NTRE las autopistas 49 y 61 de Clarksdale, Mississippi, en mitad de la noche, un pacto con el diablo convirtió a Robert Johnson en un guitarrista legendario. Antes era solo un pringado prendado del sonido del blues. Después de plantarse en la encrucijada, él fue el blues. Pagó el peaje con 27 años y se apagó la voz de sus dedos vibrando por las cuerdas de una guitarra.

Marcelino García Toral plantó en el cruce de caminos de La Cartuja a Unai López y Dani García. ¡Chas! No apareció nadie que comprara el espíritu de la Supercopa. Robert Johnson es un mentiroso. No hubo música vibrante bailando por un mástil en mitad de una apuesta por la contención. Tampoco titanes capaces de frenar el faro de Frenkie de Jong y un jayán como Sergio Busquets.

El técnico del Athletic, que en las anteriores finales del curso, la de la Supercopa y la Copa ante la Real Sociedad, había optado por Unai Vencedor y Dani García, apostó por el centrocampista donostiarra para tratar de imponer su creatividad en la sala de máquinas. Pero la opción se acabó esfumando por el propio planteamiento de los leones sobre el terreno de juego. Sin espíritu, el Barcelona achicó a los muchachos de Marcelino, enfangando de minas un cruce de caminos en el que no hubo elaboración ni inspiración. Hasta el infausto final, que parecía previsible visto el dominio del balón de los culés, una apisonadora a favor de obra, más incisivos tras el paso por vestuarios.

De hecho, tuvo que corregirse Marcelino, instalando en el minuto 54 a Mikel Vesga para dotar de cierta estabilidad la medular rojiblanca. Para ello, sacrificó a Alex Berenguer, olvidado en la banda. Fue el gasteiztarra el más activo de las tres fichas colocadas por el entrenador bilbaino, pero no quedaba nada para que se rompiera la final y el sueño de alzar la Copa. Acordes para un réquiem.

Los dos primeros minutos de control de los de Koeman fue la tónica del partido: inoperancia rojiblanca y facilidades blaugranas. Sergio Busquets, un metrónomo, ejerció con la libertad que otorga la pelota y De Jong, un talento neerlandés, se explotó como el centrocampista que deslumbró en el Ajax y que solo parece aparecer por destellos, como la luz de un faro que da vueltas y vueltas. Ayer tocó alumbrar La Cartuja, para lamento del Athletic.

Unai López dudó en cómo abrochar a Busquets en ese achique inicial, propio de un planteamiento conservador y fuera del foco del que se vio en la final de la Supercopa de hace tres meses, cuando, sí, esa vez sí, un Athletic con alma y colmillo fue capaz de derrotar a la cuadrilla de un desquiciado Messi. Dirán que el Barça de entonces no era el Barça de ayer. No, es cierto, pero sobre todo por una cosa: porque perdió, porque se le mordió, porque el Athletic era un bloque con identidad, con alma, un equipo con pátina de campeón. La incertidumbre sobre Busquets, un jugador lo hace todo fácil y cuyo rol -¡y lo bien que lo hace!- aumenta a todos los que tiene alrededor, fue una losa permanente en los hombros de Dani García y el donostiarra.

En esa claridad culé, y su egoísmo con el balón, naufragó la imaginación y la garra. Las transiciones bilbainas eran arena desapareciendo entre los dedos. En el desierto, cualquier latigazo eléctrico de Iñaki Williams era un brindis al sol y cualquier empellón de Raúl García, un acto de fe.

Martínez Munuera amonestó al de Zumarraga en el 36 por una falta a Messi. Los números no engañaban: 82% de posesión del Barça y un pobre 18% del Athletic. Mala señal, ya que la verticalidad rojiblanca ni siquiera había comparecido.

La primera parte se murió con un suspiro: el de no haber encajado y haber sobrevivido. La segunda, al seguir por los mismos derroteros, obligó a que Marcelino moviera ficha y rompiera su medular de dos peones fijos. Optó por Mikel Vesga. Era el minuto 54. Por unos instantes, la entrada del gasteiztarra, activo, pareció aportar cierta estabilidad. Era un espejismo. Cinco minutos más tarde llegó el primer gol culé. Después, otros tres más. Y la nada.

El espíritu del Athletic de la Supercopa se había disipado como cenizas en el aire, serpenteando hacia el cielo indómito de Sevilla. Robert Johnson mintió. No hay nada más valioso que el alma.

Dani García y Unai López fueron superados por unos Sergio Busquets y Frenkie de Jong que dominaron el centro del campo

Marcelino sacó a Vesga en la segunda parte para dotar de estabilidad al equipo, pero el plan fue abortado por la riada de goles barcelonista