En plena Aste Nagusia, el ajetreo de El Arenal no da tregua ni a comerciantes ni a hosteleros. Entre persianas que se levantan temprano y bares que cierran de madrugada, quienes trabajan en esta zona del centro de Bilbao saben que las fiestas traen consigo cansancio, ruido… y también un buen repertorio de anécdotas. Una de las más llamativas la protagonizó Amaia, responsable de la administración de loterías ubicada junto a El Arenal.
Con 38 años al frente del negocio, asegura que ha visto de todo durante la semana grande, pero hay una escena que aún recuerda entre risas. “Un borracho se quedó aquí dormido. Llegó la hora de cerrar, le movía y no reaccionaba. Tuve que llamar a los municipales, y en cuanto vinieron, espabiló. Quería quedarse a dormir aquí”, relata con humor. La trabajadora recuerda que hace unos años el local cerraba más tarde, sobre las diez de la noche, aunque ahora baja la persiana antes para evitar incidentes. “Son días intensos, en los que nunca sabes con qué te vas a encontrar”, asegura.
Transformar la villa
Las fiestas transforman por completo el ritmo de la villa. La administración, que durante el año mantiene un flujo constante de clientes habituales, se convierte en un lugar de paso para decenas de personas que, atraídas por el ambiente de El Arenal, entran a probar suerte o simplemente a curiosear. “Lo que cambia estos días es la cantidad de gente que se mueve por la zona. Mucha gente de fuera entra y compra lotería de Navidad”, explica Amaia.
Los ruidos de las txosnas llegan hasta bien entrada la mañana, y el trasiego de cuadrillas y turistas convierte cada jornada en un pequeño reto. La administración de Amaia, situada en un punto estratégico del Arenal, es testigo del doble rostro de la fiesta: la alegría de quienes vienen a divertirse y el cansancio de los que trabajan para que todo siga en marcha.