Romper la rueda. De una u otra manera. Hielo o fuego. Todo vale. Incluso ambos. De hecho, es lo que finalmente ha sido necesario. Símbolo de la perpetuación de un sistema corrupto y violento, Daenerys se acogió a esta idea, a esta metáfora, para argumentar el uso de la violencia para erradicar la propia violencia. Cersei, en cambio, pretendía mantenerse en la cima de la misma. Pero la rueda gira y -versionando la memorable frase de Robert Jordan- los reyes llegan y pasan y dejan tras de sí recuerdos de guerra, hambre y miseria. Precisamente, por intentar aferrarse a lo inaferrable: el tiempo. Y contrapuesto a lo sempiterno, lo efímero, encarnado en aquel niño que dejó de andar para aprender a volar, en aquel hombre que quedó vacío para albergarlo todo, en aquel rey que hizo de una sencilla silla de ruedas su trono de madera.

Un desaliñado Tyrion, antaño bufón y ahora prisionero por traición -a la reina y al reino, a partes iguales-, no pudo decirlo más claro: “¿Qué une a la gente? ¿El oro? ¿Los ejércitos? ¿Las banderas? Las historias. No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nadie puede detenerla, ningún enemigo vencerla. ¿Y quién posee historias mejores que Bran El Tullido?? El chico que como no podía andar aprendió a volar”. Paradójicamente, quien más se acerca a esta noción de intemporalidad a través de la cuasi omnisciencia se convierte precisamente en el adalid de lo perecedero. Aunque eso sí, no sin que antes Drogon reduzca a cenizas tras la muerte de su madre -ajusticiada en los brazos de su amado sobrino- al culpable de tantas desdichas: la búsqueda del poder, representada por el Trono de Hierro.

De esta manera, HBO concluye sobre ruedas la ficción insignia con la que ha encabezado durante años las audiencias y los premios de la pequeña pantalla. Una serie basada en la saga Canción de Hielo y Fuego de George R. R. Martin y dirigida por David Benioff y D. B. Weiss que ha marcado una era. Ocho temporadas, 73 episodios y muchas -muchísimas- muertes después, Juego de Tronos se ha convertido en un fenómeno global que ha tenido eco prácticamente en todas las dimensiones sociales, de la política a la economía, de las relaciones interpersonales al consumo de pornografía.

Un fenómeno global Por mencionar algunos ejemplos concretos, más de 2.500 niñas en Estados Unidos se han bautizado con el nombre Arya, la letal guerrera de la casa Stark; mientras que en el Estado español el registro revela 279 Aryas y 57 Daenerys. También se han puesto en circulación diferentes marcas de cerveza relacionadas con la serie, como Valar Morghulis (literalmente, Todos los hombres deben morir), Iron Throne Blond Ale o Fire and Blood Red Ale. Las referencias a Juego de Tronos también se han llevado a la política, especialmente en Estados Unidos, pero tampoco hay que olvidar la imagen de Inés Arrimadas, de Ciudadanos, caracterizada como una de las protagonistas de esta ficción.

Por otro lado, la serie ha saltado a la academia en universidades como la de Columbia Británica o la de Berkeley, que desde hace varios años imparten cursos sobre el rol de lo medieval en el subconsciente popular; y a nivel lingüístico hay cursos, manuales y apps para aprender los idiomas ficticios de la serie, como el dothraki o el valirio. En una dimensión más hedonista, y aunque en la serie nunca han faltado las prácticas eróticas, no solo no han tardado en llegar diferentes versiones porno de esta ficción -Game of bones, por ejemplo-, sino que además la emisión de cada capítulo ha reducido significativamente el visionado de material estimulante durante las horas previas y posteriores, según datos aportados por Pornhub.

Asimismo, en febrero de 2014 el pequeño pueblo inglés de Kings Langley, ubicado en el condado de Hertfordshire, cambió su nombre durante una semana por el de King’s Landing (traducido como Desembarco del Rey); mientras que a nivel turístico Irlanda lleva un tiempo proponiendo rutas turísticas por los enclaves más significativos de esta ficción. En definitiva, más que una serie, Juego de Tronos se ha convertido en un fenómeno de masas que ha transformado indirectamente nuestras vidas a su paso. ¿Pero cuál es la trama?

TRAMA REDONDA De manera sintética, todo comienza con la presentación de los dos elementos que, a través de los personajes y espacios en los que se encarnan, darán forma a esta oda entre lo épico y lo mundano. Por un lado está el Muro, una formidable estructura de hielo situada en el Norte que separa la zona septentrional, donde viven los Stark, de los salvajes y de los caminantes blancos que pretenden arrasar el reino. Al otro extremo, las cálidas tierras del continente, en las que Daenerys Targaryen, todavía bajo el yugo de su hermano Viserys, se prepara para recuperar lo que considera suyo por derecho. Y en medio, Poniente, la joya de la corona deseada por todos y centralizada en Desembarco del Rey, capital del reino.

A partir de ahí, a lo largo de la primera temporada se dan dos acontecimientos -sin contar el intento de asesinato al que sobrevive Bran y que da inicio a la serie- que marcan un antes y un después en la trama: la decapitación de Ned Stark y el nacimiento de las tres crías de dragón de Daenerys Targaryen. Con el asesinato del rey Robert, comienza la Guerra de los Cinco Reyes, que se alarga en Poniente hasta la sexta temporada -con la muerte de Stannis-, mientras las fuerzas de los Caminantes Blancos, más allá del Muro, y Daenerys, en el continente, aumentan sus fuerzas y se preparan para marchar sobre Poniente. Todo esto, por supuesto, con infinidad de intrigas y muertes como aderezo.

En la séptima temporada, tanto el hielo como el fuego alcanzan Poniente y sitúan las piezas para la contienda que dirimirá el futuro del reino y del mundo entero en la octava entrega. Finalmente, la llama prevalece sobre la escarcha, pero avivada por el miedo y el odio Daenerys de la Tormenta, Madre de Dragones, incendia Desembarco del Rey y amenaza con prender el mundo entero. Ante este panorama, Jon Nieve, siempre en el medio -bastardo en Invernalia, legítimo heredero al Trono de Hierro, norteño defensor de los salvajes, etc.-, decide detener a su amada con una puñalada -tal y como ya hizo anteriormente con su primer amor-. Ayer, en el septuagésimo tercer y último capítulo de esta serie que ya es historia, se cerraba el cuadro trágico con la ascensión del niño caído como rey de Poniente, con el honor restablecido de la casa Stark como reino independiente y con la destrucción por el fuego de los Targaryen de ese trono que forjaron siglos atrás.

De esta manera, David Benioff y D. B. Weiss concluyen una ficción que ha revolucionado la forma de entender las producciones de la pequeña pantalla. Una serie que se ha convertido en mucho más que un producto audiovisual; porque como diría Tyrion: “No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia”.