BAJO su techo, han desfilado seis generaciones de lo más granado de la sociedad bilbaina y lo que te rondaré. No en vano se encuentra entre los clubes más antiguos y prestigiosos de Europa con un notable arraigo en la vida social y cultural de Bilbao. “Somos un club histórico con muchas ganas y con mucha vigencia. Pero es un mérito colectivo. Y ahora es fácil jugar con un balón que está rodando”, asegura Antón Pérez-Iriondo, presidente desde hace dos años de la Sociedad Bilbaína que cuenta actualmente con 1.200 socios y 200 asociados. Durante 180 años, La Bilbaína ha conservado el espíritu original que inspiró a aquellos 133 ilustres bilbainos, sabiendo adaptarse a los continuos cambios sociales. “Se creó como una sociedad de lectura y recreo. Incluso estaba prohibido dar comidas para darle un punto más cultural. Y, sin embargo, a día de hoy hay alrededor de 35.000 comidas al año. Fíjate si hemos cambiado”, comenta Pérez-Iriondo. Pero lo han hecho manteniendo siempre sus valores primigenios como lugar de encuentro y concordia, volcados en el aspecto cultural. De hecho, el año pasado fue escenario de la presentación de 25 libros, 18 conciertos y albergó 80 actos de todo tipo. “La sección de billar está pletórica”, puntualiza el presidente, a sabiendas de la incesante actividad del club.

Ejemplificando su cénit cultural, su magnífica biblioteca, que alberga unos 40.000 volúmenes y es una de las bibliotecas privadas mejores del Estado. “Tenemos siete incunables y un montón de joyas bibliográficas. En su día tenía también una parte muy importante de hemeroteca que era muy valorada, acceso a revistas ilustradas y a prensa extranjera”, ratifica Pérez-Iriondo.

Fiel a su esencia -se fundó como una entidad ajena a la discusión política- y continúa así. “Los temas políticos se evitan porque los socios son de toda índole y condición”. Y aunque históricamente se ha asociado a un club elitista, Pérez-Iriondo desmiente este extremo. “Casi todos los actos están abiertos al público en general. La sociedad ha cambiado muchísimo y es mucho más igualitaria que lo que era hace 180 años, por lo que a día de hoy no la consideraría elitista. La cuota de socio es muy razonable, y no te cuesta más que un gimnasio”, destaca. Un club abierto también a los jóvenes que, por ejemplo, cuenta con una tertulia en la que sus 20 participantes deben tener menos de cuarenta años.

Tan destacado como el propio club es su maravilloso envoltorio, su sede en la calle Navarra, donde dispone de un edificio exquisito que está calificado como Bien de Interés Cultural con categoría de monumento. Aquí el presidente cita una frase de Churchill: “Nosotros hacemos los edificios y al final los edificios nos hacen a nosotros. El inmueble es una joya y al final cuidarlo y mantenerlo condiciona porque el continente hace al contenido y da sentido a la sociedad”, subraya.

Un icono de la villa que ha sellado su celebración con una comida con más de trescientos comensales. Con la singularidad de presentar un plato tradicional del siglo XIX, otro del XX, el clásico bacalao al Club Ranero que es el plato insignia de la sociedad ya que se inventó allí, y otro del XXI, de plena vanguardia como el recorrido que espera a esta histórica entidad.