Con el disgusto de la Copa revoloteando, la visita al famélico Espanyol examinaba la entereza de un Athletic que resolvió sin excesivos problemas. Puede afirmarse que le sacó chispas a la depresión de su oponente con una actuación pragmática aderezada con los goles, uno en cada período, de los hermanos Williams. Primero marcó el mayor y luego el pequeño, esta semana en boca de todo el mundo. Por este lado, buenas noticias, pero la principal, qué duda cabe, meter en el saco tres puntos y reabrir la vía que conduce a Europa, el único aliciente en la agenda rojiblanca de aquí al final de la temporada.

Fue un partido exento de vistosidad, salvo un puñado de acciones, pero se trataba de recuperar sensaciones y no existe mejor bálsamo que el triunfo. No fue preciso desplegar un gran fútbol para poner en evidencia la fragilidad, sobre todo anímica, de un Espanyol que estuvo siempre a remolque. Así todo, pese a disfrutar de ventaja desde muy pronto, la empresa entrañó sus dificultades. Sobresaltos que deslucieron un tanto la actuación colectiva de los hombres de Ernesto Valverde, aleccionados para impedir a toda costa que enfrente pudiesen sentirse cómodos.

El objetivo prioritario era intimidar, transmitir al Espanyol que delante tenía un colectivo superior en los aspectos más básicos; en definitiva, hurgar en sus inseguridades y aguardar el momento preciso para asestar el golpe que le allanase el camino. En este sentido, el desarrollo del choque discurrió acorde a lo buscado. Iñaki Williams abrió el marcador en una acción personal, a servicio largo de Dan García se marchó por piernas del lateral de urgencia que le tocó en suerte, para pisar área sin oposición y fusilar al portero, cruzado, a media altura. 

Justo lo que necesitaba para hundir las esperanzas del Espanyol, que no obstante cerca estuvo de echar por tierra el trabajo global del Athletic en la jugada que cerró el primer período. Intervino el VAR para anular el cañonazo que Braithwaite estampó en la red, al advertir la existencia de una mano previa de Joselu al rematar en disputa con Vivian. Un golpe de fortuna que devolvía la lógica al desarrollo del encuentro, pero que no dejaba de ser una advertencia. No había margen para relajación, por mucho que los rojiblancos albergasen razones para creer que todo estaba bajo control.

El plan del Athletic de inicio no engañó a nadie. No estaba diseñado para sorprender ni para deleitar al personal. La disposición, en lo táctico y en la forma de competir cada pelota, cada metro de terreno, estaba claramente enfocada a agravar las penurias del Espanyol. De modo que saltó al terreno con pocas consignas y la mayoría de signo defensivo. La premisa iba de maniatar al rival, morderle con ahínco para generarle dudas y que se consumiese en la impotencia que afloraba en sus escasas maniobras constructivas. Además, había que evitar a toda costa realizar concesiones y con eso y poco más, era cuestión de ser pacientes y acertar en alguna llegada, que se producirían por pura inercia.

Una propuesta asequible porque la situación del Athletic no es comparable ni por asomo a la que atraviesa el Espanyol, hundido en plaza de descenso y que este sábado estrenaba técnico. Luis García, aparte de su identificación con el club, apenas pudo aportar elementos novedosos en la pizarra ni en el estilo de los suyos. Ni siquiera ha dispuesto de tiempo material para introducir innovaciones que reorientasen el rumbo perico. Su elección se inclinó por un once alegre, con gente para amasar posesión, pero se reveló vana, insuficiente para discutir el mando del partido ante la seriedad y agresividad del Athletic, que tampoco estaba para bromas.

Tras una fase donde nadie gobernó, comenzó a percibirse por dónde irían los tiros. Ni que decir que a raíz del 0-1, se fue abriendo un abismo entre los contendientes. El Espanyol se agarraba a la visión de Darder, pero un hombre no puede con una estructura firme, áspera, atenta, que no reserva una gota de sudor para ganar balones. Cierto que Dani García, él en especial, y De Marcos, ambos amonestados enseguida, corrieron algunos riesgos, pero la propensión de los pericos a protestarlo todo, algo propio de un grupo desnortado, no hizo más que cargar de argumentos al árbitro para transigir con la dureza a la que se abonaron los rojiblancos. 

Luis García rebuscó en el banquillo para alterar el curso de los acontecimientos en la segunda parte y logró que el equipo se espabilase un poco. La tragedia del Espanyol se manifestaba en que al avanzar metros, dejaba espacios y sufría más. Pacheco evitó que el activo Guruzeta anotase el segundo. No tardó Iñaki Williams en probar de nuevo al meta, a bocajarro tras inteligente cesión de Sancet. Un minuto después, ingresaban Muniain y Nico Williams, quien en su primer turno se fue de tres rivales y sirvió mal para Guruzeta, que se relamía en boca de gol. En la siguiente jugada, decidió acabar él mismo y la puso lejos del alcance de Pacheco.

Listo. Asunto liquidado. Únicamente quedaba conducir el encuentro hacia una ampliación de la ventaja o, en su defecto, enfriarlo. Esto segundo es lo que no hizo el Athletic que vio cómo Darder, en el noventa, se beneficiaba de un error de Simón a cabezazo de Montes. Pero a perro flaco… En pleno tiempo añadido, Vidal se autoexpulsó con una protesta estúpida tras derribar a Nico Williams, cercenando toda opción de empate. Y así murió la contienda donde, sin alardes, el Athletic impuso su potencial. Cierto que se presuponía bastante superior al que posee ese alma en pena que hoy responde al nombre de Espanyol, pero hay que saber reflejarlo y no solo en el verde, también en el resultado. Eso es exactamente lo que llevó a cabo.

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