Pase lo que pase con la investidura pendiente de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados, una cosa sí está clara: el líder socialista español ha dado un giro en su posición de alianzas europeas. Venimos de décadas en que España ha buscado la amistad y la cercanía de la gran potencia europea, Alemania, de la mano de la todopoderosa canciller Ángela Merkel. Sin embargo, en la cumbre europea de verano de la semana pasada, Sánchez cambió de pareja de baile y se lanzó a pactar con el presidente francés, Emmanuel Macron, los candidatos a presidir las instituciones europeas los próximos cinco años. No en vano, Sánchez y Macron son los líderes de las formaciones más votadas en las elecciones europeas en sus respectivas familias políticas. Están, pues, en disposición de buscar una mayoría que salga de la suma de los socialdemócratas y los liberales. Una jugada que dejaría aislados a los populares europeos, pero que también afecta a los intereses alemanes, lo que no ha sentado nada bien en Berlín.

control de las instituciones

El primer objetivo de este noviazgo franco-español tiene que ver con la renovación de las presidencias de Parlamento, Comisión y Consejo europeo, que deben producirse a partir de la semana que viene. Macron se opone frontalmente a la candidatura del popular Manfred Weber para suceder a Jean-Claude Juncker y trata de pactar con Sánchez un candidato liberal socialdemócrata o en última instancia, aunque no es precisamente santo de su devoción, poner al frente de la Comisión a un francés, como Michel Barnier, actual negociador del Brexit. Por su parte, Sánchez ha mantenido su apoyo al socialdemócrata holandés, Frans Timmermans, aunque la pieza que aspira a cobrarse es una vicepresidencia con competencias importantes o el cargo de Alto Representante Exterior. Ambos líderes son nuevos en estas lides, pero están fuertes en sus respectivas familias políticas. Sánchez, aunque aún en funciones, es el único líder socialista de uno de los grandes países de la UE y Macron ha revolucionado la familia liberal con su partido nacido de la nada, En Marche, que ha obligado incluso a cambiar el nombre del grupo liberal en la Eurocámara, de ALDE a Renew Europe.

El reequilibrio tras el Brexit

La salida del Reino Unido de la UE, aun sin concretar pero descontada por los líderes europeos, va a suponer un reequilibrio del poder entre los Estados miembros. Con Italia optando por una vía de cuestionamiento del proyecto europeo de la mano de su líder ultra, Salvini, España trata de ocupar una plaza destacada junto al eje franco-alemán, cuya fortaleza y predominio en las decisiones no parece en cuestión. Pero el día a día de la Unión se teje de pequeñas decisiones donde el juego de las mayorías resulta trascendental. Parece claro que Holanda va a ocupar un lugar privilegiado en el papel de sucesor de pepito grillo de los británicos. Y también que los nórdicos escandinavos y los países bálticos componen un bloque de intereses cada vez más cohesionado. En este tablero, que España bascule hacia Francia supone una novedad nada despreciable para Alemania, que de perder su tradicional aliado del Sur, fortalecerá sus alianzas hacia el Este y el Norte europeo.

Consecuencias en la política española Como es lógico, un movimiento geoestratégico de estas características, tiene sus consecuencias en la política española. No es casualidad que Macron se haya manifestado claramente en contra de los pactos de la derecha española con Vox tras las elecciones del 26 de mayo. Especialmente con sus teóricos colegas de Ciudadanos ha mantenido una presión directa contra su líder, Albert Rivera. Una alianza liberal socialdemócrata promovida por el presidente galo y el español, podría obligar al de Ciudadanos a cambiar de posición como heredero del “no es no” y apoyar implícitamente a Sánchez en una sesión de investidura a la vuelta de verano. Una táctica a la que se ha unido el ex primer ministro francés, Manuel Valls, que con su voto a Ada Colau en el ayuntamiento de Barcelona, ha provocado una crisis de gran trascendencia en la formación naranja. Son los primeros escarceos de un nuevo mapa político europeo cuyo recorrido aun desconocemos, pero parafraseando a Galileo, eppur si muove.