Los antecedentes auguraban una noche feliz, y entre que el Athletic supo desplegar sus bazas con naturalidad y que el Cádiz emitió síntomas de debilidad más que preocupantes, se asistió a la jornada más cómoda hasta la fecha. Nada que ver con el esfuerzo y las apreturas de las dos citas celebradas en San Mamés. Lo de este lunes fue pan comido, una estupenda ocasión para soltar tensiones propias de la competición, para gustarse y redondear una escenificación solvente. Era el primer desplazamiento liguero, una circunstancia que siempre plantea alguna incógnita, máxime después de haber jugado en un ambiente tan favorable con el balance de un solo gol, aunque maravillosamente rentabilizado en puntos. Pues pese a la prevención que suele surgir ante partidos así, habiendo además delante un enemigo en horas bajas, de esos que acostumbran a dar disgustos, el duelo fue como la seda. Mucho más fácil que en casa.

Un monólogo sin interrupciones reseñables, un gobierno absoluto de las operaciones, cero concesiones, no dejando resquicio a la réplica andaluza. Del uno al 95, el Athletic impuso una superioridad aplastante y a su manera, a ratos trompicado y no fue muy fino en la elaboración, atacó con decisión, fue perseverante y ello le valió para lograr un resultado que explica por sí solo cuanto se vivió. Asimismo, el equipo de Valverde alternó ratos de pausa, con un manejo correcto y orientado por el criterio que espolvoreaba en cada toque Vesga, al que se le ve crecido y no es de extrañar. Cierto que el medio centro se aprovechó de la flojera gaditana, pero tanto él como el bloque en términos generales cuajaron una actuación convincente.

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Así vivió la afición del Athletic el partido contra el Cádiz EFE

Fiel a esa máxima de manual que aconseja no cambiar aquello que funciona, Valverde calcó la pizarra de la jornada previa con la forzosa salvedad del lateral izquierdo, donde se registró el estreno de Lekue, con nota alta. Enlazar un nuevo triunfo era el único objetivo, mientras Sergio González seguía con su particular casting en busca de una fórmula que borrase el cero de su casillero. Inercias opuestas que pronto se reflejaron sobre la hierba, con el Athletic muy interesado en adueñarse de la iniciativa y percutir a la mínima. Lo logró, pese al ardor en las disputas y el prudente repliegue táctico del cuadro local. Ejemplos de lo primero, el vuelo sin motor de Nico Williams previa caricia de Espino o el calvario de Sancet en cada posesión.

Ni la cuota de agresividad del desesperado evitó que el partido discurriese siempre en dirección a su área, con Ledesma sometido a un sobresalto constante. En el origen de la mayoría de los sustos, errores propios, hasta tres precedieron el gol de Iñaki Williams, asimismo nacido de una horrible cesión de Arzamendia que dejó con el molde a Fali y culminó en una finta al portero y remate a puerta vacía. La desigual relación de fuerzas no tardó en ser certificada.

Era una mera cuestión de tiempo que cobrase ventaja el Athletic, pese a que su juego tampoco luciese por el acierto y la precisión. La debilidad del Cádiz facilitaba claramente un dominio holgado y una relativa facilidad para plantarse en zona de remate. Todo ello sin el más mínimo atisbo de peligro en el área de Simón, terreno vedado para un grupo desnortado, nervioso, incapaz de ligar dos pases. En fin, un flan, un auténtico chollo el anfitrión del Nuevo Mirandilla, en la línea de visitas recientes. La oportunidad, ni pintada para que los de Valverde se encaramasen en la parte alta de la tabla.

Bastaba con mantener la concentración, no confiarse y aprovechar tanta flojera. Justo lo que no ocurrió pasada la media hora, cuando un brazo de Espino cortaba un centro de Nico Williams. Su hermano asumió la responsabilidad de lanzar el penalti. Escogió una opción que suele ser exclusiva de los especialistas: carrera corta, apenas dos pasos, y tiro a colocar. Bueno, pues Iñaki le pegó sin gracia, sin dirección, en realidad telegrafió sus intenciones y Ledesma solo necesitó un brinco para desbaratar lo que debería haber supuesto el cierre del encuentro.

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Es frecuente que este tipo de errores alteren por completo un duelo donde no hay color. Sin embargo hasta el descanso no se observó ninguna alteración significativa. El control no dejó de ser rojiblanco. Vesga en su sitio, con la batuta, Sancet y Muniain movían el balón con desigual inspiración, los laterales apoyaban a los extremos y los centrales, en guardia, ejercían de espectadores privilegiados. Y todos mordían, eso sí, la presión rige como primer mandamiento en el catecismo y semejante aplicación desdibujó totalmente al Cádiz.

Con el par de cambios que hizo Sergio en el descanso, su equipo empezó a tocarla un poco e incluso cursó su primera visita a Simón, aunque a Negredo le salió un churro. Espejismo. En adelante volvió la tónica del primer acto, ni siquiera alterada por la marcha de Iñaki Williams, con un tobillo lastimado. Al contrario, su relevo aportó la clarividencia precisa. Guruzeta tuvo su noche, puso dos derechazos fuera del alcance de Ledesma para, junto a Berenguer, que anduvo listo para empujar en boca de gol una gran combinación de medio equipo, colocar en el marcador la sideral distancia existente entre los contendientes.

La paliza, pues cuatro goles sin duda lo son, no estuvo lejos de ser más contundente, pero el VAR estimó que De Marcos incurrió en fuera de juego posicional e invalidó una excelente acción: inteligente pase profundo de Vesga a Sancet y media vuelta letal de este. Se contabilizaron unos cuantos intentos más que, de mediar más tacto en las botas, hubiesen sepultado varios metros más bajo tierra a un rival desanimado, exento de recursos y que tuvo que apechugar con el enojo de su afición a medida que el Athletic iba edificando su incontestable victoria. Coser y cantar.