A veces el miedo o el qué dirán nos impiden hacer cosas maravillosas”, sentencia Mila Martínez, que ha decidido vencer temores y ponerse, como ella misma dice, en los zapatos del otro, para acoger en su casa al joven marroquí Mouhcine Sadraoui. Alojado en un hogar tutelado, al cumplir los 18 años, se quedó totalmente desamparado. “Como hago labores de voluntariado, yo ya le conocía, pero estábamos un día repartiendo alimentos, y llegó él a ver si sabía de alguien que le acogiese porque estaba en la calle. Venía como un perrito abandonado, con una mirada que me emocionó. Empecé a buscar algún sitio donde alojarle y no encontré nada. Al día siguiente subí donde las monjas del Sagrado Corazón y se me presentó otra vez. Total que pensé voy a dar el paso, y dije ven esta noche a mi casa. Te puedo jurar que fue pasar Mouhcine por la puerta y entrarme una paz enorme”, explica Mila. Eso fue el 5 de julio del año pasado. Desde el primer momento le llegó al corazón. “¿Mila te puedo llamar de otra manera?, me dijo. Y me llama mamita”, afirma con los ojos humedecidos.

La historia de este chaval que pertenece al estigmatizado colectivo de Menores extranjeros no acompañados (Menas) es, como casi todas, durísima. “Cuando cumplí los 18 años, en junio, me quedé en la calle. Estuve tres días en un albergue y no me querían dar más tiempo. Fui a buscar más noches y en Algorta me dieron siete días en otro albergue pero se me acababa el plazo y no encontraba ningún sitio para dormir”. De su pueblo, Beni Mellal, salió en agosto de 2017 y alcanzó la península en una moto de agua. “Estuve en La Línea y en Arcos de la Frontera. Subí a Bilbao porque aquí estaba un compañero de clase”, explica.

Desde hace siete meses, Mila y Mouhcine conviven en total armonía y ella cree que Dios lo ha puesto en su camino. “Que la gente sepa que no es todo negativo, que ellos vienen con ánimo de vivir un poco mejor. Yo tengo una experiencia muy positiva con este chico. Es educado, prudente, respetuoso, un chaval sin malear, tiene menos malicia que mi nieto de 12 años”, asegura esta viuda de 71 años. “El caso es que a mis hijos -tiene tres- no les dije nada hasta pasar unos días pero ahora están encantados y le aprecian mucho”. “Muy bien mamá, me contestó mi hija que ha sido cooperante. Es más, ella me animó a darle la llave porque tardé un mes”, señala Mila, quien le puso unas reglas claras; a las once en casa, nada de alcohol o drogas y cosas de ese estilo. Sus amigas la admiran; “¡Pero Mila qué paso más grande has dado!”, dicen. “A muchas les vendría genial tener una persona en casa, estarían más activas”.

“A veces creemos que ayudamos nosotros y los que nos ayudan son ellos a nosotros porque a mí me hace muchísima compañía”, revela este ángel guardián que echa un cable al chaval con Matemáticas y con el castellano porque él hablaba solo árabe y bereber. Sadraoui cursó en Marruecos hasta Secundaria pero confiesa que es un mal estudiante. Por eso, Mila, a veces, le riñe. “Quiero que estudie más, que no salga tantas horas, en fin lo típico”.

No en vano le trata como a un nieto. “Tiene su habitación, le preparo la comida, y a veces compartimos la televisión aunque a él le gusta mucho el fútbol y a mí no”. Por algo, Mouhcine juega a fútbol sala en Otxartabe. También estudia hostelería en la Fundación Peñascal. “Me gusta y se me da bien. Este trimestre hago un curso de camarero”, chapurrea en un castellano más que aceptable para llevar aquí solo año y medio.