El guía-cicerone dice: "¡Vean cómo era Roma antes de que la destruyeran! Lo que queda fuera de nuestro recinto son ruinas", y se queda tan tranquilo cuando muestra los inmensos decorados que se nos antojan familiares por haberlos visto en el cine. Claro que en la pantalla, con los cientos de extras que se utilizaban, parecía que aquello tenía vida propia, cuando en realidad, tras esas fachadas majestuosas hay enormes estructuras de mecano-tubo que las aguantan. No sé por qué, pero me viene a la memoria la secuencia del poblado que se monta en Villar del Río en la película Bienvenido, Mr. Marshall.

Es la magia del cine, donde nada es lo que parece y todo sirve para embarcarnos en mil aventuras que se siguen bien o mal dependiendo de la habilidad de los directores y del dinero invertido en las producciones. Cinecittà sabe mucho de ello, porque de aquí han salido las mejores películas italianas de todos los tiempos, realizadas por los creadores más sobresalientes. Una visita a estos estudios cinematográficos justifica ampliamente el retorno a Roma.

Siempre he tenido a Cinecittà como una gran fábrica de artesanos del cine donde se desarrolló todo un género, el peplum, aquellas películas de romanos que tuvieron su momento, como las de agentes secretos y los spaguetti-western, sin olvidar a las clásicas comedias tipo Pan, amor y... que popularizaron Vittorio de Sica y Alberto Sordi.

A pesar de que los primeros estudios cinematográficos italianos surgieron en Turín, primera ciudad de este país que vio cine, fue en Roma, a comienzos de los años 30, donde la industria experimentó un increíble auge. Por esas fechas, Benito Mussolini, en pleno desarrollo de su política fascista, se ocupó de que el cine fuera uno de sus principales medios de propaganda. Controló el Instituto Luce, antecesor del No-Do español, y proyectó la creación de los mejores estudios cinematográficos de Europa.

No fue una idea exclusiva, porque algo parecido ocurrió en otros países totalitarios de la época, como Alemania, España, la URSS... Mussolini se creció pensando que iba a competir con los norteamericanos ofreciendo lujo y risas a una sociedad dañada a la que pretendía conquistar ideológicamente. ¿Temblaría Goebbels con la competencia que le iba a hacer?

El ego del jerarca mediterráneo engordó de satisfacción cuando el 28 de abril de 1937, tras quince meses de obras, mostró a sus invitados las instalaciones de Cinecittà. Ciertamente eran soberbias, por lo que se vendieron a la prensa adepta como "el Hollywood europeo" y posiblemente era cierto. El acto sirvió para adelantar a los asistentes que se había establecido ya un calendario de diecinueve rodajes empezando por la superproducción Escipión, el africano, que iba a dirigir Carmine Gallone, un hombre afecto al régimen.

Un comienzo prometedor

La elección del tema no era casual. Un año antes Italia había conquistado Abisinia con la protesta de muchos países y una sanción de las Naciones Unidas que no se cumplió. Mussolini tuvo un subidón tremendo y llegó a creerse que aquella impunidad significaba el inicio de un gran imperio italo-africano. La antigua figura de Escipión y sus triunfos bélicos ante los cartagineses le venía como anillo al dedo para demostrar poco menos que se volvía a la época de los césares con el dominio del Mediterráneo.

No se ahorraron medios. Los circos italianos se quedaron unos días sin elefantes porque tenían que intervenir en unas gestas de miles de extras que saludaban a Escipión con el brazo extendido al estilo facha. A fin de cuentas, -¡oh, casualidad!- coincidía con el de la Roma de los césares. ¡Cuánto le hubiera gustado a Mussolini ser Escipión!

Hay un aspecto ignorado de Cinecittà: durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis se preparaban para rechazar la invasión aliada que venía por el sur de Italia, estos estudios vivieron el más puro realismo bélico al ser utilizados como campo de concentración. Allí fueron a parar muchos romanos detenidos de una manera tan cinematográfica como la presentada en Roma, ciudad abierta, una de las películas más impresionantes que ha ofrecido el cine.

El episodio terminó cuando los aliados bombardearon las instalaciones y liberaron la capital. No obstante, aún se les buscó un aprovechamiento al alojar en lo que quedaba en pie a aquellas familias que habían quedado sin hogar. Incluso se montó un hospital, que estuvo en pie hasta el desalojo definitivo.

La loren huye del fuego

Alterno las explicaciones del guía (perdón, cicerone) con escapadas que hago por mi cuenta buscando siempre la curiosidad que esconden estos enormes pabellones que sirvieron como platós en los rodajes de títulos que están en la mente de todos. El momento de oro de estos estudios llegó cuando los cineastas norteamericanos descubrieron sus magníficas instalaciones tras la reapertura de 1947. Los gringos hicieron cuentas y descubrieron que, en muchas ocasiones, rodar en Cinecittà era más barato que hacerlo en Hollywood.

