KEPA Arrizabalaga reúne los requisitos, todos, para encabezar la amplia lista de tránsfugas que han abandonado el Athletic en la última década. Aún habrá objetos personales suyos en la taquilla que ocupaba en Lezama, pero pierden el tiempo quienes piensen en una posible visita nocturna (con o sin salto de valla) para recuperar esas pertenencias. La impactante frialdad que proyectan su figura y su comportamiento establece una ruptura total con su pasado, con la que ha sido su vida desde crío. Se ha ido sin mirar atrás, ajeno a lo que deja a su espalda, aunque acaso en su fuero interno o en su círculo más próximo se jacte de haber dejado 80 millones en las arcas del club.
Era su tasación en un mercado donde es evidente que el dinero no vale nada y de unos años para acá contamina cuanto se cultiva en las entrañas del fútbol. Ibaigane puede dar fe de ello. En la calle, para algunos dicho ingreso es un consuelo, otros lo ven como causa de fuerza mayor y los hay que añaden a la escandalosa cifra el hecho de que el club cuente con alternativas de fuste en la portería para estimar que se trata de una operación redonda. Incluso se celebra que la fidelidad de Zidane a su plantilla se haya traducido en un extra de 60 millones.
Desde la óptica materialista, corriente ideológica imperante e irrefrenable en nuestros días, no cabe duda de que el Athletic acaba de cerrar un negocio magnífico. El problema radica en que el auténtico negocio del Athletic no está conectado a las leyes que rigen para el resto de los clubes, especialmente entre aquellos con posibles. Su razón de ser como entidad deportiva con un llamativo arraigo social supone un desmarque radical del espíritu que inspira la actuación de sus competidores tanto en el campo de juego como en los despachos y agendas de representantes, intermediarios, consultores y abogados. Es por esto que los beneficios de la salida de Arrizabalaga no pueden equipararse ni de lejos a los males que causa.
Son 80 millones ahora, fueron 65 en enero por Aymeric Laporte, 36 en 2014 por Ander Herrera y otros 40 dos años antes por Javi Martínez. A todas luces una barbaridad que conduce a una primera conclusión: algo debe de estar haciendo bien el club para que sus activos alcancen semejantes cotizaciones. En este sentido, las huidas de Fernando Llorente y Fernando Amorebieta (2013), aunque no aportasen un euro, reforzarían la idea de que el Athletic trabaja adecuadamente. Otra prueba al respecto sería que las bajas de estos titulares indiscutibles no tuvieron un efecto negativo en la marcha del equipo.
Sin embargo, el perjuicio resulta innegable. De entrada porque esa condición de escaparate adquirida muy a su pesar por el Athletic, ha sido interiorizada por determinados jugadores, que ven el club como el trampolín perfecto para saciar sus ansias de encumbrarse a golpe de talonario y/o de títulos que engorden su palmarés.
PUERTA ABIERTA Cada caso es particular, pero se ha abierto una puerta que no tiene visos de cerrarse así como así. De momento, quedamos pendientes de quién la cruzará siguiendo la estela del portero del Chelsea. Se ha instalado una tendencia. Los motivos que empujan al cambio de aires serán muy personales, pero parecen coincidentes, de modo que conviene profundizar para realizar un análisis justo. Dado que dinero y prestigio actúan como resortes, la fórmula para distinguir y clasificar los sucesivos episodios que jalonan esta fuga de talento debe fijarse en las circunstancias que rodean al futbolista.
A ver, no es lo mismo ser fichado a golpe de talonario que haberse formado en la cantera; ni es igual recalar en el Athletic siendo un juvenil o alguien ya rodado en otro destino; es asimismo interesante reparar en la trayectoria descrita como rojiblanco, en la hoja de servicios, en las temporadas cubiertas; la edad de salida sería otro dato a computar; y el comportamiento, no solo en el seno de la caseta, también en la relación profesional o contractual con el club, el grado de fidelidad mostrado ante los cantos de sirena procedentes del exterior. En fin, hay una serie de parámetros que facilitan la comprensión de la iniciativa y el talante del futbolista que, al margen de los sentimientos que albergue, conoce muy bien el significado y la dimensión del Athletic.
Computados los factores citados, resulta que Kepa Arrizabalaga se lleva la palma, pues logra reunir todos los requisitos para provocar una depresión entre los seguidores del club bilbaino. Personifica un modelo que de proliferar amenazaría seriamente 120 años de orgullo y dignidad.