AQUEL día, la vida de Salem Ahmedu cambió por completo. Era viernes 19 de septiembre de 2014 y había acudido a Bu Guerba -una zona al norte del Sahara Occidental- junto a otros compañeros del Ejército del Frente Polisario para controlar el paso de traficantes de droga que se dirigían a los campamentos de refugiados de Tinduf y al resto de África. A sus 21 años era secretario y jefe de un regimiento. Durante la noche interrogaron a varios traficantes detenidos y, por la mañana, él y seis compañeros se acercaron al muro en un camión siguiendo las huellas de un coche que parecía muy nuevo. “Anduvimos varios kilómetros, íbamos hablando de muchas cosas porque éramos amigos y, de repente, lo siguiente que recuerdo es despertarme en el hospital”. Una de las millones de minas colocadas por Marruecos había hecho estallar el camión, cobrándose la vida del mejor amigo de Salem e hiriendo al resto de ocupantes.

Salem salió del coma dos semanas después de la explosión. Al principio, no entendía que hacía en el hospital de Argel, hasta que un compañero le explicó lo ocurrido. A Salem la mina le afectó a la parte izquierda de su cuerpo, desde la cara hasta la pierna. No obstante, las heridas más graves fueron consecuencia de un bidón de combustible que le cayó al brazo tras la explosión rompiéndoselo por completo. “Cuando desperté tenía el brazo muy hinchado, me tuvieron que operar y estuve tres meses con el brazo abierto para que me limpiasen bien las heridas”, apunta Salem, que recuerda con amargura aquellos días: “El olor del brazo era insoportable y por las noches no podía dormir del dolor, solo gritaba”.

Cinco meses después, recibió el alta y volvió a Dajla junto a su familia. No había pasado ni medio año, pero la vida de Salem había cambiado por completo. Tenía que vivir con un solo brazo, no podía caminar por sí mismo, la silla de ruedas era inútil en el desierto y tan solo podía apoyarse en una muleta. Aún así, siguió trabajando y un buen día visitó su oficina el ministro de Defensa saharaui. “Me preguntó por mi brazo y le conté la historia. Después se fue y a la semana siguiente me llamó y me dijo que ya estaba gestionando mi salida a Nafarroa”, recuerda. Sin haberlo previsto, a Salem se le abría una puerta para salir de los campamentos y poder rehabilitarse con los recursos adecuados. “Al principio, no quería venir, allí tenía a mi familia y mis amigos, pero necesitaba curarme del todo”, recuerda.

El 27 de junio de 2017, voló a Iruñea junto a los niños y niñas saharauis del programa Vacaciones en Paz. El joven saharaui estaba muy nervioso, pues no conocía a nadie en su nuevo destino. Sin embargo, la presidenta de ANAS (Asociación navarra Amigos del Sahara), Carol García, y su marido Moulay acogieron en su casa a Salem. “Estoy muy agradecido por todo lo que han hecho por mí. Me acogieron superbien y desde el principio el padre de Carol me empezó a llamar Patxi, en broma, y ahora todo el mundo me conoce por ese nombre”, señala entre risas. “Después tuve que empadronarme y Juantxo Aizkorbe lo hizo en su casa de Arostegi, ahora él es mi aita”, comenta.

Una vez en Nafarroa, le hicieron varias revisiones del brazo y le examinaron distintos especialistas hasta que le dijeron que los fuertes dolores que sufría eran debido a que las terminaciones nerviosas estaban a flor de piel y tenían que operarle. El 4 de julio de 2018 le intervinieron para quitarle el dolor y para colocarle los dedos de la mano -que no podía mover- en una postura más natural. “La operación fue muy bien y me quitó mucho el dolor, eso fue un alivio aunque todavía a veces no me deja dormir”, apunta. Ahora, Salem no pierde el tiempo y está estudiando la ESO.