Carlos Ray Norris, para los amigos Chuck, está rabiando porque no ha podido celebrar su 80 cumpleaños como mandan los cánones. “Había preparado un fiestón para los colegas. Iban a venir Clint Eastwood, Stallone, Arnold Swarz… Swarch..., bueno, Arnie, y algún chavalito más. Tenía todo listo: el sintrom, unos geles para el reuma, agua con gas a tutiplén, unas lonchas de pavo asado y unos palitos de merluza. ¡Fiestón a tope!”.

El famoso intérprete de películas de acción nos habla por skype desde su rancho en el medio oeste de Estados Unidos. Él no forma parte de la gran masa de norteamericanos que acudido en avalancha a adquirir armas de fuego y munición para el previsible confinamiento que se les viene encima. “No, no. Yo no he ido a comprar armas, no me caben más en el granero. Tendría que sacar el cañón 105 milímetros para meter lo que adquiriera. Lo que sí que he hecho es establecer zonas minadas en las lindes de mis tierras. Para poder confinarme tranquilo. Esto es Estados Unidos. Hay mucho loco suelto. Mira la Casa Blanca”, advierte.

¿Le asusta la cuarentena?

—A ver, chaval, soy Chuck Norris. A mí me enseña los dientes la muerte, me da la risa y le mando al ortodoncista. Además, qué carajo me va a dar apuro la cuarentena... si ya estoy en la ochentena.

¿Respetará el confinamiento?

—Te repito que soy Chuck Norris. Espérate que me eche a la cara al coronavirus ese, le meto un sordavirón que le arranco todas las enzimas y le pongo la cadena de ARN en filita. Coronavirus a mí. Que estuve en Corea sin chaleco antibalas ni nada, solo el pelazo del pecho. Yo me voy a quedar en aislamiento, con un sparring, por dar ejemplo. Pero a lo mejor me agarro mi avioneta y me voy presentando en ciudades del mundo, aleatoriamente, y a quien pille por la calle, zasca, le sacudo con la mano abierta. Ojo, que hago mucho daño y provoco efectos secundarios. Trump era casi normal hasta que le casque un bofetón, y mira cómo lo dejé, que solo es capaz de hablar poniendo boquita de piñón para que no se le caiga ningún diente.

Pero se quedará en casa.

—La mayor parte del tiempo. Soy Chuck Norris. Pablo Iglesias y yo podemos salir e ir a reuniones cuando nos parezca. Somos seres casi míticos. Imprescindibles. Invulnerables.

¿Cómo explica que sus compatriotas se líen a comparar pistolas y rifles cuando se anuncia el confinamiento?

—Es normal. Son nuestras costumbres. Ustedes en Europa, en ciudades como Johannesburgo, se vuelven locos comprando papel para el tigre y yogures. Luego les da por salir a los balcones a cantar, aplaudir o limpiar las cacerolas. En Estados Unidos quedamos por twitter para disparar por el balcón. Favorece el civismo: los sinsorgos no salen a hacer el bobo por las calles si saben que les pueden disparar por los balcones. Somos muy cívicos en Estados Unidos. Sobre todo, en el Medio Oeste.

Me perdonará usted, pero Johannesburgo no es Europa.

—Pues otra ciudad: a ver, por ejemplo Sidney. ¿Qué mas da? Era por poner un ejemplo. Qué tiquismiquis sois los europeos con vuestras viejas ciudades.

Pero Sidney... Bueno, es igual. ¿Le cuesta a usted entender la obsesión por el papel higiénico?

—Pues sí. Yo me he limpiado el ojete con hojas de maíz. Es obligatorio para entrar en los cuerpos especiales de los marines. Una vez que te has pasado un par de hojas de maíz por las nalgas, la lija te parece algodón y puedes sujetar bombonas de butano apretando los cachetes del trasero.

Hombre, tampoco es eso.

—Espera, ya sé. En Europa, en ciudades como Ulán Bator, ponéis los rollos en fila contra la pared y los usáis para practicar tiro. Ahora lo entiendo todo. Ese es el misterio. Cuando termine voy a ir con mi pick-up al centro comercial a comprar 500 paquetes. Claro que... a lo me mejor piensan que soy europeo.

Otro mito del cine de acción, el recordado Bruce Lee, compartió algún famoso film con usted. ¿Qué cree que estaría haciendo ahora de seguir entre nosotros?

—Conociendo su filosofía de vida estoy seguro de que estaría trabajando en el Consorcio de Aguas. Cuando le pedías consejos para mejorar en la vida siempre respondía lo mismo: be water, my friend. O sea, se agua, amigo. Por eso siempre pensé que terminaría en nómina del Consorcio de Aguas.