I lo de ayer no es darle carpetazo a la temporada, se le parece mucho. Aparte del reflejo en la clasificación, la derrota sin paliativos ante el Celta evocó la resignación y la impotencia. Las sensaciones opuestas a lo que reclamaba la recta final de campeonato. Desde el Athletic llevaban semanas asegurando que estaban en condiciones de echar el resto, que veían perfectamente viable engancharse al reparto de plazas europeas, aunque las inercias de los rivales directos y la propia, con demasiados resultados insuficientes, más bien indicasen otra cosa. Bueno, pues no va a ser necesario esperar a que pasen más jornadas: salvo milagro, el objetivo queda fuera del alcance.

Se trata de una historia que, por repetida, no sorprende. El propio Marcelino tuvo ocasión de comprobar doce meses atrás cómo el equipo se iba derritiendo a medida que avanzaba el calendario y terminaba varado en mitad de la tabla. Entonces, se recurrió a las finales de Copa, por su efecto deprimente sobre los jugadores, a modo de atenuante. En esta oportunidad habrá que ver por dónde van las explicaciones, no obstante se antoja complicado que vayan a resultar, no ya convincentes, sino siquiera aceptables.

Frente a un Celta liberado de presiones más allá de la obligación de enmendar una racha horrible de casi dos meses, competir, lo que se dice competir, el Athletic puede afirmar que lo hizo en los primeros veintitantos minutos. Acumuló sus llegadas en ese tramo, tiró de genio y decisión en su intento por equilibrar el plan vigués, que pronto dio muestras de ser más eficaz. Así lo certificaría el correr del cronómetro.

Eduardo Coudet, al igual que Marcelino, está abonado al piñón fijo. Su apuesta consiste en reunir peloteros y confiar en que, además de explotar su inspiración y calidad técnica, sean aplicados en aquellas tareas que menos gracia les hacen, o sea sin el balón. Y lo de aprovechar las posesiones lo cumplieron a rajatabla, de hecho se valieron de ello para no gastarse defendiendo. Si la pelota te pertenece, evitas problemas atrás. Los celtiñas se asociaban entre líneas con apoyos constantes para dotar de fluidez a su juego y burlar la presión del Athletic. La clave estribó en que en el bando local había dos centrocampistas específicos y en el visitante eran incontables, cuatro o cinco todo el rato, que intercambiaban posiciones y danzaban en torno a la pelota componiendo una escenografía a su gusto.

En el Athletic nadie compensó la inferioridad descrita. Vencedor y Vesga no dieron abasto, generaron poco, perdieron mucho y pusieron en varios aprietos a los defensas. Más arriba, ni Muniain ni Yuri por un costado, ni Berenguer por el opuesto o Sancet, en la función de enganche, se implicaron en la batalla por el control. El mayor de los Williams acudía raudo a espacios sin salida, desde los que le cuesta un mundo progresar y más aún enfilar el área. El número de errores en las entregas fue la consecuencia del desgobierno y asimismo la fuente que alimentó a un Celta crecido, que consiguió que todo lo que dio la impresión de estar manga por hombro en la estructura del anfitrión le concediese el margen suficiente para irse en el marcador, espejo de la distancia que futbolísticamente le separó del Athletic.

La triple sustitución al inicio del segundo acto, ilustró la magnitud del mosqueo de Marcelino. Ganó el equipo en intensidad, cortocircuitó las combinaciones del Celta y hubo unos minutos en que hasta pudo pensarse que, a fuerza de insistir, produciría en ataque. Pero la apuesta se reveló vana porque además de que podía haber quitado a casi todos y hubiese dado lo mismo, pretender que tres tipos con escasa participación, testimonial de un tiempo a esta parte, vayan a operar un cambio radical equivale a soñar con el Gordo de Navidad con un único décimo en el bolsillo.

Total, que el Celta hizo gala del nivel de aplicación preciso, repartió un poco más de candela y aguantó sin agobios las deslavazadas acometidas de un Athletic que se cobró su única aproximación a un minuto del 90. Encima, tuvo que gestionar el último cuarto de hora con Petxarroman, agotado por su nulo rodaje como titular. Apuntar que mientras estuvo entero fue de los pocos rojiblancos que se esforzó en poner sentido al juego. Justo lo que el Celta hizo coralmente frente a un Athletic huérfano de ingenio y recursos, al que tumbó en el medio partido que completó con sus futbolistas habituales.