A riesgo de que suene frívolo, el recordatorio del mes que llevamos confinados en casa podría sustituirse por el de que hoy se cumple un mes sin fútbol. Es el tiempo exacto que ha transcurrido desde que el Athletic disputase su último partido de liga. Cuándo será el siguiente es la gran pregunta. La imposibilidad de responder, el reflejo de un empeño aún en mantillas. Si los científicos -único oráculo fiable- evitan realizar predicciones, al resto no nos queda otra que permanecer en silencio, a la espera. El anuncio oficial de una fecha querrá decir que el virus, que continúa en modo expansivo, habrá perdido suficiente terreno para que nuestras vidas recobren parcelas ahora vedadas.

Los jugadores del Athletic salieron al césped del Nuevo José Zorrilla luciendo camisetas con nombres de pila de mujeres, de madres, hermanas, abuelas, hijas o parejas. El particular guiño a la conmemoración del 8 de marzo, más que inspiración les dio suerte. Marcaron cuatro goles, dos antes del bocadillo y dos más después porque para variar la cita comenzó a las 14.00 horas, invalidando el desgaste de un rival negado en el remate. Culminaba así la semana soñada. El equipo se reconciliaba definitivamente con el torneo de la regularidad: finiquitaba una racha de diez jornadas de empates y derrotas. Había enlazado sendas victorias sobre Villarreal y Valladolid y en medio, el enésimo milagro copero, apeando al Granada con un chut de Yuri Berchiche que ya no cabía en ningún cálculo, la verdad, y que significaba el acceso a la anhelada final.

Los ecos de la semana de gloria, la euforia que inundó el entorno, se apagaron en cuestión de pocas horas al frenético ritmo de las noticias, amplificadas a cada rato, en torno a un fenómeno que inutilizaría la agenda vital de todos. Al principio no se le concedió demasiado crédito a una amenaza que se ha instalado en el centro mismo de nuestra existencia. A ello contribuyó la imprevisión generalizada de las administraciones, reacias a admitir el poder del “virus chino”, como lo llamó el más estúpido de los dirigentes en ejercicio. De modo que resulta comprensible que el fútbol anduviese asimismo remiso para echar el freno a su actividad.

Siguiendo las recomendaciones, la plantilla rojiblanca se encerraba en sus domicilios, previa suspensión de los entrenamientos previstos para preparar la visita del Atlético de Madrid. El cruce con los colchoneros se fue al limbo, al igual que ha sucedido con los que se debían jugar frente a Eibar y Betis, este fijado para el pasado fin de semana. Somos muy conscientes de que serán unos cuantos más los que se agreguen al listado de suspendidos. Mejor sería decir aplazados, que en tiempos amargos conviene cultivar la esperanza hasta en los detalles más nimios.

En vista de que el confinamiento iba para largo, el club brindó la posibilidad de establecer una vía de contacto con la afición en formato de entrevista, privadas para los medios o con participación popular que cuelga en la página web. Un hilo conductor para mantener viva la idea de que esta crisis es, como cualquier crisis, pasajera y que sencillamente se ha asumido un prudente repliegue.

Escuchamos a nuestros jugadores mientras alrededor no cesan las noticias y rumores -no se sabe muy bien en qué proporción- sobre fechas, contagios y dineros, mayormente. ¡Ay el dinero! La industria del balón maniobra torpemente en el estrecho margen que le concede el desconcierto. Eso sí, a alguno le pierde la prisa. Las pérdidas acumuladas y las proyectadas aprietan. Se comprueba de paso que tampoco la provisionalidad consigue aplacar los celos y desconfianzas que ya ensuciaban las relaciones de los estamentos futbolísticos. Prisa es lo que no se percibe en el seno del Athletic. Las partes se remiten a escenarios más concretos para calcular con mejor criterio en qué grado es preciso rascarse el bolsillo. Ahora, sin una proyección cierta en el corto y medio plazo, carece de sentido ponerse a echar cuentas. No obstante, el asunto tiene su miga dado que el gremio de los jugadores se mueve en unos parámetros económicos alucinantes. Así todo, no se pone en duda que en el momento que se estime oportuno se consensuará una solución. Solución a la que no merece la pena ponerle adjetivos, pues se presupone que permitirá a la institución liberarse de cargas excesivas, si las hubiese.

Y al fondo, cada vez más próxima, la final de Copa, el aliciente que hace de contrapeso a la abstinencia acumulada en este mes eterno.