La primera productora que se atrevió a dar el salto fue 20th. Century Fox, en 1949, para rodar la película El príncipe de los zorros, con Tyrone Power y Orson Welles. El buen resultado de la misma animó a repetir el peregrinaje, hasta el punto de que la actividad en los estudios fue incesante. Aquí se rodaron más de 3.000 películas, noventa de las cuales fueron nominadas al Premio Oscar y de ellas cuarenta y siete consiguieron la ansiada estatuilla.

¿Quién no recuerda en Quo Vadis el incendio de Roma en la época de los césares mientras Nerón tocaba el arpa? Aquel siniestro se montó aquí, con una multitud que corría entre las llamas mientras caían cascotes a su alrededor. Una de las extras se llamaba Sofia Villani Scicolone, tenía 16 años y su madre, Romilda Villani, quería introducirla en el mundo del cine aprovechando el título que acababa de ganar en un concurso de belleza. Años después, cada vez que aquella muchacha entraba en estos estudios lo hacía por la puerta grande y sobre alfombra roja, convertida ya en Sophia Loren.

Nerón toca el arpa mientras arde Roma. Escena de la película 'Quo Vadis'. Vídeo: Youtube

Fellini y su plató 5

Pero no solo el nombre de esta diva se pronuncia con veneración en Cinecittà, porque en estos estudios se vio crecer a Gina Lollobrigida, Marcelo Mastroianni, Alberto Sordi, Renato Salvatori... Y junto a ellos el espíritu creativo de genios del cine como Roberto Rossellini, Visconti, el De Sica ya nombrado, Federico Fellini...

Me paro ante la placa con la que los estudios rindieron homenaje al genial director de La dolce Vita, La Strada y Amarcord en 2013 al cumplirse el vigésimo aniversario de su muerte. Leo: "Cuando me preguntan en qué ciudad me gustaría vivir, en Londres, París o Roma ... mi respuesta es -para ser sincero- Cinecittà... El plató 5 de Cinecittà es en realidad mi lugar ideal. Emocionado, encantado: así es como me siento ante un escenario sonoro vacío, un lugar que llenar, un mundo que crear...". Comenta un trabajador a mi espalda: "Se le quería, y no solo como gran genio, sino como persona humana. Era uno más de nosotros".

Los enormes platós de cine romanos permitían el rodaje de grandes espectáculos, como Guerra y paz, Adiós a las armas, Historia de una monja, Guerra y paz, Adiós a las armas, Historia de una monjaSodoma y Gomorra, Gangs of New York, La pasión de Cristo...Sodoma y Gomorra, Gangs of New York, La pasión de Cristo Pero sobre todo Ben Hur y Cleopatra, que por sus especiales características y en el caso de la segunda por sus retrasos, aportaron grandes ganancias a los estudios.

Escena de la llegada a Roma de Cleopatra. Vídeo: Youtube

Cuando llegó turno a los spaguetti-western todo aquel colosalismo de tiempo de los césares dejó paso a los pistoleros que querían acabar con Clint Eastwood en Por un puñado de dólares y una serie de títulos que conformaron todo un estilo. No tardaría en llegar el declive. Una cadena de televisión montó aquí los decorados de Grande Fratello, el Gran hermano italiano. Luego fueron teleseries...

Cinecittà estaba tocada de ala. Una empresa privada se hizo con todo aquel imperio tratando de darle nueva vida, pero fue un intento fallido. Para colmo, el 9 de agosto de 2007 se produjo un incendio fortuito entre los decorados de la teleserie Antica Roma que se estaba rodando. El sucedáneo de la capital italiana volvía a estar en llamas. Materialmente se quemaron unos 4.000 metros cuadrados de decorados, pero lo que en realidad ardieron fueron las esperanzas de reflotamiento de los estudios. "Es que no todos los días surgen títulos como Ben-Hur y Cleopatra, que sirvieron para darles vida", me dice un operario veterano.

Tiene razón. El cine ya no se hace como antes, de aquella forma tan artesanal que movía masas de extras. Las técnicas digitales las han sustituido y estudios como éste tienen que buscarse la vida para mantenerse en pie. Su época de gloria queda para los libros de Historia. Donde antaño se hicieron las películas que marcaron a espectadores de varias generaciones se escucha hoy en sonido clásico de un parque temático que se inauguró el 24 de julio de 2014.

EL CANDOR DE HESTON

William Wyler quiso dar un ligero toque de homosexualidad a las relaciones que mantenían los personajes de Charlton Heston y Stephen Boyd en Ben-Hur.

Boyd aceptó el juego, pero nadie se atrevió a proponérselo a Heston temiendo una airada reacción que rompiera toda la magia que se venía manteniendo en el rodaje de Cinecittà.

Finalmente se optó porque todo continuara como si tal. Solo el tribuno Mesala siguió las instrucciones del director. Judá Ben-Hur lo supo cuando, tras el estreno, se contaron los entresijos de la película.

La cordialidad fue la norma que siguieron ambos actores durante el rodaje.