Quizás el encargo más extraño de mi hasta ahora vivida vida lo recibí de Ángel Gaminde. Estábamos reunidos los miembros de Res Pública cuando Ángel me pidió, de sopetón y en público, que cuando falleciera le escribiera una necrológica. Me quedé pegado y solo acerté a contestarle que quizás antes tendría él que escribir la mía. Así que cuando el pasado domingo Kepa Landa, amigo de ambos, me llamó para decirme que Gaminde había muerto, cumplir con su deseo fue lo primero que me vino a la cabeza.

Le conocí con motivo de mi ingreso en el Colegio de Abogados de Bizkaia. Nuestra diferencia de edad, veinte años, no supuso ningún obstáculo pues Ángel fue siempre persona jovial y abierta a las nuevas generaciones. Su vida, luego me enteré, daba testimonio de la biografía del hombre hecho a sí mismo. De familia obrera y religiosa de Barakaldo, comenzó a desarrollar su activismo social como miembro de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica). Pasó a estudiar Derecho, pues le pareció lo más indicado para su futuro y su instinto de servir, iniciando una brillante carrera profesional con despacho abierto primero en su pueblo natal y luego en Bilbao. Eterno secretario de la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados, llevaba al siempre chungón Juan Mari Vidarte -por entonces decano- a preguntarse si Gaminde no significaría secretario en euskera vizcaino.

Ángel era un abogado en permanente ejercicio del oficio. Defendía hasta la imposible de defender, con conocimiento y coraje. Pensaba que el derecho a la defensa era la piedra de bóveda del sistema democrático y su restricción, una grave señal de alarma. Participó en el legendario congreso de la Abogacía de León (1970) en cuyo transcurso la abogacía en pleno hizo un alegato en favor de las libertades democráticas, también grave señal de alarma, pero esta vez para el dictador Franco.

Ya en democracia, hizo una incursión, breve y estéril, en la política activa de la mano del Partido Liberal de Ignacio Camuñas, tan olvidado el partido que resulta innecesario acudir a Google para complementar su información. Gaminde nunca dejó de ser liberal y a los jóvenes jabalíes que nos tenía cerca no cesaba de recordarnos que la democracia, por muy imperfecta que sea, ofrece la posibilidad de reforma, de cambio; del mismo modo, siempre mantuvo su vivencia de niño hijo de obrero y su identidad vasca. Y si les parece lo descrito un batiburrillo incoherente es que son víctimas de sus propios clichés, pues puedo asegurar que así era y así se comportaba Ángel Gaminde: vasco, liberal y social; por tanto inclasificable para los usos corrientes.

Ángel hizo mucho por las artes. Su despacho era un pequeño museo de pinturas, esculturas y libros de cuidadas ediciones. Compraba obras de artistas debutantes y consolidados y, durante el franquismo, de los artistas perseguidos por su militancia política. Recuerdo en concreto su colección de Dionisio Blanco, delicado pintor obrero a cuyo reconocimiento tanto contribuyó. Ángel tenía mucho de pinturero, que no de pintor. De gran porte y perfectamente vestido, era lo que los ingleses llaman old fashioned man, un hombre a la antigua usanza, nueva paradoja para quienes piensan que la cuna determina la existencia, negando a las personas su capacidad de evolucionar y crecer.

Impulsor de iniciativas de paz Su compromiso con el derecho le llevó a apoyar e impulsar, tanto en ámbitos discretos como en sus documentadas colaboraciones en DEIA y como contertulio en Radio Euskadi, entonces dirigida por Iñigo Camino, quien supo incluirle en terna con Arantza Urretabizkaia y Antonio Álvarez Solís, iniciativas en favor de la paz en Euskadi que fueron tomando cuerpo en aquellos tiempos duros. De su mano vino a participar en una conferencia Margarita Robles, por entonces secretaria de Estado del Ministerio del Interior. Ángel le regaló un pañolón que al día siguiente Margarita lució? en el Cuartel de Intxaurrondo durante su primera visita al tenebroso lugar bajo el mando del coronel Galindo, luego condenado por los asesinatos de Lasa y Zabala, cuya investigación impulsó sin desmayo la propia Margarita. Siempre he creído que el pañolón verde y dorado de Margarita era un mensaje oculto para decir: aquí estoy, sigo fiel a mis principios que son los vuestros (los de aquel grupo de abogados, no los de Galindo) si de la tortura y el ensañamiento hablamos.

El resplandeciente talento por embeberse de la vida que caracterizó a Ángel se fue apagando en una precipitada vejez, una agonía otoñal lastrada por la enfermedad y el olvido social. Se preguntaba el porqué, siendo muy consciente de que también se muere antes de que llegue la muerte si la vejez no te ofrece la oportunidad de aprender. Eso fue lo que le sucedió, pasar de vivir intensamente a aparcarse en una vía lateral, una desolada playa de trenes sin vagones ni cabezas tractoras. Elsa, la esposa perfecta, poco podía hacer pues la llama que se apagaba era señal del aburrimiento de la vida, que ya poco le podía ofrecer. Finalizada su carrera profesional, disuelta Res Pública, distanciados o fallecidos un tropel de amigos, no podía dispensar su bondad, la más egoísta de las virtudes. En cierta ocasión, Ludwig Wittgenstein, el considerado más grande filósofo del siglo XX, escribió: “La muerte no es un acontecimiento de la vida” frase que hasta el día de hoy ha sido objeto de muchas reflexiones. Creo que, en todo caso, Wittgenstein se refería a la muerte física, no a otro tipo de apagones que sí son acontecimientos vitales, como lo es la sensación de vivir esquinado. Un fuerte abrazo agradecido, querida Elsa, por procurarle a Ángel luz y calor. Que la tierra le sea leve.

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