Al igual que sucediese en San Mamés y con idéntico marcador, el Atlético de Madrid demostró ante su afición que habita en un peldaño superior al del Athletic. La impresión de que era un pulso equilibrado se mantuvo la mitad del partido, hasta que el cuadro local metió una marcha más y se desvaneció por completo la ligera ventaja que por méritos había correspondido previamente a los hombres de Valverde. Y lo que es peor, el mando y la intención pasaron a pertenecer en exclusiva a su oponente. La solidez abandonó al Athletic, que con ello perdió de vista la pelota y dejó de incomodar en campo ajeno. El encuentro fue tornándose peligroso y para certificarlo apareció el verdugo habitual, el insaciable Griezmann, cuyo gol sentó como un tiro. No hubo reacción hasta el final, solo impotencia ante un Atlético que se gustaba, con Simeone enardeciendo a las gradas.

Fue como si al Athletic se le agotase la pila en el descanso. Cuanto de positivo apuntó de inicio, en el plano táctico y también en las maniobras ofensivas, careció de continuidad. Toda la energía fue acaparada por un Atlético que no podía conformarse con la imagen que estaba dando. Simeone acertó con los cambios en su intento por forzar la máquina recurriendo a Morata y Memphis. Nadie se amoldó al nuevo registro colchonero, más incisivo y ágil. El tanto se vio venir, no había duda de en qué portería se produciría. Y su ejecución, una acción personal de Griezmann, impensable en el primer acto tal y como discurrió, puso en evidencia el bajón experimentado por el Athletic con el paso de los minutos.

Aunque en los prolegómenos la inesperada presencia de Agirrezabala concentró los comentarios, el detalle de mayor enjundia que ofrecía el once fue la reunión en la zona ancha de Dani García y Vesga. Una opción ya empleada de inicio en el Villamarín y Anoeta, enfocada claramente a protegerse más de lo habitual. Decisión que se pudo interpretar como adecuada porque resultó que Simeone salió sin ariete específico, quedando Correa y Griezmann como los elementos más ofensivos. Y no tardó en comprobarse el gran protagonismo de Dani García, en su salsa, en un duelo con mucho centrocampismo por la franja central del terreno.

La novedad rojiblanca estuvo en todas y junto a Yeray y Vivian edificó un muro insuperable para un Atlético muy chato, demasiado pendiente de que Griezmann se activase para construir algo de fuste. El galo apenas asomó y el nulo atrevimiento de sus compañeros, más preocupados de no cometer errores que de progresar, hizo que el balance ofensivo fuese ridículo. Pese a que Carrasco dispuso de la ocasión más nítida, un mano a mano que Agirrezabala ganó en su rápida salida del marco, siempre flotó la sensación de que el Athletic estaba más cerca del gol.

En número de llegadas no hubo color, pero se echó de menos una pizca de acierto en últimos pases y remates, nada que fuese noticia. Curiosamente el balón más franco en el área de Oblak lo recibió Dani García, en postura forzada para libre de marca dirigir entre los palos un pase de Iñaki Williams en contra lanzada por Sancet, el elemento diferencial un día más. Algo más liberado de tareas defensivas, el espigado media punta consiguió con sus controles y conducciones crear serios problemas al cuadro anfitrión. Su instinto para aparecer donde se necesita una chispa se reveló una amenaza permanente. Sin embargo, no halló la colaboración precisa. Ni los Williams ni Muniain estuvieron finos.

Si en un bando resaltó la aportación de Dani García, es obligado citar que en el otro Reinildo brindó un recital, no solo para desgracia de Nico Williams, su par, sino de cualquiera que osase aventurarse por su zona de influencia. Consecuencia de la prudente actitud a la que se abonaron ambos equipos, cabe afirmar que el primer acto derivó en combate nulo, por más que el Athletic anduviese más suelto, menos atenazado, como si tuviese más fe en sus posibilidades.

Todo lo que vino después pesó en contra del Athletic. Desde el saque de centro se percibió una marcha más en las evoluciones del Atlético. El juego se orientó hacia el área visitante. Arrizabalaga volvió a frenar a Carrasco y Nico Williams tuvo una parecida que Oblak resolvió con similar eficacia. Este fue el último cartucho y aún restaba media hora larga para la conclusión. Nada hubiera sucedido si Oblak se hubiese despojado entonces de los guantes.

El grupo brioso de la primera parte se transformó en un equipo menor, sometido al dictado del contrario, que multiplicó su porcentaje de posesión sin verse importunado. El panorama adquirió tintes dramáticos a raíz del 1-0, nacido de un golpe de fortuna que descolocó la estructura defensiva, al que Griezmann agregó su inmensa calidad para conducir hasta el área y trazar un disparo raso al palo opuesto, imposible para el meta.

Los movimientos de Morata y Memphis generaron excesivos problemas. Los rojiblancos llegaban tarde a la presión y se veían abocados a recular. Ya no defendían hacia adelante y las piezas de ataque se fueron aislando de manera irremediable. En el instante escogido por Valverde para realizar una triple sustitución, el Athletic estaba manga por hombro. Frustrado, sin luces para interrumpir el dominio de un Atlético más entero, convencido de que su victoria estaba a buen recaudo. Con un gol le sobraba para gestionar la última fase. Pudo ampliar la ventaja en un par de jugadas, pero en realidad su principal cometido para asegurar el desenlace fue la combinación, el control a través del balón. Instrumento básico con el que el Athletic pareció estar enemistado en la segunda mitad.