SOY Borja Ekiza. Vivo en Pamplona. Me considero un chico tranquilo, calmado, serio, trabajador, concentrado. Esas serían mis señas de identidad", se radiografía en un anuncio por palabras, en un telegrama, una de las mejores noticias del curso mientras garabatea en el aire una alianza que luce en su mano derecha. Elude Ekiza (Iruñea, 6 de marzo de 1988) apenas una docena de partidos con el Athletic aunque luce el ascendente de los veteranos, en su tarjeta de presentación que su alma, desde el cordón umbilical, siempre fue la de un futbolista. Tan fuerte es su presencia, la fuerza arrolladora de la pelota en su imaginario, que no necesita reafirmarse ni subrayarse ni recordarse. "Siempre he querido ser futbolista, nunca pensé en otra cosa. Ni en ser astronauta, ni bombero... de mayor quería ser futbolista. Era el típico chaval que iba al colegio siempre con el balón. No recuerdo ni un día que no jugara a fútbol en el patio del colegio".

Un Mikasa, -"un balón bastante duro", recuerda- acompañaba cada paso de Borja por La Chantrea, el barrio de casas bajas y grandes futbolistas, donde la pelota aún es un ser respetable, incluso venerable. "Siempre había dos bancos o dos árboles para que se convirtieran en porterías, una plaza y unos amigos para jugar". Un mundo perfecto -"donde aprender la pillería del fútbol"- para Ekiza, con el corazón acelerado y el pulso adrenalítico. "De pequeño no paraba. Era muy movido. Un terremoto. Solo había una cosa que me relajara, los discos de Queen. Me los ponía mi tío Iñaki y yo me quedaba tranquilo, de repente, paraba. Esa música me sigue relajando", refresca de la memoria.

Ese latido agitado, efervescente, dichoso, le visitó de improviso en Málaga, donde se personó con el traje de Iñigo Díaz de Cerio -él no tenía traje propio-, en la sala impersonal del hotel de concentración. El corazón se le desbocó a Ekiza un sábado de enero durante la charla técnica que ofrecía Joaquín Caparrós. El técnico le señaló para el equipo titular. "Me quedé de piedra. Pensaba, el míster se ha tenido que equivocar. Era algo que no me esperaba", desembala el jugador.

Habla Borja mientras la mano le tamborilea el corazón, como si la memoria, sabia, le ordenase apaciguarlo. Aunque nervioso, sorprendido, por el impacto de las palabras del técnico, le alcanzó a Ekiza para llamar a su chica por teléfono. "No hablé mucho. Estaba muy emocionado. Simplemente le dije que jugaba. Ella se puso muy contenta, pero no tardó en decirme que me centrara en el partido y que apagara el móvil". Ella se encargó de comunicarles la buena nueva a sus padres: José Luis y Lola. "Hablé con ellos después del partido. Estaban muy contentos. Las cosas me salieron bien", desgrana.

Fuera de cobertura hasta la hora del partido, la mente correteándole por La Rosaleda del jeque y su cherea del mercado de invierno, Ekiza se ató a Mikel San José, su pareja en el eje de la zaga, con el que anteriormente había compartido vivencias en La Txantrea y en los juveniles del Athletic. "Le dije, hoy tengo muchas más ganas de hablar contigo que con mi novia" y la sonrisa le florece. Para entonces, Caparrós le había trasladado un frase que se le tatuó. "No le subimos por lo que queremos que haga, sino por lo que ha hecho".

Después de la conversación, de sortear el debut de manera aseada, -"tenía claro que no tenía que fallar, que debía pasar desapercibido y hacer el trabajo lo mejor posible", concreta-, explotó de júbilo cuando la coronilla de Javi Martínez encontró el empate en el último fotograma del partido. "Nos supo a gloria. Fue como una victoria", dice Ekiza, al que el estómago le revoloteó en la cama. Demasiadas emociones. Un viaje lunar en un cohete. "Me costó dormir, de hecho, después de los partidos me cuesta hacerlo porque todavía estoy con la adrenalina. No es que le dé vueltas al partido, ni que me coma la cabeza, pero siento la adrenalina".

cal y arena Aquel empate propulsó al mejor Athletic, el que tejió cuatro triunfos consecutivos. "Llegamos a un estado de euforia. Fue la de cal. La de arena es ahora", analiza Ekiza, con los cinco sentidos encendidos, alerta, en cada entrenamiento. "Trato de estar siempre atento, no solo con los comentarios que van dirigidos a nosotros, los defensas. Intento prestar siempre atención y aprender", e instintivamente le sacude la imagen de Eric Abidal, el zaguero del Barcelona, ausente de la competición tras estirparle recientemente un tumor del hígado, al que desea la más pronta recuperación posible. "Abidal, que tiene 30 años, ha comentado que durante este año es cuando mejor está jugando a fútbol, cuando mejor lo entiende. Pienso como él, que nunca se deja de aprender".

Abrazado a la invisibilidad, con cierto apego al anonimato en sus primeros partidos, el estreno en San Mamés le trasladó a la felicidad absoluta. "Justo antes de salir al campo, pensaba: ¿ toda esta gente me va a estar mirando y animando? Es una sensación única", recapitula el central, cuyo axioma en una posición tan sensible "es defender y no cagarla". Ekiza se ha ido desempolvando con el calendario para descubrir un central rápido, expeditivo, siempre atento y que se maneja con suficiencia con la pelota en los pies como lo hacía en el colegio. "Entonces era el bueno del equipo. Je, je!", sonríe. "El tener partidos, la confianza, te ayuda a que te atrevas a hacer cada vez más cosas, aunque sé que lo fundamental es defender, es nuestra función", calcula Borja, que no siempre fue zaguero, al igual que Mikel San José, cuyo recorrido es similar. "Empecé de medio centro hasta que llegué a Lezama. Me probaron en diferentes posiciones hasta que acabé de central", una posición en la que la complicidad es un asunto imprescindible. "Tenemos ciertos códigos. La comunicación y la intuición son muy importantes. Con Mikel, que es con el que más he jugado, me entiendo casi con la mirada", apunta Ekiza, que ha logrado imponerse a centrales del tallaje de Amorebieta, Ustaritz y Aitor Ocio. "El nivel de centrales del Athletic es altísimo y la gente entrena a muerte por estar en el equipo", desglosa Ekiza, que, aunque irrumpió en el equipo en un momento de lesiones y sanciones, no descarrila el discurso que le llevó embarcarse en el fútbol.

Borja no se distrae, sabe lo que quiere. Desde que se calzara unas Line 7 negras y verdes. "A los 14 años me plantearon si quería jugar en el Athletic. No me lo pensé. Dije que sí. Evidentemente no me arrepiento de aquella decisión que me obligó a dejar la familia en Pamplona mientras yo, que todavía era un chavalito, convivía en la residencia de Derio". La vida lejos del perímetro familiar, es hijo único, le cinceló la madurez. "El hecho de estar fuera de casa te hace espabilar. Lo pasas peor, pero te hace madurar más rápido", estima Borja, a la misma velocidad con la que escribe los renglones de una historia que comenzó con un telegrama.