la Guerra Civil en Euskadi

Dicho esto, está en nuestras manos ese acercamiento a nuestra Memoria e Historia recientes, para conocimiento de la ciudadanía. Esperamos poder conseguirlo.

VIENTOS DE GUERRA

Nuestros pequeños pueblos en la antesala de la guerra eran lugares sencillos, de actividad agrícola, ganadera o minera principalmente, con una incipiente industria básica en algunos casos. En ese entorno, en Bizkaia, y para los años 30, durante la II República, el nacionalismo vasco había sustituido ya al carlismo en gran medida y los partidos de izquierda se abrían paso en un segundo plano o buscaban su hegemonía en las zonas mineras.

En las elecciones municipales parciales de 1933, por primera vez las mujeres vascas ejercieron su derecho al voto. A finales de ese mismo año, la inmensa mayoría de la población refrendó el Estatuto de Autonomía para el País Vasco. En 1934, los hechos revolucionarios de octubre, que tanta trascendencia tuvieron en la política general, afectaron de manera considerable a pequeñas poblaciones mineras de Bizkaia. El 18 de julio de 1936, tras la victoria del Frente Popular de izquierda en el Estado Español y el consecuente gobierno, el Ejército se sublevó contra el orden establecido, fracasando o triunfando según el lugar, dando origen a la Guerra Civil.

Desde un principio, Nafarroa y Araba quedaron en manos de los sublevados, Gipuzkoa se defendió bajo control gubernamental hasta ser conquistada por el enemigo a finales de septiembre de 1936, y Bizkaia resistió leal a la República tras recibir armas desde el exterior. El 7 de octubre de 1936 se producía uno de los hechos más importantes de la historia política vasca reciente: la creación del Gobierno de Euzkadi con la figura del lehendakari José Antonio Agirre al frente, teniendo por delante la ingente tarea de gobernar en tiempo de guerra, en un momento en que nuestro país sufría el ataque más duro de cuantos se recuerdan.

UN PASO AL FRENTE

Desde el comienzo del conflicto, las pequeñas poblaciones vascas aportaron un buen número de voluntarios a las milicias que se oponían al avance enemigo. Se trataba de jóvenes que viajaban hasta la capital, o al mismo frente, para alistarse en las unidades creadas por los partidos y sindicatos a los que pertenecían o con los que simpatizaban. Posteriormente, con la llamada a filas de todos los varones en edad militar, se constituyeron los batallones que conformarían el Ejército de Euzkadi, dinamizado por el propio lehendakari Agirre, a la vez consejero de Defensa. Estos jóvenes partirían al frente, demostrando muchos de ellos gran valentía, serenidad y arrojo, ante un enemigo muy superior en recursos, mandos profesionales, instrucción militar, artillería y aviación. Muchos de estos gudaris y milicianos, procedentes del entorno rural, tuvieron su bautismo de fuego frente a la más moderna tecnología bélica conocida hasta el momento, soportando todo tipo de calamidades y resistiendo la ofensiva iniciada por el general Mola que tardó 80 días en avanzar tan sólo 40 kilómetros que le separaban de Bilbao. Incluso más allá de Bizkaia, en Santander y Asturias, estos hombres siguieron la larga ruta de la resistencia. El resultado, como cabía esperar, fue una alta mortalidad en combate, cercana al 15% de los efectivos, y el apresamiento de la práctica totalidad restante. Tomando el ejemplo de una población de 2.000 habitantes y considerando que la movilización alcanzó a uno de cada cinco varones, la muerte golpeó al menos a 30 de ellos, sin contar heridos y mutilados.

Así mismo, la guerra afectó directamente a los pequeños pueblos que tuvieron la desgracia de quedar en primera línea del frente. Su población fue evacuada y se vio obligada a dejar atrás su hogar, huyendo con unos pocos enseres y animales hacia zonas más seguras. Con la ruptura del frente y el avance enemigo, el huracán de la guerra pasaría de manera inmisericorde por la casi totalidad de pequeñas localidades y aldeas vascas, dejando atrás ruinas y dolor.

EL ESFUERZO COMÚN

Los pequeños pueblos situados inicialmente a retaguardia, tuvieron durante meses una existencia más tranquila, sin que ello supusiera en ningún momento estar a salvo de las amenazas y de las consecuencias de aquella guerra indeseada. Algunos núcleos de población albergaron cuarteles para los batallones del Ejército de Euzkadi, dando lugar a que los lugareños se familiarizasen con la nueva situación y confraternizasen con los gudaris y milicianos. Así mismo, muchas localidades albergaron hospitales de sangre o de convalecencia, presenciando la llegada intermitente o continua de heridos del frente, así como de numerosos combatientes mutilados recuperándose de aparatosas operaciones quirúrgicas, con el consiguiente efecto desmoralizador entre los vecinos que tenían familiares luchando en el frente o que creían que la guerra estaba ganada.

