensación de estar pasando la tarde. Huérfano de tensión, se dedicó a pelotear sin generar nada de fuste en ataque. Sus delanteros pasaron totalmente desapercibidos, en parte porque el Athletic nunca perdió el sitio, pero era patente que los de Ancelotti no estaban por la labor de pisar el acelerador como acostumbran ante su público. Tampoco es mentira que el escaso filo del Athletic les permitía tomarse el duelo con cierta calma, aunque su imagen fue muy decepcionante.

Un indicativo del cariz que adquirió el choque fue el bajo número de faltas, apenas cinco por bando antes del descanso. Uno no mostraba intención, pese que poco a poco fue amasando posesión, y el otro se mantenía entero en un duelo sin chispa, salpicado por muy contadas situaciones reseñables. Justo en el lance previo al intermedio, Simón hizo su particular contribución robando limpiamente la pelota a Rodrygo, que se disponía a fusilar.

Sancet rompió el equilibrio en el arranque del segundo acto. Courtois repelió el primer remate y, desde el suelo, no pudo responder al segundo. El bombazo pronto quedó eclipsado por las noticias procedentes de Iruñea, lo cual no alteró el ánimo de un Athletic que perseveró en la ofensiva. Sancet sirvió a Iñaki Williams y este forzó otro alarde de agilidad del meta belga. El desconcierto blanco era manifiesto, Ancelotti buscó soluciones en el banquillo. Poco después, Valverde quiso mayor frescura y también tuvo que recurrir a Vencedor por la lesión de Vesga.

En pleno toma y daca, el árbitro se sacó de la manga otro penaltito, ahora de Yuri sobre Militao, al que golpeó en el rostro en un salto. Benzema puso las tablas y abandonó el terreno ovacionado. Para entonces la suerte del Athletic estaba echada, pero el último servicio del galo disipaba toda esperanza. El milagro del Bernabéu se esfumaba y en adelante se asistió a los coletazos de dos equipos que continuaron retándose, más por inercia que por convicción. El balón fue de área a área, dando algo de realce a una batalla que para el Athletic había dejado de tener aliciente.

Nada que reprochar a la actitud del mayor de los Williams, autor de un disparo más de nuevo replicado por Courtois, y compañía, que siguieron corriendo para no llegar a ninguna parte. La lesión de Yuri con los cambios agotados no alteró el espíritu de un colectivo que dijo adiós a la liga exprimiéndose y, estaba cantado, no le alcanzó para redimirse de los pecados que ha ido acumulando en los meses anteriores. La de este domingo era una empresa abocada al fracaso y ahora llega el momento de analizar en profundidad los porqués de una frustración que, no por reiterada, deja de ser dolorosa. Europa ha estado más asequible que nunca y el Athletic no ha sabido aprovechar sus opciones, en plural.

Contenido ofrecido gracias a la colaboración de Rural Kutxa, siempre cerca.