Es el único torero a caballo que ha abierto las seis puertas grandes más importantes del mundo: Madrid, Sevilla, Bilbao, México, Bogotá y Nimes. Y se despide en la cima de la montaña, sabiendo que deja el mejor de los recuerdos entre la afición. El navarro no solo se marcha con la tranquilidad de que su legado sigue vivo a través de su hijo Guillermo, sino con el orgullo de haber conseguido un trato mejor por parte de la crítica especializada o remuneraciones más justas para su colectivo. “Estas reivindicaciones hicieron que el rejoneo viviera una época de oro”, afirma.

¿Está preparado para colgar la pica?

—Estoy preparado porque es una decisión muy madurada, llevo muchos años de procesión y creo que es el momento idóneo.

¿Qué recuerdos tiene de Vista Alegre?

—Muchos, como la celebración de mis 25 años de alternativa, que coincidió cuando sumaba 1.000 corridas. Fue una efeméride donde se dieron varias cosas. Tengo recuerdos muy bonitos de mis inicios, cuando prácticamente no había salido de Navarra, y por el 89 me dieron la oportunidad de torear una novillada que salió en el mes de octubre y para mí fue importantísimo. Todavía era un desconocido. 

¿Y qué ocurrió en el 94 en Bilbao?

—Fue mi debut en mi primera Aste Nagusia. Salí a hombros toreando con tres de las figuras más grandes de aquel momento: Javier Buendía y los hermanos Luis y Antonio Domecq. Ese fue quizás uno de mis impulsos más importantes en aquellos momentos, me abrió muchas puertas de mi circuito internacional. 

Recientemente afirmó que Vista Alegre le parece la plaza más elegante de todas, ¿no dirá lo mismo de cada una de las plazas?

—No, claro. Cada plaza tiene su idiosincrasia y la característica de Vista Alegre es la elegancia del coso y la que viene marcada por su público. La gente es exquisita: desde cómo se presentan en la plaza, con su vestimenta elegante, sus silencios y su respeto a la fiesta. Y también su seriedad. Triunfar en Vista Alegre es muy difícil.

¿Puede decir que se despide en lo alto de la cima? 

—Sí, porque a pesar de haber tenido una carrera longeva, a mis 58 años, me despido en un momento en el que me siento pleno. Una frase que el público me repite cada tarde es que no me vaya. Lo importante de una despedida es que te vayas cuando la gente todavía te quiere.

Se va habiendo equiparado el rejoneo al toreo a pie. ¿Pero qué es lo que más orgullo le produce?

—He vivido unos años de mucha reivindicación porque el toreo a caballo tenía muchos seguidores pero siempre estaba tratado como una fiesta menor. Conseguí que nos trataran mejor desde la crítica especializada, que pudiéramos lidiar mejores toros o que la remuneración económica fuera acorde al público que metíamos en la plaza, que era mucho. Estas reivindicaciones hicieron que el rejoneo viviera una época de oro.

¿Qué sensaciones le está provocando su gira de despedida?

—Mucha nostalgia. Hay veces que cuando hago el paseíllo o cuando termino mi último toro hay un pensamiento de cierta tristeza. Es la última vez que vivo estas sensaciones que tanto me gustan. Por otro lado también estoy viviendo los momentos más bonitos de mi carrera, que es ver que me voy con el respeto y el cariño que he conseguido a lo largo de mi carrera y la gente me lo está evidenciando cada tarde. 

Y, además, su hijo Guillermo está siguiendo sus pasos...

—Sí, nos garantiza a toda la familia que el toreo sigue vivo en la casa y que todos vamos a seguir viviendo la fiesta a través de él. Lo que más me gusta es montar a caballo y prepararlos. Lo voy a seguir haciendo y esos caballos se van a seguir presentando en la plaza a través de mi hijo.

¿También preparan caballos para otros toreros?

—Como tenemos un criadero muy extenso, ha pasado como con los grandes equipos de fútbol. Tenemos tal banquillo que a veces hay caballos con los que no nos compenetramos o no nos identificamos y esos pasan a otros rejoneadores, algunos vendidos y otros, cedidos. 

Se habla de la afición del Athletic, ¿pero tiene la afición taurina de Bilbao algo que no tenga el resto?

—Bilbao para los toreros es como el puerto de montaña de la temporada, sabemos que cuando lo subes ya de ahí empiezas a bajar. Es el último esfuerzo importante después de Sevilla, Madrid, Pamplona… A todos los toreros nos encanta Bilbao, aunque nos haya pesado por el tipo de toro, que se ha caracterizado siempre por ser muy serio: un toro grande, con mucho trapío. Sabemos dos cosas: que la recompensa de un triunfo en Bilbao supone mucho y que vamos hacia un público que sabe exigir, pero siempre con mucho respeto y cariño. Te sientes arropado.

¿Considera que hay afición suficiente como para que el toreo perviva en plazas como la de Bilbao?

—Me entristece que estos últimos años las entradas del público en Vista Alegre hayan sido más bajas. No sé muy bien por qué: si es algo que está marcado por tendencias políticas que nos utilizan como arma de voto, lo mismo desde un lado que del otro. 

Además de rejonear, ¿estos años ha tenido tiempo para disfrutar de la Aste Nagusia?

—No, es algo que me queda pendiente a partir de ahora. En épocas donde se daban muchos más toros que ahora recuerdo subir del Puerto de Santa María de noche para torear en Bilbao y otra vez viajar de noche para torear en Málaga. Era un mes muy prolifero en toros y me coincidía así. 

Se retira de corridas en las plazas, pero seguirá activo en su finca de Estella, donde hay mucho trabajo en relación a la crianza de caballos y toros de lidia.

—Sí, es una finca donde hay un equipo de trabajo totalmente apasionado con lo que hacemos. Lo bonito es que con Guillermo va a seguir todo vivo. Aquí hacemos el ciclo completo: desde decidir el apareamiento de los caballos y las yeguas, la crianza de los potrillos, la doma y la preparación. Los toros apenas estamos empezando a lidiarlos pero ya llevamos años seleccionándolos aquí, en casa, y nos sirven para entrenar los caballos.