Director y guionista: Lars von Trier. Reparto. Charlotte Gainsbourg, Stellan Skarsgard. Duración: 130 minutos.
EL comienzo de Nymphomaniac alerta al espectador que lo que va a ver a continuación, el montaje que ha derivado en dos películas, se ha realizado bajo el permiso del director. Dando a entender que la película, un artefacto industrial, apenas pertenece a su campo de decisión. Como si lo enunciado fuera fruto de un arrebato ingente de febril creación y continencia. Lars von Trier se ocupa en este segundo volumen de la energía embalsamada en una habitación triste y mohosa donde un extraño anfitrión y su huésped entablan una enigmática relación de confesión, amparándose en la fuerza de la narración y de la memoria. La protagonista anuncia y convoca una experiencia vivida y el director expone con todo tipo de detalles su ardor copulativo en varios capítulos. La memoria de la piel rasgada.
¿Qué diferencia encontrará, por tanto, el espectador que se aproxima a esta segunda convocatoria del director danés? Más de lo mismo, dirán algunos: es decir, furor, rabia, incontinencia, búsqueda, violencia. Pero, también, un paseo donde las dos películas se confluyen y buscan una unidad. En ambas películas, en más de una ocasión, la protagonista (Joe, Charlotte Gainsbourg) pregunta y enuncia lo que viene a continuación: un nuevo capítulo (la película está dividida en siete). Una asociación de ideas. Se trata efectivamente de varias vueltas al pasado, enroscadas en un presente magullado. La protagonista rememora con todo tipo de detalles algo consciente y que pertenece a su yo. Prepárense por tanto, a una nueva retahíla de heridas que se reabren y son compartidas. Lars von Trier sigue exponiendo su sentido de la provocación implorando a la religión (la Iglesia oriental y la Iglesia occidental), o lo que es lo mismo, la Iglesia de la alegría y la Iglesia del sufrimiento. Un juego de oposición que desarrolla en este segundo volumen de Nymphomaniac, un retrato sobre la identidad y el sujeto del cuerpo: Joe, la mujer. Pero también la vecina, la amante, la empleada y la madre.
Por tanto, se desvelan algunos puntos importantes para entender mejor al personaje. No sabíamos cómo había llegado a yacer en el suelo, desvalida, golpeada y no sabíamos apenas nada de la relación de las dos personalidades: la ninfómana y su repentino amigo.
La última escena de la película no puede ser categorizado como previsible o imprevisible. Busca dar sentido a una fuga de vida y experiencias que relata la protagonista. Es un final total. Un final que llena el vacío y el sentido de persistencia de la joven, que en un momento de la película, arremete contra los valores burgueses que asocia a nuestra sociedad. Sin embargo, nada más exhibicionista como esta película que cosifica la genitalidad como furor primitivo. El sexo como relación de poder. De jerarquías y sometimientos. No es que Lars von Trier haya descubierto nada nuevo. Filósofos como Focault lo han estudiado con mejor resultado. Pero cierto es que sin llegar a ser pornográfico, Lars von Trier llega a retratar el orgasmo femenino de forma directa y obsesiva (extenuante dirán algunos), pero hasta conseguir su objetivo.
Decía en el artículo anterior que merece la pena quedarse hasta el final de los créditos. Y avanzo que la protagonista tiene varias dobles sexuales. Puede parecer anecdótico y tópico. Pero Lars von Trier no es tan radical como parece. No es tanto un provocador sino un espectador que se ríe de todo menos de sí mismo. Sexo, religión o feminismo no son parte del discurso sino una muestra de un ego castrador: Lar von Trier. Un director que da el visto bueno a un montaje en dos volúmenes. Un director, nos guste o no, talentoso. El final así lo manifiesta. Tiene su permiso. Y el de todos.