La otra cara de Aste Nagusia: los trabajadores sostienen el pulso de la ciudad
Anécdotas, madrugones y noches sin fin en los locales durante las fiestas. “En este local ha pasado de todo”, afirma un cocinero
Las txosnas de Aste Nagusia laten cada noche al ritmo de la música y la fiesta. Miles de personas bailan, cantan y se entregan a la alegría de la semana de fiestas de Bilbao.
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Pero alrededor de ese corazón festivo existe otra realidad mucho menos visible: la de quienes trabajan mientras todo el mundo se divierte. Persianas que se levantan temprano, barras que no descansan hasta que el cielo empieza a clarear y comerciantes que, entre el bullicio, sostienen el día a día de la villa.
Amaia, que lleva 38 años al frente de la administración de loterías junto a El Arenal, es uno de esos rostros que cada agosto se enfrentan al reto de compaginar trabajo y fiestas. “Por la mañana está tranquilo, aunque molesta que la música de las txosnas suene tan pronto”, confiesa.
“Un borracho se quedó dormido en el local, le movía y no reaccionaba”
Su horario, aparentemente sencillo, se ve alterado por el ruido nocturno y por la marea de gente que recorre la zona a todas horas. Muy cerca de allí, la rutina es bien distinta. Unai Bilbao, cocinero del bar Alisas, arranca su jornada mucho más tarde… y la termina cuando la ciudad comienza a desperezarse.
“Abrimos a la una del mediodía y trabajamos hasta las cuatro o cinco de la mañana. Es muy estresante, hay que organizarse mucho”, reconoce. Mientras la música no cesa, en el interior del bar la barra se convierte en un campo de batalla: vasos que se acumulan, comandas que se solapan y clientes que llegan sin fin. Hay que estar alerta Entre esos dos mundos se encuentra Isabel, encargada de la tienda Friking. A las 10.30 ya tiene la persiana levantada, aunque admite que durante las fiestas suele abrir incluso antes para atender pedidos. “Por aquí siempre pasa un montón de gente, es un sitio estratégico”, asegura.
Hay que estar atento
El escaparate de camisetas y tazas se convierte en un imán para cuadrillas, turistas y curiosos. Pero no todo es tan festivo como parece: “Tienes que estar un poco más alerta, porque entra mucha gente y siempre hay quien intenta meterse una camiseta en el bolsillo”. El trabajo se convierte, así, en una mezcla constante de atención al cliente, vigilancia y resistencia. “Son días largos, pero también muy intensos”, añade Isabel con una sonrisa cansada. Lo que para unos es una semana de desenfreno, para otros es un maratón laboral. La afluencia de gente dispara el consumo y convierte cada jornada en un reto de resistencia.
Desde los cafés de primera hora hasta las últimas copas de la madrugada, los trabajadores sostienen el pulso de la ciudad. Los cambios en los horarios de descanso, el cansancio acumulado y el ruido constante son parte del paisaje. Sin embargo, todos coinciden en que Aste Nagusia merece la pena. “Es una buena época, aunque cansada”, resume Isabel. Para los hosteleros, las fiestas suponen un esfuerzo físico y mental, pero también un impulso económico que se nota a final de mes.
“En el bar ha pasado de todo, desde una pareja haciendo el amor en el baño hasta gente dormida en la puerta”
La otra cara de la celebración
Porque mientras la villa se sumerge en la fiesta, hay quienes la sostienen en silencio: tras la barra, tras el mostrador, siempre al pie del cañón. Sus horarios son invisibles para quienes bailan en las txosnas hasta el amanecer, pero sin ellos la fiesta no sería lo mismo. Y es que Aste Nagusia no solo son fuegos artificiales, conciertos y verbenas. También son persianas que se suben cada mañana, cafés servidos con paciencia infinita, camisetas dobladas una y otra vez y cocineros que, pese al cansancio, siguen brindando con una sonrisa. La cara menos visible, pero igualmente imprescindible, de la gran semana de Bilbao
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