L martes pasado llegué a la terminal internacional del aeropuerto de San Francisco con tiempo. Seis horas antes de la partida del vuelo con destino a Barcelona. Estos últimos años he viajado mucho y he aprendido que el tiempo también es oro cuando hay que afrontar un problema de vuelo.

Me ha ocurrido de todo, retrasos, cancelaciones, accidentes, incluso nos estrellamos cuando aterrizábamos en San Juan de Manapiare, en plano Amazonas. No hace mucho despegábamos de Reno destino a Boise y súbitamente la cabina principal de llenó de humo, con un terrible olor a caucho quemado. El extractor aspiró el humo en segundos y el comandante tomó la palabra: “Estimados pasajeros, les comunicó que una de las ruedas se ha quemado al despegar, pero no se preocupen ustedes., este aparato tiene siete más...”.

El pasajero a mi izquierda no paró de hablar aceleradamente. Incluso le tuve que decir, intentando tranquilizarlo, que yo era piloto y que se podía aterrizar tranquilamente casi sin ruedas. Omití algunos detalles. No le dije que en realidad había aprendido a pilotar ultraligeros hacía muchos años y que no recomendaría a nadie el tipo de aterrizaje al que estaba haciendo referencia. Cuando llegamos a Boise todo el equipo de bomberos del aeropuerto había tomado la pista y aunque aterrizamos sin incidentes, al salir había un miembro de la compañía aérea preguntando si necesitábamos algo y repartiendo sodas y sándwiches.

En fin, aprendí que cuando hay un problema de vuelo siempre hay alguien dispuesto a ayudar.

Este martes, con tiempo, facturé el billete, pasé por los detectores y control de pasaportes y llegué a la puerta de embarque del vuelo 2622. Los aproximadamente 200 pasajeros estábamos listos para embarcar a la hora prevista, las 7.55. Hay algo en estos horarios tan precisos que hace dudar de su veracidad. Dieron las 8.15, las 8.45... pero nadie anunció nada. El comportamiento de los pasajeros, impecable. Hacia las 9.00 nos dijeron que aquellos que no tenían el billete impreso tenían que pasar por el mostrador para que les dieran uno en papel. Así lo hicieron y, cuando todos teníamos el billete en mano en el que figuraban los grupos de embarque, abrieron las puertas del avión. La gente comenzó a entrar y muchos nos preguntábamos en qué orden. Nadie imaginaba que la respuesta era, en ninguno. Pero esto no pasa de ser una curiosidad.

Al fin entramos en el avión, un Airbus A330-200. Precioso. Nos sentamos y el equipo de azafatas nos atendió bien. Pasó media hora, o algo más, cuando el capitán tomó la palabra y nos dijo que había un problema técnico; al avión le faltaba una pieza... y rubricó algo que no olvidaré nunca. “Señores pasajeros, créanme estoy tan perplejo como ustedes.” Luego pasó a dar más explicaciones; montar la pieza llevaría al menos una hora y media. Al cabo de un rato nos informó que no disponían de ese tipo de pieza en los Estados Unidos, de modo que, después de dos horas en el avión, teníamos que desembarcar y recoger nuestro equipaje. La versión inglesa de los mensajes del capitán era totalmente ininteligible, por lo que los angloparlantes del vuelo tuvieron que guiarse por las traducciones de los pasajeros que sabían castellano.

Salimos sin grandes direcciones. Llegamos al carrusel de equipajes y comenzó a reinar el caos. Se habían extraviado algunas maletas, y todo el mundo se arremolinó en torno a un joven que llevaba algo parecido a un uniforme. Le llovieron las preguntas hasta que se subió al carrusel y a pleno pulmón nos informó que él solo era la persona de guardia del carrusel, que no era un representante de la aerolínea y que, por tanto, no sabía nada. Eso sí, si no dábamos con la maleta, nos debíamos dirigir a él.

Ya habían pasado dos horas, cuando un equipo del personal del aeropuerto se presentó para atender algunas necesidades. Por ejemplo, una persona que necesitaba una silla de ruedas se hallaba aún en la sala de embarque, esperando a que la recogieran. La situación se hizo más tensa, por lo que las autoridades del aeropuerto llamaron a unos diez policías que se colocaron frente a nosotros. Muy cordiales, muy agradables, pero en línea. Yo aún creía firmemente que la compañía nos reubicaría en otro vuelo de madrugada; o que nos ofrecerían un hotel. Lo normal en estos casos.

No fue así. Ningún representante de la compañía aérea se presentó. En consecuencia, no sabíamos nada. Pasaron muchas horas. Serían ya las 2 de la madrugada cuando el personal del aeropuerto nos condujo al pasillo 7 de la terminal internacional y serían ya casi las 3 cuando nos repartieron unos papeles en los que figuraban un par de números de teléfono a los cuales debíamos llamar para cambiar al vuelo. Muchos lo hicimos, pero no había nadie al otro lado de la línea. El papel indicaba asimismo que podíamos ir a un hotel y que la compañía nos abonaría hasta 300 dólares. Pero a esas horas apenas ningún hotel aceptaba reservas, por lo que serían las 4 de la madrugada cuando el personal del aeropuerto nos trajo mantas y algunas botellas de agua. Subrayaron que era cortesía del aeropuerto de San Francisco y que nadie de la compañía aérea había contactado aún con ellos.

Simplemente, estábamos totalmente abandonados.

A la mañana siguiente, los pasajeros fueron presentándose en las ventanillas de embarque buscando inútilmente un mostrador abierto o a algún representante de la aerolínea. Nada. Y así llegamos a la tarde. Hacia las 4 nos presentamos un grupo de supervivientes frente a la ventanilla que supuestamente abriría a las 5. Nos dieron las 5, las 6 y las 7... nada ni nadie. Supimos que algunos pocos habían logrado reubicarse en otros vuelos. Una familia de seis hijos viajaba ahora vía Londres, pero tuvieron que volver a pagar por el equipaje y no podían viajar en asientos contiguos.

Una pareja de cierta edad debía cambiar de aeropuerto; otros simplemente compraron otro billete y, nosotros, un grupo de seis personas fuimos transferidos al vuelo San Francisco Barcelona del 21 de abril a las 7.55 pm. Pero nos reubicaron sin contactar con nosotros, por lo que a algunos no les convenía la conexión. Además, no había ningún tipo de confirmación.

A las 12 del mediodía del día siguiente, uno de los pasajeros consiguió hablar con alguien, pero le dijeron que no se podía hacer el check-inon line ya que habían hecho la reserva a través de una agencia, por lo que la aerolínea se desentendía. Además, a las 12 del mediodía de San Francisco ya no se podía hablar con Madrid, porque allí ya eran las 8 de la tarde “y no tienen ningún número internacional”... literalmente.

Procuramos hacer el check-inon line, pero la web no responde y nos aconsejan acudir a la ventanilla para facturar. El problema, una vez más, no hay nadie en la ventanilla. Además, cambiaron los números de booking varias veces sin decirnos nada.

Es difícil medir la falta de responsabilidad, pero que una compañía solvente tenga a los pasajeros de un avión en un aeropuerto durante más de dos días sin ni tan siquiera enviar a un representante para atenderles es algo que nunca me había ocurrido. Más alarmante aún es introducir a 200 pasajeros en un Airbus al que le falta una pieza.

Es difícil medir la falta de responsabilidad, pero más alarmante es introducir a 200 pasajeros en un Airbus al que le falta una pieza