Bilbao - En el comienzo de la pasada temporada, Dani García decía ser consciente de que fichar por el Athletic conllevaba asumir una presión superior a la que existía en el Eibar, su anterior equipo. Pese a que desde el primer día contó con la confianza del entrenador, entonces Eduardo Berizzo, y continuó siendo fijo en las alineaciones de Gaizka Garitano hasta la conclusión del calendario, con su rendimiento global no cumplió las expectativas generadas. De modo que Dani García inicia su segundo año en el Athletic con el objetivo de experimentar una mejoría sustancial, observación aplicable a muchos de sus compañeros.

La dinámica del colectivo suele arrastrar a las individualidades, para bien y para mal. El Athletic sufrió mucho durante los primeros meses de la campaña anterior y aunque luego levantó el vuelo, Dani García no acabó de erigirse en el sólido centrocampista que se presumía. Hubo tardes en que recordó al tipo que ejercía de capitán y faro del juego bajo la batuta de José Luis Mendilibar, sin embargo se diría que esa exigencia extra que comporta la camiseta rojiblanca pesó en exceso y le impidió dar regularmente una versión convincente.

En la etapa de Berizzo se vio sometido a un baile de nombres en la zona ancha del que poco beneficio extrajo. Siempre figuraba en la pizarra, en el rol de medio defensivo que él reivindica, pero a su alrededor la gente entraba y salía siendo imposible consolidar una idea, atender un plan, fomentar una complicidad en la sala de máquinas. Aquel desbarajuste arrastró a todos y el propio Dani García pasó de ser intocable a chupar banquillo. Esto fue en vísperas de la destitución de Berizzo y tampoco sorprendió porque el guipuzcoano no andaba fino y a menudo se le veía desbordado por la acumulación de trabajo.

Hasta cinco variantes manejó Berizzo en el círculo central y ninguna funcionó. En los compromisos previos al nombramiento de Garitano jugaba el trío compuesto por Beñat, San José y Muniain. Hecho el relevo se consolidaron Dani García, Beñat y Raúl García, fórmula habitual hasta mayo, con bastante protagonismo de San José en vez de Beñat en alguna fase. Todos agradecieron la estabilidad impuesta por Garitano, así como el orden y concierto en materia defensiva que pronto se tradujo en una drástica reducción de goles y oportunidades concedidas. Todos avanzaron y Dani García encontró además respaldo para desarrollar con mayor tranquilidad ese trabajo posicional haciendo coberturas, disputando y robando.

solo discreto Ahora bien, mientras el Athletic escalaba en la tabla siguieron detectándose una serie de déficits en aspectos vinculados al uso del balón. Al principio se pensó que el juego creativo y el ataque adquirirían mejor tono a medida que el equipo se fuese asentando en la parte alta. Pero no ocurrió así, ni siquiera a partir de que las posiciones europeas estuvieron a tiro el fútbol ganó en calidad. Los argumentos expuestos por el Athletic del último tercio del campeonato dejaron mucho que desear especialmente lejos de Bilbao y cada vez fueron más las miradas que se fijaron en los centrocampistas, a los que se solicitaba en vano personalidad y recursos para gobernar los partidos.

En esa faceta que requiere atrevimiento y unas condiciones concretas en lo que concierne al manejo de la pelota, nadie se libró del suspenso. Tampoco Dani García, correcto en el trabajo sucio a pesar de varios errores gruesos con resultado de gol en contra y muy discreto en tareas de distribución, con una tendencia muy marcada a tocar hacia atrás, como si de un automatismo se tratase, sin reparar en la existencia de la portería contraria.

Se supone que de entrada Dani García conservará su lugar en el once y es que, aparte de que Garitano crea en él, carece de competencia directa. No hay medios de su corte en el plantel después de la salida de Ander Iturraspe, pero por encima de esta circunstancia, él sabe que ha de dar un salto cualitativo en su segundo curso en San Mamés.