EJOS de su país, después de escapar durante seis años de la guerra que asola Siria, ahora se enfrentan en Euskadi a otra adversidad, confinados por un virus. Esta tampoco es una situación fácil de superar, en otra cultura, con otro idioma y muy lejos de su familia.

La familia Arar, integrada por el matrimonio y cinco hijos con edades comprendidas entre seis meses y 10 años, llegó a Bilbao para participar en un programa piloto del Gobierno vasco en colaboración con Acnur, que cuenta con el apoyo de Cáritas y Ellacuría, para prestar acogida a refugiados. Provienen de la localidad siria de Idlid, donde Acnur hizo el chequeo y la valoración para el Gobierno español de las personas candidatas para entrar en el sistema estatal de reasentamiento. No sabían a dónde llegarían, si compartirían piso o estarían en un alojamiento comunitario.

Esta familia entró en el cupo de 2017 que se compromete a acoger a una serie de refugiados y que se hizo realidad el año pasado en el País Vasco. La singularidad, o el privilegio, es que llegaron a un barrio concreto de Bilbao, Castaños, donde un grupo de ciudadanos se han comprometido durante dos años a ayudarles en su integración.

El proceso comenzó con gran ilusión por parte del grupo de apoyo de voluntarios que señalan en sus comentarios la riqueza que les aporta participar en esta experiencia, así como con el agradecimiento de la familia. Según explica Jon Fernández de la Bastida, coordinador del proyecto, los progresos durante los primeros meses fueron muy importantes. "Los niños habían avanzado mucho en la ikastola, pero también en su proceso de socialización". Con la ayuda de los vecinos, también los padres habían conseguido comenzar su integración en el barrio. El idioma, hablan árabe, es sin duda una de las barreras más importantes de superar, así que recibían clases de castellano y con el acompañamiento del grupo de apoyo estaban superando poco a poco las dificultades de encontrarse fuera de su país, con una cultura diferente€ Satisfechos de tener un hogar.

Pero, paradojas de la vida, se encuentran ahora confinados, como el resto de la población, para vencer no a la guerra entre hombres sino a un virus. Dice Fernández de la Bastida que "creo que dadas sus circunstancias, seis años escapando de una guerra, esto lo relativizan más. Siempre nos saludan con muy buen humor y afrontan las dificultades añadidas del confinamiento con la barrera de no conocer el idioma". Aunque "nunca se puede saber lo que está dentro de las personas".

El grupo de voluntarios de Castaños están organizados para dar cobertura a la familia Arar también en estos momentos. Se preocupan de que los niños hagan sus deberes vía telemática como el resto de los escolares, aunque muchas veces tengan que comunicarse con el traductor a través del móvil. A los padres también les atienden en todas sus necesidades. Él, por ejemplo, había iniciado hace escasas semanas un curso formativo de cocina que ha quedado paralizado, pero mientras la pandemia sigue su curso, recibe clases de castellano relacionado con los utensilios de cocina.

Para cualquiera en esta situación los días que pasan suponen una pérdida vital de tiempo, pero, para ellos, además, corre el plazo de un proyecto que tiene una duración de dos años.

El coordinador de este proyecto en Bilbao no cree que por parte de Cáritas existan problemas, pero no sabe cómo se estipula este programa a nivel institucional.

La experiencia única en todo el Estado surgió tras la investigación que realizó el Gobierno vasco con Acnur a raíz de la necesidad de dar respuesta a los refugiados. Así vieron qué tipo de soluciones había en el mundo y se encontraron con un proyecto que funciona desde hace tiempo en Canadá y que comenzó como una iniciativa de los propios ciudadanos que son los que buscaban viviendas.

En este caso, Cáritas y Ellacuria dan atención en el País Vasco a cinco familias acogidas en este proyecto. Si la experiencia sale bien la idea es poder replicarla en un futuro con otras familias y en otras comunidades.

Para dar respuesta a esta nueva situación, los propios voluntarios recibieron formación. La familia Arar recibe la RGI y el complemento de vivienda para iniciar su andadura hasta que puedan mejorar su situación y encontrar un trabajo, para lo que ya estaba preparando el padre, puesto que la niña más pequeña todavía es lactante y la madre se ocupa de ella y del resto de los menores. Sin embargo, el virus ha entrado también en esta familia para ralentizar sus progresos. "Aunque, a pesar de lo que están pasando siempre te reciben con una sonrisa", señala Fernández de la Bastida.

Estos días han realizado videoconferencias todo el grupo. "Precisamente lo que pretendía este proyecto es que gracias al grupo la integración de la familia sea mayor", explica. A la hora del confinamiento eso también les está ayudando "porque ven que hay personas del barrio que se están preocupando por ellos y eso alivia su situación". Además, "ven que se trata de una epidemia global y están situándose en el mundo. Miran Damasco y ven que también está afectada".

Mientras, "los niños se entretienen con dibujos y tratamos de que se conecten con los programas educativos que dan en la tele, aunque todavía su curriculum es muy diferente". Ahora, esperan que pronto puedan recuperar el camino de integración que iniciaron en mayo y que esta pandemia, aunque sanitaria, no vuelva a paralizar sus vidas.

"Habían realizado muchos progresos que se han visto parados por el confinamiento"

"Son una familia que siempre te sonríe pese a las adversidades que están pasando"

Coordinador del proyecto