UE una despedida inusual para un delantero inusual. Fue un homenaje único para un futbolista atípico. Extraordinario. El Athletic abrió San Mamés para despedir a su mejor delantero del siglo, a un jugador que tuvo que colgar las botas cuando el resto de compañeros acababan de calzárselas para volver a entrenar. Aduriz, con sus 172 goles y sus otras tantas noches épicas, decía adiós con la boca pequeña, entre sombras, con la discreción que le caracteriza. Pero el club rojiblanco, siempre un señor en estos casos, no podía permitírselo. Ni quería. Porque la crisis sanitaria no era excusa. Cómo privarle de algo así a un futbolista que se fue dos veces de Bilbao y regresó sin ningún reproche. Así que abrió La Catedral, abrió el estadio entero solo para él. Por eso, ayer Aduriz regresó a San Mamés para despedirse del fútbol donde se hizo grande, de época. Para acabar su carrera donde la empezó: sobre el verde.

Lo hizo engañado, porque el exdelantero se esperaba una mera rueda de prensa. Así que cuando le mandaron salir al césped por el túnel de vestuarios empezó a sospechar. Y cuando, ya sobre el campo, vio a la plantilla y al cuerpo técnico del Athletic, sus compañeros, no pudo disimular su emoción. Pasillo de honor, aplausos e himno a todo volumen. La capital vizcaina escuchó, dos meses y medio después, cómo San Mamés volvía a atronar. Con las gradas vacías, eso sí. Pero volvió a retumbar, como tantas otras veces, gracias a Aduriz.

El donostiarra se aferró a su mujer y sus hijas, tragó saliva y mordió labio. Mantuvo la entereza para dirigirse hacia el taburete desde el que habló. Aquel que el Athletic, puntilloso en los detalles, colocó a la altura en la que el exrojiblanco maravilló al mundo con su chilena ante el Barcelona. Así, Aduriz atendió a los medios en el mismo lugar en el que fascinó a la grada con su último tanto como profesional. Ayer, de nuevo, todo el fondo norte se volvía para verle.

El presidente, Aitor Elizegi; el director deportivo, Rafa Alkorta; el director general, Jon Berasategi, el cuerpo técnico y sus compañeros de vestuario a un lado; 20 periodistas, al otro. Y Aduriz en medio. El himno cesó y las pantallas del estadio se encendieron para mostrar un vídeo de los 20 mejores goles del exrojiblanco. Siempre 20. El donostiarra sonreía, impactado, por lo que cuando le llegó el turno de hablar, no supo bien qué decir. “Esto es la hostia, ¿eh?”, atinó a expresar, nervioso. San Mamés, desierto, le devolvió el eco de su voz, así que miró a sus gradas vacías y en ese instante supo que la comparecencia se le iba a hacer muy cuesta arriba. Pidió agua para deshacer el nudo, pero este solo se marchó cuando el recuerdo de sus hijas celebrando su último gol le quebró la voz hasta hacerla inaudible.

Se repuso, porque el donostiarra siempre lo hace, para agradecer un homenaje tan familiar: “Estar aquí sentado y poder despedirme de La Catedral es increíble”. Después, cedió el balón a su hija para que tirara un penalti porque en ese momento Aduriz ya no era futbolista, era simplemente un padre.