- La obsesión y sus consecuencias es tema de plena actualidad en el ámbito del Athletic. Durante la preparación veraniega y también una vez iniciado el calendario de competición, se ha asistido a una especie de ejercicio colectivo orientado a liberar a Iñaki Williams del peso que para un indiscutible como él suponen los discretos registros goleadores que presenta. En la catarsis han intervenido el entrenador, compañeros de ahora y de antes, incluso se ha pronunciado el protagonista y admitido que cuenta con el apoyo de su entorno más próximo para superar dicha fijación. Es obvio que se trata de un problema que con el discurrir del tiempo puede generar un exceso de responsabilidad que condiciona el comportamiento del futbolista, así como la percepción que los aficionados tienen de su valía y de su aportación al equipo.

El partido contra el Barcelona permitió comprobar que, pese a que continúe negado de cara al gol, Williams es capaz de ser una pieza importante en el Athletic, pero esos noventa minutos vienen asimismo al pelo para mantener vivo un asunto más trascendente aún y que también lleva camino de convertirse en obsesivo. El debate lo propicia el resultado de empate, una constante que a fuerza de repetirse con inusual frecuencia plantea dudas en torno a la consistencia del proyecto.

De entrada, cuando menos es anómalo que la mitad de los encuentros del campeonato de liga se hayan resuelto con reparto de puntos. Así sucede desde que Marcelino García ocupa el banquillo: doce empates en veintitrés jornadas, contabilizadas las del curso pasado y las dos del vigente. Lecturas de esta trayectoria las habrá para todos los gustos, aunque por encima de cualquier consideración se ha de priorizar el valor objetivo del punto que concede la firma de tablas en un sistema que premia la victoria con tres.

Encadenar empates equivale a despedirse de Europa, objetivo que el Athletic defiende como irrenunciable por múltiples motivos, no solo de prestigio deportivo. Es más que probable que ese afán por figurar en el cuadro de honor de la liga esté falsamente alentado por las conquistas de temporadas no tan lejanas, cuando pasearse por el continente era lo normal. Sin embargo, los profesionales y los dirigentes del club sostienen que el Athletic posee potencial suficiente para participar en la batalla por los premios.

Una apreciación discutible porque ha sido negada por los hechos en las ediciones más recientes, pero que no deja de tener sentido en un fútbol donde las fuerzas tienden a equilibrarse gracias al paulatino y general descenso del nivel competitivo. El brillo de la denominada Liga de las Estrellas ha ido decayendo y no solo porque hoy en día la nómina de los futbolistas que iluminaban el torneo ni por asomo se asemeja a la de hace una década o un lustro. Las figuras tienden a recalar en la Premier y picotean en la Serie A, la Bundesliga o la Ligue 1. Ya ni el Barça o el Madrid sujetan a sus referentes.

A las pocas semanas de su aterrizaje en Bilbao, Marcelino se mosqueó y dejó aquello de “estoy hasta las narices de los empates”. Entonces iban solo tres, pero el técnico entendía que el Athletic estaba malgastando oportunidades. Esa primera sensación de disgusto era de puro desconsuelo en mayo: el empate había cobrado la forma de tónica irremediable y dejó al equipo empantanado en mitad de la tabla, lejísimos de la meta. La apelación a la irregularidad poseía fundamento, estaba lo de los empates y, por su cupiera alguna duda, ese récord increíble consistente en no obtener dos triunfos seguidos al cabo de 38 jornadas.

La pretemporada se organizó como un laboratorio del que debía salir un bloque más fiable. Mes y pico para profundizar en el trabajo esbozado previamente, una concentración en las condiciones ideales lejos de la rutina de Lezama, ensayos del gusto del cuerpo técnico, ante enemigos con nombre; en fin, una serie de argumentos de fuste para transformar las debilidades en fortalezas, las incógnitas en certezas y, en definitiva, cambiar el rumbo, por supuesto con Europa entre ceja y ceja.

Los buenos augurios, algo inflados porque la mitad de los amistosos quedaron descafeinados por culpa de rivales que pasaron de competir o recurrieron a su versión B, desembocaron en un gran desengaño en el estreno liguero. El pretendido golpe de timón no asomó por lado alguno, pese a que el Elche se perfilaba como el sparring idóneo para que los rojiblancos exhibieran su crecimiento. Un amago esperanzador, ineficaz y breve, seguido de una copiosa ración de vulgaridad que como premio se sustanció en un empate con apurillos. Vaya. Qué novedad.

El empeño de Marcelino en blanquear el fiasco en absoluto alteró la convicción de que el Athletic poco o nada había aprendido en el montón de sesiones acumuladas tras las vacaciones. En este contexto, la visita del Barcelona adquiría la dimensión de un examen no final pero sí severo, en teoría impropio del mes de agosto. Pero es que la paciencia tiene sus límites. Bueno, pues el equipo se enmendó, fue acreedor a la victoria, pero acabó empatando de nuevo. Lo cual le sitúa en pocos días ante otra prueba, la del algodón, que dicen que no falla. Aunque cabría catalogar de impertinente tanta exigencia en la tercera jornada, el sábado frente al Celta, además de los tres puntos, está en juego la credibilidad del Athletic. Del proyecto.

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Son los empates que suma el Athletic en los 23 partidos de LaLiga que ha dirigido Marcelino García Toral al conjunto rojiblanco. El curso pasado, diez encuentros de los 21 disputados en el torneo de la regularidad con el asturiano al mando terminaron en tablas. Esta temporada, tanto frente al Elche como ante el Barça, los leones han sumado un punto.

- Cuando el Athletic dio el dato oficial de la asistencia al partido del sábado frente al Barça emergió un punto de incredulidad por la sorpresa que generó el desajuste entre el aforo máximo y el real. San Mamés, acorde a la normativa del Gobierno vasco, solo podía acoger el 20% de su aforo, es decir a 10.595 aficionados y lo cierto es que finalmente fueron 9.394 los que asistieron al estreno de los leones este curso, año y medio después de jugar con las gradas vacías. Es decir, el 11,4 por ciento de los socios agraciados en el sorteo no acudieron a presenciar el partido, lo que ha causado malestar especialmente entre los socios, casi 5.000, a los que no les acompañó la suerte en el bombo.

En Ibaigane no se esperaban la ausencia de esas 1.200 personas, pero desde la entidad se apela a las bases del sorteo: “La socia/o que resulte adjudicataria/o del derecho a acceder a San Mamés tendrá computado tal partido como partido asistido, con independencia de que finalmente lo haga o no, a efectos de las regularizaciones de cuota”. A modo de comparación, 7.652 espectadores presenciaron ayer en Anoeta el duelo entre la Real Sociedad y el Rayo Vallecano, cuando el aforo máximo permitido era de 8.000 asistentes, por lo que se ausentaron 348 abonados.