- El exfutbolista y exentrenador Bernd Schuster (Augsburgo, 1959), Bernardo para los amigos, aunque casi nadie le llame así, soporta el confinamiento cómodamente instalado en su habitación acolchada e insonorizada de la casa de campo familiar situada en un aislado pueblecito de Baviera. "La asistenta me mete todos los días mi platito de chucrut, codillo y kartofen empujando con un palo, como toda la vida. Y sale corriendo. Es muy simpática y sociable. Por eso casi nunca tengo la ocasión de soltarle cuatro gritos", describe el bueno de Schuster.

"Hace años que vivo en Honnisbergerosterrundenlstad, un pueblecito de 52 habitantes en las estribaciones de los Alpes. Demasiada gente para mi gusto. Es difícil cohabitar en una comunidad en la que he tenido trifulcas con 65 personas. Son muy raras las gentes de aquí: se empeñan en saludarte y darte los buenos días cuando te cruzas con ellos. No entiendo a qué vienen tantas confianzas. Los que me buscan, me encuentran. Qué miras ¿eh?", añade.

Le miro desde la pantalla del ordenador porque hemos quedado en que le entreviste por videoconferencia ¿Se acuerda?

—¿Entrevista? Ah, sí, es verdad. Perdona, esto del confinamiento me tiene un poco más susceptible de lo habitual, salchengrossen.

El confinamiento, ¿ha influido mucho en su día a día?

—Por supuesto. A mí me gusta tener las broncas en directo. Llevo semanas conformándome con telebroncas. Se pierde todo lo que aporta la relación personal, ese calor humano, el tú a tú. A la hora de pisar charcos, por ejemplo, no hay como pisarlos uno mismo in situ, ahí, en la proximidad, sobre el terreno. Mediante un directo de Instagram desde casa Cristo motiva mucho menos. No sé si me entiendes.

Ya, pero no se podrá usted quejar. La ha montado usted buena esta semana con lo de la final de Copa, el Athletic y la Real.

—¡Bah! Lo que de verdad me hubiera gustado es poder hacerlo a pie de campo, en San Mamés, a gritos y acompañado el número por unos cortes de mangas, peinetas y todo eso. Me emociono solo de pensarlo. Perdona, me voy a limpiar los lagrimones. Joe, me estoy volviendo blando.

Lo cierto es que cuesta entender esa animadversión que muestra usted al Athletic y la Real.

—Ojito, y al Real Unión de Irun, que nos eliminó al Real Madrid de la Copa cuando lo entrenaba yo. Nada personal. Pero si yo hubiera sabido kárate, como sé ahora, en aquella final de Copa del Bernabéu con el Barça, la de la pelea al final, cojo a Goiko y €. !Iahaaaaaaaa!... Lo machaco que ni Steven Seagal. A Lizeranzu le sacudo así con el canto de la mano€!Iahaaaaaa! Como Chuck Norris.

Pare, pare, que se va a cargar el ordenador además del perrito ese de Lladró que ya ha roto.

—Luego lo arreglo con cello. El Athletic se merece que lo sturmstroffen und reggtramtrasser. Por kantergrossen und pantagradden.

Deje, deje de hacer esos gestos con los puños y el flequillo que me está dando usted miedo. ¿Quiere que llame a urgencias?

—No es necesario. Me ponen una inyección calmante ahora y me bajan las pulsaciones en un momentito ¡¡Anzubertrunden!!

¿A qué viene esa manía que tiene a Bilbao?

—Beben vino y txakoli en vez de cerveza. No presumen de cocinar la mejor paella los domingos, sino del bacalao al pilpil. Prefieren la berza con morcilla de puerro antes que el chucrut. No se ponen colorados como cangrejos cuando les da el sol. Les pirra el mus, ese juego de naipes que jamás entendí y que consiste en hablar como cotorras. ¡Nada de eso es occidental! ¡Ni siquiera humano! ¡Sturmstroffen und reggtramtrasser!

Tranquilícese, que así de congestionado parece usted el príncipe de Beuckelar con paperas.

—¡Ehín! ¡Ihaaaaaa!

En este momento, Bernhard Schuster golpea la pantalla del ordenador con el canto de la mano y se corta la conexión. Horas después llega un burofax a la redacción retándome a un duelo a sable en el jardín de la casa del guarda de la Selva Negra el 30 de mayo a las 07.00. Justo ese día tengo cita con el peluquero.