OLA. Mi nombre es ninguno. Una vez fui tú. Fui una persona de las que llamáis normal, con familia, hogar y amigos” y que ahora puede tener el rostro de esa persona que vive en un banco enfrente de tu casa. Son testimonios de personas sin hogar, que piden una oportunidad: “No tener casa, mata”. Con motivo del Día de Personas sin Hogar, que se celebra hoy, personas en situación vulnerable por la falta de acceso a una vivienda han protagonizado esta semana en varias ciudades diversos actos, en los que se ha dado lectura de un manifiesto para recordar que “una vez fui tú” y reclamar a las administraciones programas para “dejar de ser una nada”.

Paradojas de la vida mientras las autoridades pedían a la población que se confinara en casa, las personas sin un hogar se veían sumidas en una situación aún más vulnerable. “El Centre de Nit supuso una solución el día que se cerraron los hoteles, hostales y todos los alojamientos del Estado. Ese día empezó a hacerme mucha gracia la macabra ironía del hashtag #quedateencasahashtag. Pensaba en los muchos que no podrían compartir ese deseo, esa actitud y ese arrimar el hombro que se pidió a la población para salir de esta gran crisis sanitaria. No por falta de ganas ni desidia, simplemente porque algunos no teníamos casa en la que quedarnos”, denuncia una de estas personas.

Diego y Hamid tampoco querían abandonar su chabola debajo del puente de Basurto. Se habían habituado a vivir en esas condiciones y no querían perder lo poco que tenían. Por difícil de entender que parezca, la línea que cruza un lado y otro de la sociedad a veces es tan difusa como pasar de la noche al día. “Te acostumbras. Los primeros días se te hace muy duro, pero al final pasados seis meses lo ves casi como algo normal”. Tanto es así que Diego, natural de Vigo, a sus 49 años había perdido la vergüenza de que le vieran en la calle y había aprendido a superar el miedo. Su compañero de chabola y vivencias, no puede decir lo mismo, porque a Hamid, de 53 años, solo pensar en volver a la calle le vuelve loco. “Si lo pienso me hundo”.

Para ellos, como para otros sin techo, el coronavirus supuso cierta normalidad por contradictorio que parezca. “Bendito virus”, afirma Diego. Y no porque no le tenga respeto, sino porque para él fue una oportunidad. “Como lo oyes, me cambió la vida”.

Diego y Hamid tuvieron que abandonar la chabola y fueron confinados en el dispositivo habilitado en La Casilla. Y no era tan malo como pensaban. Al revés, tenían un cobijo. Pasados los primeros meses, el equipo de educadores de este polideportivo -integrado por Joseba, Jon y la trabajadora social Garazi, de Bizitegi- vio que su perfil y sus características encajaban más en Begoñetxe, un centro que Cáritas habilitó para atender a las personas sin hogar durante el confinamiento. “Si en La Casilla estábamos bien, en Begoñetxe fue un lujo”, dice Diego. Allí “teníamos hasta zona de jardín para pasear e hicimos muchos trabajos para la comunidad”.

Diego y Joseba pasaron momentos duros hasta que lograron traer a Hamid a Bilbao, porque esos días del confinamiento se encontraba en Madrid, sin papeles, sin móvil... Y si es cierto que las desgracias unen, estos amigos unidos por los años de cárcel que pasaron y las noches en vela en la calle haciendo guardia para sortear los peligros de la oscuridad les forjaron una amistad y una familia que habían perdido.

Pero cuando el virus empezó a aflojar y la nueva normalidad empezaba a imponerse, para ellos como para otras tantas personas que habían estado bajo la tutela de las asociaciones que les procuraron un confinamiento, llegó la ansiedad de no saber qué pasaría con ellas.

“Pocas veces pasa”, dice Diego, pero la suerte parecía sonreírle porque el programa Lur en el que trabaja Bizitegi se encargó de procurar un techo a todas las personas sin hogar que habían permanecido confinadas en algunos de los dispositivos dispuestos. Así, fueron habilitadas 62 plazas en el Hostel Ganbara, catorce en el Hostel Casual, cuarenta en Agiantza, otras cuarenta en Claret, LagunArtea empezó con treinta, pero los problemas le llevaron a quedar reducido a cuatro; ocho de perfil más joven en Itaka y 18 en Elejabarri. Gracias a estos recursos, explica Joseba, todo el que quería podía acogerse a esta nueva situación para tener un lugar donde dormir. “También hubo quien rehusó cualquier opción porque o bien necesitaban estar solos, o las adicciones les hacían difícil cumplir con las normas o necesitaban una rutina”, señala Garazi, trabajadora social.

Diego y Hamid fueron de los que optaron por ubicarse en el hostel Casual y eso también les ha ayudado como dice el primero a “cambiar el chip”. Por las mañanas, Diego realiza un cursillo y su aspiración es encontrar trabajo, mientras Hamid ha formalizado sus papeles, “porque sin papeles no eres nadie”.

Ahora llega la segunda ola de la pandemia y para ellos el 31 de diciembre es el fin del contrato con esta oportunidad que les ha dado la vida, y como a ellos a otros tantos sin techo, porque ese es el día en el que, si el programa no es prorrogado, tendrán que dejar estos alojamientos y volver a la calle. “No queremos ni pensarlo”.

No tener casa es la principal causa que lleva a la calle y de la calle a la marginación. Diego y Hamid solo son las caras de otras tantas personas que como ellos cruzaron la línea fina que separa la normalidad del desamparo. Con motivo del Día de las Personas Sin Hogar, que se celebra hoy, personas en situación vulnerable por la falta de acceso a una vivienda recuerdan que “una vez fui tú”.

“Primero te avergüenzas pero después de unos meses ves normal domir en la calle”

De Vigo, 49 años

“Si pienso en volver a la calle cuando acabe este programa de Bizitegi, me vuelvo loco”

De Marruecos, 53 años