Aste Nagusia encara su recta final con deberes encima de la mesa de cara a su próxima edición y, entre ellos, se encuentra un asunto que, tal como se intuía, ha aflorado exponencialmente: la venta ambulante ilegal de comida en el recinto festivo. Fue este diario quien, en la rueda de prensa de presentación del dispositivo de Seguridad, interpeló al Ayuntamiento bilbaino sobre esta cuestión por si se iban a redoblar esfuerzos para contener la problemática, a lo que la concejala de este área, Amaia Arregi, respondió haciendo un llamamiento a la ciudadanía para que evitara consumir en estos puestos ya que –y ahí llegó la advertencia de calado– existía la experiencia de haber encontrado alimentos “guardados en alcantarillas”. Pero Marijaia salió al balcón y, apenas tres horas después, y en numerosos puntos, principalmente en El Arenal, ya se hallaban apostados tenderetes desprendiendo humos de brasas y ciudadanos adquiriendo productos. No pocos se preguntaban cómo era posible cuando, a escasos metros, había agentes policiales. Basta un ejemplo: entre el Puente de La Merced y el Teatro Arriaga. En lo que es el epicentro de las txosnas, el número sobrepasaba lo inimaginable. Las reuniones y conversaciones del Consistorio con los cuerpos policiales se han sucedido a lo largo de la semana pero la edil lo tiene claro: “No se puede atajar solo desde el ámbito policial”.
Entre la noche del miércoles y la madrugada del jueves se practicaron 21 decomisos (70 kilos), entre pinchos morunos, carnes, arepas, salchichas, embutido, bebidas alcohólicas, tabaco... Y en vista de que la estrategia inicial no estaba dando el resultado esperando, se ha querido dar un paso más para hacer más efectiva la labor de los agentes desarrollando unas pautas específicas. Entre ellas, las grabaciones con las cámaras de los policías para identificar a las personas que, en verdad, se hallan cometiendo un delito en el interior de lo que se considera el perímetro festivo, para que una vez que lo abandonan avisarles de que están ya identificados. “De que se les ha visto cocinando y vendiendo”, cuenta Arregi, porque llevar a cabo cualquier otro proceder resulta extremadamente complejo. “Por un lado, cuando se ve a alguien que quiere entrar con una parrilla se le pregunta por si tiene un permiso. Pero por mucho que les veas con un carro de hamburguesas pueden alegar que van a hacer una fiesta en su casa”, explica la concejala a DEIA. Y una vez dentro del recinto, controlado por unas comparsas reacias a cualquier presencia policial, cortar de raíz es más difícil todavía. “Tenemos que actuar de forma proporcional y adecuada para evitar males mayores, como que la gente corra despendolada”, argumenta.
El Ayuntamiento era plenamente consciente de cómo este asunto podía ser uno de los mayores quebraderos en fiestas. Por ello, previamente había testado la disyuntiva con otras ciudades y eventos multitudinarios como la celebración del Orgullo en Madrid. “Allí se daba una situación parecida pero mal de muchos, consuelo de tontos”, admite Arregi. “Por eso hemos intentado apelar a la conciencia ciudadana”, afirma, incapaz ella de dar respuesta a la pregunta de por qué a nadie le entra en la cabeza. “Ahí tienes el titular”, añade. “Instamos a esa responsabilidad porque depende de todos y cada uno de nosotros. Se ponen porque venden. Si no vendieran, no estarían”, recalca sobre una tesis que muchos sitúan, sin embargo, en la mítica frase de qué fue antes, el huevo o la gallina.
Sin enfrentamientos
“Es que no es solo el hecho de que estén haciendo uso del espacio público para vender lo que les apetezca. Es que hablamos de algo que puede generar problemas de salud dado que no existe ninguna trazabilidad sanitaria. Insistimos en lo de los alimentos hallados en las alcantarillas o en vehículos con altas temperaturas”, destaca. “Y si se da una intoxicación alimentaria o salta una brasa, ¿qué vamos a hacer? ¿Culpar al Ayuntamiento por falta de controles?”, apostilla. “Nadie puede decirnos que no estamos encima de ello aunque sabemos que los puestos han ido proliferando”, lamenta la edil, confiando en que “el boca-oído haga efecto” y felicitándose al menos de que no se han producido enfrentamientos entre los agentes y los vendedores ambulantes.
Al hilo de quienes sostienen que en esta parcela hay mayor tacto que, por ejemplo, en las actuaciones con los manteros de la plaza del Gas, Arregi insiste en que “lo mismo que decimos que quien vende falsificaciones hace daño al comercio local, estas otras personas se lo hacen a la hostelería y a las txosnas, que son las primeras perjudicadas”. “Actuar se actúa con todos igual, y hay sanciones, pero en el caso de la comida ilegal, insisto, hay que pensar en que hablamos de zonas que están atiborradas de gente, por lo que hay que ser cautos y evitar problemas mayores si a la gente le da por correr. Se interviene con proporcionalidad y con firmeza”, valora, teniendo en cuenta además de que, aunque haya controles en puntos clave de entrada al recinto, el laberinto bilbaino permite acceder desde otras calles adyacentes a estas personas. “Cada uno puede disfrutar de la fiesta como quiera y consumir lo que desee, pero a la cinco de la mañana y a cualquier hora, por favor, que lo haga donde existen controles sanitarios”, zanja.