“El miedo al infierno se vuelve a usar para manejar a la sociedad”
El vizcaino Fer Montoya es el autor del texto de ‘Pecados. El cabaret de la carne’, que dirige junto a Israel Reyes estos días en el Palacio Euskalduna
Un cabaret es el punto de partida para conocer, bajo el paraguas de los siete pecados capitales, a seis amigos. Todo ello aderezado con números musicales que hacen de Pecados. El cabaret de la carne, en palabras de sus directores, Fer Montoya e Israel Reyes “una comedia amable”. Al menos en apariencia, porque con cada escena nos acercamos a sus soledades y sus miedos, abordando cuestiones como las nuevas formas de relación o los malos tratos. “Metemos al público en un mundo Disney para asestarle una cuchillada de realidad”, prometen.
Empezamos bien. Los pecados son siete, me falta uno en el cartel.
FER MONTOYA: Germán [G. Arias] el pianista, es la pereza, por eso se llama Pérez. Se nos queda dormido muchas veces en la obra... La lujuria es la mezcla de los seis actores, que son una panda de pecadores.
El título es muy sugerente. ¿Van a escandalizar al público?
F. M.: ¡Ya nos gustaría ser tan punkis! Tenemos que practicar más.
ISRAEL REYES: Nos hemos quedado políticamente muy correctos. Es una comedia musical estándar, eso sí, ácida e irónica, con el punto cruel de lo que les ocurre a los personajes, muy conectado con el día a día de cualquiera de nosotros.
Todo eso, en un cabaret, que apenas quedan. ¿Qué ha sido de ellos?
F. M.: Qué ha sido de la noche, ¿no?
I. R.: Un espectáculo con artistas en vivo hay que pagarlo. Y hoy la noche consiste en hacer caja con las copas.
F. M.: El cabaret siempre ha tenido un discurso político. Aunque es una comedia hablamos de malos tratos, de nuevos modos de relación, de violencias, de soledades… desde un lugar muy irónico y crítico.
¿Qué ocurre dentro?
F. M.: Es la historia de una cuadrilla de amigos y los encuentros que se producen entre ellos, donde vas descubriendo sus soledades, sus miedos, sus vértigos…. Les vas conociendo y entendiendo un poco.
I. R.: El mensaje está en lo cotidiano del texto. No es una historia épica pero hay pequeñas cosas con las que piensas ‘no quiero esto para mí’.
¿Y dónde encajan ahí los pecados?
F. M.: Son la disculpa para que todo salga mal. Desde el divertimento, esta es una historia sobre fracasos que te hace reflexionar.
I. R.: Metemos al espectador en un mundo Disney para asestarle una cuchillada de realidad.
¿Tan irresistibles nos resultan?
F. M.: A diario vemos gente envidiosa, tacaña… Por desgracia, están muy conectados a nosotros. Yo soy muy fan de la gula y la lujuria pero ni siquiera son tan pecaminosos, ¿no?
I. R.: ¡Son los más divertidos!
F. M.: El resto me parecen muy feos. Pretendemos que la gente se vea reflejada, ella o su entorno.
I. R.: El teatro está para eso, ¿no? Para ser un espejo de la sociedad.
¿Quedan ustedes libres de alguno?
F. M.: Me cuesta mucho entender la envidia; soy cero envidioso. ¿Que alguien tiene un barco muy grande? Pues fantástico, igual así me lleva a dar una vuelta. Del resto...
I.. R.: La avaricia, quizá. Si nos interesara tanto el dinero no nos dedicaríamos a esto (ríen).
“Con número musicales amables, metemos al espectador en un mundo Disney para asestarle una cuchillada de realidad"
¿No hemos superado ya el miedo a ir al infierno?
F. M.: Estamos viviendo una época de retroceso absurdo: social, político, religioso… Por desgracia, el pecado sigue estando de moda.
I. R.: Los miedos vuelven a ser la forma de convertir a la gente en un rebaño absolutamente manejable. Estamos en el medievo.
¿Es complicado dirigir una obra a cuatro manos?
F. M.: Nos ha pillado a los dos mayores como para que hubiera movidas de egos. Ha sido muy disfrutón.
I. R.: Nos hemos repartido de una forma muy natural la parcela de cada uno. Y es una cuestión de confianza; si no no te metes en algo así. Asumes la personalidad del otro, su experiencia, su capacidad y sus manías, como yo tengo las mías.
F. M.: Y los actores han sido muy fáciles: muy pro, muy serios, muy currelas. Cantan bien, bailan bien, interpretan bien… Para mí ha sido un lujo y eso se nota en el resultado final: si en el proceso hay buen rollo, el espectáculo sale ganando muchísimo. Cuando he tenido un actor que siempre viene cansado o un productor que te está tocando el pie no puedes esperar al día del estreno para quitártelo de encima.
“El teatro es la eterna Cenicienta de las artes pero hoy, con tanta oferta de ocio desde el móvil, lo que la gente demanda es esa experiencia”
Fer, usted es autor del texto. ¿Es de los que lo quieren mantener intacto de principio a fin?
F. M.: Cero. ¡Pero si esta panda me ha escrito la mitad de la obra! Me encanta que los actores aporten porque lo están haciendo suyo. Todo a favor de la obra. Somos artistas pero poco egocéntricas.
I. R.: El teatro es algo muy vivo: no cambias el montaje todo los días pero siempre estás buscando mejorar el rendimiento. Es lo que nos engancha a los que hacemos teatro.
Bilbao está repleto de teatro estos días de Aste Nagusia.
F. M.: Da gusto. Está Euskalduna, la sala BBK, Pabellón 6, el Arriaga… Los Pilares de la Tierra se representa encima nuestro; somos el infierno, pecando debajo de la catedral.
¿Qué tiene que gusta tanto?
F. M.: Tiene que ver con lo vivo, con la experiencia de que una persona de verdad te está contando algo en directo. Surge la magia entre el espectador y el actor. Me encanta el cine y las series pero el teatro es siempre más especial, único.
I. R.: El teatro siempre ha estado en crisis, es la eterna Cenicienta de las artes pero hoy en día, con toda la oferta de ocio que tienes desde el móvil, lo que el público demanda es esto, es la experiencia. Aunque eso ya la inventaron los griegos…
Pero la competencia será feroz.
I. R.: Lo es, totalmente. Por eso hacen falta más políticas públicas que apoyen la creación en la danza, en los autores de teatro, en los jóvenes intérpretes… No un concierto de Maluma, que ya lo van a sufragar sus fans.