Pues ya está. El más difícil todavía lo protagonizó el Athletic, brillante vencedor de una Supercopa diseñada para la gloria de otros. Su empeño por llevar la contraria, que de alguna manera viene a condensar su razón de ser, ese orgullo por distinguirse de todo el mundo, le condujo a un éxito de una dimensión singular. Hace cinco años conquistó el mismo título y fue a costa de borrar del mapa al mejor Barcelona de los últimos tiempos. Una hazaña en toda regla. En esta oportunidad, no le bastó con doblegar al todopoderoso conjunto capitaneado por Messi, también fue capaz de deshacerse previamente del Real Madrid y acceder al partido cumbre, donde refrendó su hambre y la validez de un modelo que vuelve a dejar sin palabras al resto de los clubes de elite. Nadie es como el Athletic, nadie se le asemeja.
Es único y eligió una vía que nadie había transitado para alzar un trofeo para el que no contaba. De antemano parecía abocado a asumir el rol de víctima en un cuadrangular al que acudían los dos grandes acaparadores de títulos y una emergente Real Sociedad. El Athletic fue el mejor. No permitió que sus miserias internas le afectasen, supo mentalizarse para presentar su candidatura con la máxima dignidad y, a la hora de la verdad, sacó a relucir el potencial que lleva dentro. Un espíritu indomable combinado con un alarde de disciplina táctica que le convirtió en un bloque tremendamente competitivo. Ejecutó lo que tenía preparado con una eficacia impensable y en esto se le ha de otorgar su mérito a Marcelino García.
El hombre ha sabido inculcar en tiempo récord dos o tres conceptos de su librillo, pero su mayor acierto ha consistido en entender a la primera al grupo que dirige. Se ha amoldado a la materia prima disponible, no le ha liado la cabeza sino que le ha dado rienda suelta para que se desfogue sobre la hierba siendo valiente, mirando siempre arriba, permitiendo que juegue a la altura del campo que realmente le convierte en un hueso. Le dio a probar esa medicina al Madrid y al Barcelona, y ambos terminaron atragantados, aturdidos ante la fuerza de un Athletic que vuelve a encandilar a su gente. Objetivo cumplido por tanto.
Supercampeón. La imagen que refleja lo acontecido en La Cartuja pudiera ser la expulsión de Messi a un minuto del final, carcomido por la impotencia. Su equipo cayó pese a disponer de dos ventajas, estuvo incluso en un tris de salirse con la suya en el tiempo reglamentario. Ni Messi ni casi nadie fuera del hábitat rojiblanco calculó correctamente lo que podría suceder. Después de muchos sinsabores en citas de alto copete, el Athletic supo gestionar sus cualidades para imponer su ley, la ley del rebelde, del que no se conforma, del que jamás se rinde.
osadía
Marcelino lo tuvo claro, para algo han de valer las experiencias positivas y ordenó a los suyos que se instalasen más allá de la línea divisoria, como en la semifinal. Los frutos cayeron en su cesta. Desde el pitido inicial brindó el Athletic un cursillo acelerado de presión sobre la salida del adversario. La eficacia de la fórmula alcanzó cotas extraordinarias, desfiguró por completo al Barcelona, le transmitió lo caro que estaba el título. Por encima de pronósticos, lo importante es decirle al rival de qué va la cosa y en eso el Athletic fue claro.
El mensaje fue captado de inmediato. Quizá no sorprendió al Barcelona, pero el efecto del planteamiento fue decisivo. Su principal virtud fue que frustró al Barça, le obligó a ser lo que no es, porque si algo caracteriza a los azulgranas es su vocación ofensiva. Forzarle a vivir en su propio terreno, sin opciones de estirarse en ataque, faceta en la que concentra su auténtico poderío, fue un gran triunfo parcial. Messi pasó inédito por el primer acto, lo mismo que Dembelé o Pedri, pero que el argentino no rascase bola prueba la validez de la propuesta. Escoger la osadía como actitud, convencido de que negarle al Barcelona la iniciativa multiplicaba sus posibilidades, le deparó un gran tramo del partido cuesta abajo. Cierto es que tampoco generó peligro, pretensión compleja con el enemigo agazapado, salvo en un derechazo de Capa
Sin embargo, el Barcelona, en su única acción ligada, fue capaz de alterar la tónica. Griezmann remachó un balón suelto tras la clásica pared entre Messi y Alba. El mazazo quedó en nada, pues en el minuto siguiente Williams trazó un pase al hueco para que De Marcos tras anticiparse a Alba. Reacción inmediata y capital para afrontar la segunda mitad con tranquilidad, si es que tal concepto encaja en una cita de este calado. Y la verdad es que lo que vino después resultó más movido.
Koeman avanzó líneas, consciente de que pasarse la noche soportando la agresividad del Athletic no le convenía. Empezaron a participar las piezas más avanzadas, en especial Messi, aunque siempre lejos del área. Quería recuperar su sello y no lo logró del todo. El duelo derivó hacia un ida y vuelta, pero la mayor iniciativa del rival no amedrentó al Athletic. Messi, con Simón haciendo la estatua, asustó en un golpe franco y enseguida replicó Raúl García, pero el VAR invalidó su cabezazo picado.
La incertidumbre, pues el equilibrio persistía, se rompió en uno de los contados despistes defensivos. Alba, otra vez, irrumpió arriba para ceder a Griezmann el privilegio del gol. El galo relevaba a un Messi bajito. Era obvio que el desgaste pasaba su factura en esa fase y Marcelino introdujo cuatro cambios que revitalizaron al equipo. El cronómetro corría y más aún el Athletic, que se presentó tres veces en el área de Ter Stegen sin la precisión deseada. Este detalle quedó corregido en la falta que templó Muniain en el 90. Villalibre
La prórroga estaba servida y a la misma accedía el Athletic con el ánimo renovado, al contrario que su rival. Prueba de ello, la feliz idea de Williams, que se hizo espacio en la frontal y soltó un disparo imposible para cualquier portero: bien tocado y dirigido a la cruceta opuesta. En adelante, el Barcelona desató una carrera contra el reloj. Fue en vano. Enfrente conservaron la entereza para alzar los brazos al cielo. Son los supercampeones.