Estas poblaciones, tanto de la costa como del interior, contribuyeron a la defensa colaborando activamente en la fortificación de su territorio. El país entero se volcó en la construcción de trincheras, refugios y casamatas, empleando para ello civiles voluntarios, hombres mayores, adolescentes y mujeres, muchos de los cuales, por pertenecer al medio rural, estaban familiarizados con las herramientas de zapa, tales como azadas, palas y picos, así como con la construcción de edificaciones rústicas. La mayor expresión de esta actividad consistió en la construcción del Cinturón defensivo de Bilbao, después conocido como Cinturón de Hierro, línea de fortificaciones trazada alrededor de la Villa, a través de los montes y de las pequeñas localidades que la circundan, con el fin de protegerla y evitar su caída en manos del enemigo.

Otra de las grandes aportaciones al esfuerzo de guerra fue la creación de las Industrias Movilizadas, albergando las pequeñas poblaciones multitud de centros de producción de armas, pertrechos y toda suerte de géneros necesarios para atender las necesidades de la guerra. Esta pequeña industria, dispersa, alcanzó meses después de comenzar la guerra una alta capacidad productiva. Toda esta actividad necesitó del concurso voluntario o forzoso del medio rural, con la entrega o requisa de ganado para usos de transporte o alimenticios, y, cómo no, con el control por parte del Gobierno de la producción agrícola en tiempos de gran carestía: cereal, legumbres, hortalizas y frutas principalmente.

LA RESISTENCIA CIVIL

No obstante, en los momentos en que la presencia de barcos enemigos entorpecía el abastecimiento por mar de Bizkaia, dando lugar al racionamiento de los alimentos más básicos, las pequeñas poblaciones, por su carácter rural y actividad primaria, sintieron menos que las ciudades las estrecheces alimenticias. De la misma manera, los bombardeos aéreos alemanes e italianos que castigaban sin piedad la retaguardia vasca, se concentraron más sobre las grandes poblaciones y mucho menos sobre las pequeñas, manteniéndose en éstas una mayor tranquilidad. A finales de mayo de 1937, la población infantil, la más amenazada por el hambre y los bombardeos, fue evacuada a gran escala por el Gobierno de Euzkadi con la solicitud de los progenitores. Casi 30.000 niños y niñas fueron enviados a países de acogida que los recibieron con los brazos abiertos: Francia, Bélgica, Gran Bretaña y la Unión Soviética principalmente. La gran mayoría de este éxodo procedía de Bilbao y la superpoblada margen izquierda del Nervión. Sin embargo, las pequeñas poblaciones cercanas a Bilbao apenas evacuaron a unos centenares de niños, en cantidad hasta cinco veces por debajo de la media del conjunto de Bizkaia, seguramente debido a que la percepción de la amenaza había sido inferior en estas localidades.

Finalmente, la guerra pasó su guadaña por todos los lugares, tanto por las poblaciones grandes como por las pequeñas, castigando a todas en diversa medida. Con la llegada del ejército franquista y la retirada de los defensores, llegó la ocupación y, con ella, las nuevas instituciones locales impuestas por los vencedores. Multitud de personas fueron represaliadas, multadas, encarceladas, asesinadas en caliente o fusiladas tras juicios sin garantías procesales por su lealtad al orden establecido. En las pequeñas poblaciones mantener el anonimato resultaba imposible y muchos vecinos se vieron afectados por denuncias de otros, o sintieron la falta de solidaridad de personas allegadas en momentos difíciles, lo que derivó en una sorda fractura social.

UN LUGAR PARA LA MEMORIA

La derrota y posterior dictadura franquista, si bien fue ausencia de guerra, no puede contemplarse como ejercicio de paz. Tendrían que pasar cuatro décadas más para que los ciudadanos pudieran elegir libremente el modelo de sociedad en la que vivir y a sus representantes.

Hoy en día, contamos con medios para el conocimiento de nuestra Memoria e Historia recientes y el libro Berango in memoriam, 1936-2020 es un ejemplo de ello. Concretamente, en esta localidad y desde 2012, el Museo Memorial del Cinturón de Hierro rinde homenaje a aquella generación que en su día sufrió una guerra impuesta y defendió los valores que actualmente consideramos nuestros. Así mismo, el Itinerario de la Memoria, señalizado en todo su trayecto, permite a muchos visitantes acercarse fácilmente a los vestigios del Cinturón de Hierro de la localidad, restaurados en 2012.

Porque fueron, somos.

(Bilbao, 1969) es Licenciado en Máquinas Navales y director del Museo Memorial del Cinturón de Hierro de Berango. Ha investigado y publicado trabajos sobre la Policía Motorizada (Ertzain Igiletua) de 1936-1937; sobre el Cinturón Defensivo de Bilbao; sobre los bombardeos en Legutio; sobre el Batallón Gernika, y sobre el frente de guerra de Las Encartaciones en 1937. Así mismo, ha impartido conferencias sobre la Guerra Civil en Euskadi, en varias localidades y jornadas.

Con la ocupación franquista, en las pequeñas localidades resultaba más difícil mantener el anonimato y evitar denuncias

Los bombardeos aéreos alemanes e italianos que castigaban la retaguardia vasca se concentraron más sobre grandes poblaciones

Muchos de estos gudaris del entorno rural tuvieron su bautismo de fuego frente a la moderna tecnología bélica

Desde el inicio de la guerra las pequeñas poblaciones vascas aportaron un buen número de voluntarios