L futbolista más odiado por la afición txuri urdin se ha convertido en el nuevo héroe de la Real Sociedad en un requiebro tan caprichoso como desconsiderado del destino. Si no fuera por el escaso brillo que acompañó a la ansiada final copera, se podría contar con remenbranzas homéricas lo que fue el gran desafio del fútbol vasco. La noche sevillana removida por el aguacero, el rey plácidamente repantingado en el palco de la Cartuja y él, Iñigo Martínez, el gran felón a los ojos de la hinchada realista súbitamente convertido en el muñidor de la victoria más importante en toda la historia del equipo donostiarra.

Joder con el guionista.

El ex de la Real ya alteró sobremanera el biorritmo del partido cuando al poco de iniciarse la segunda parte protagonizó el gran susto por una mano que Xavier Estrada Fernández señaló como penalti para luego desdecirse tras el asesoramiento del VAR, pues estaba a punto de cometer una tropelía considerable. Sin embargo la jugada dejó huella. El Athletic perdió el norte en ese momento y creció el sentido de juego en los futbolistas de la Real, que hasta entonces estaban demasiado atenazados por la transcendencia que sobre todo para ellos alcanzaba el encuentro.

Todo un año esperando la llegada del derbi que definitivamente cambiaría sus vidas. Todo un año debatiendo si fue entonces, cuando debía ser, la Real estaba mejor y, maldita sea, justo ahora, cuando llega la hora, resulta que el león estaba con todo su vigor recuperado.

El sempiterno complejo de inferioridad que ha acompañado a la afición txuri urdin en el último siglo se fue al garete cuando él, Iñigo Martínez, cometió otra destemplanza, calculó mal y cometió, esta vez sí, un penalti de libro. De nuevo el árbitro se lió la manta a la cabeza y expulsó al recio mozo de Ondarroa, amenazando el dubitativo Estrada Fernández con infligir un doble castigo al Athletic.

Mikel Oyarzabal, el capitán y depositario de las esencias, transformó la pena máxima en el gol que definió la suerte del partido y por eso su nombre quedará marcado con letras de oro en la historia del club donostiarra junto a Iñigo Martínez, el gran muñidor del triunfo más importante.

A partir de hoy los exégetas se han apresurado en cambiar la liturgia. La figura de Iñigo Martínez toma altura, se eleva al Olimpo. El inveterado felón, en realidad, era el caballo de Troya. Su intempestiva fichaje por el Athletic formaba parte de un plan. Estaba en los escritos que llegaría el día señalado. A un lado quedaba la angustia absoluta, entregarse sin paliativos a la depresión. Pero al otro lado surgía la nueva dimensión en el fútbol vasco, con el equipo donostiarra reafirmando su liderazgo en un partido de jerarquía. E Iñigo Martínez lo hizo posible con su intemperancia, desbordado quizá por la transcendencia del reencuentro con su pasado.

Los exégetas también cantan el aspecto económico del asunto, la generosa suma, en número de 32 millones de euros, que dejó la asombrosa huida de tenaz central al bando rojiblanco. El flamante estadio de Anoeta, ahora denominado Reale Arena por razones de patrocinio, debería llamarse Iñigo Martínez, protagonista de la mayor gesta de la Real Sociedad en toda su historia.

El equipo txuri urdin ya se acerca en número a los títulos de Copa que atesora al Real Unión, que todavía le lleva dos de distancia.

Coñas aparte, la Real Sociedad ocupa la sexta plaza de LaLiga Santander, suma diez puntos más que el Athletic y prácticamente tiene asegurada plaza para la próxima Europa League, competición en la que ha participado hasta hace poco. Por vez primera, el club guipuzcoano ha presentado un presupuesto superior al del Athletic (110 millones de euros frente 97), lo cual quiere decir que se ha equiparado en potencial económico al club bilbaino y sus figuras ya no tienen necesidad de dar el salto a San Mamés para medrar, ni económica ni futbolísticamente. Tiene jugadores extranjeros en sus filas, cierto, pero cuida la cantera tan bien como el equipo rojiblanco. Pero ciñámonos a la final en cuestión. Resulta que la Real supo manejar mejor los miedos a la derrota, Iñigo no llegó a tiempo a un pase fantástico de Merino, cometió penalti, Oyarzabal marcó y el Athletic fue absolutamente incapaz de reaccionar.

Muerto el rey, ¡viva el rey!, es decir, la próxima final, la de este año, la del día 17, no la del pasado, y que además otorga premio europeo.

Soñar... No queda otra.