El Tour de Euskadi, el que nació en Bilbao y creció por tierras vascas, conectó con el tuétano de la afición. Inmejorable el comienzo de la carrera, una cremallera que se abría entre el tejido de las voces, los gritos, los aplausos y los ánimos de un pueblo que ocupó las calles para festejar el Tour, la fiesta del ciclismo. En ese ecosistema, en un lugar para siempre en la memoria, comenzó a escribirse un Tour inolvidable para los ciclistas de vascos. Se alinearon los planetas y Pello Bilbao e Ion Izagirre conquistaron la Luna. Levitaron. No hubo gravedad para ellos en una carrera convertida en fetiche, el lugar en el que todos deseaban estar. En realidad, se trataba de un no lugar, un espacio y tiempo para siempre; como los mejores recuerdos que son una sensación en la que se mezclan las más dulces gotas de la memoria. Días de gloria. El Tour nunca se fue de Euskadi. El hilo conductor emanó desde la afición bordó más tarde una carrera que se almacenará en los arcanos. Pello Bilbao e Ion Izagirre la sublimaron después de lograr dos victorias magníficas que dieron continuidad a la ola de entusiasmo que abrazó Euskadi en los tres primeros días de julio.

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En imágenes: Así ha sido la victoria de Pello Bilbao en la décima etapa del Tour DEIA

Pello Bilbao se anunció en Donostia. No pudo vencer, pero en el descenso de Jaizkibel evidenció que deseaba ganar. En el esprint donde triunfó Lafay con una irrupción sorprendente y portentosa, fue quinto. El gernikarra había mimado la preparación para vencer en tierras vascas. Se impuso vivir al día, sin más objetivo que seguir su instinto. Después de atravesar los Pirineos entre el tiroteo de Vingegaard y Pogacar, revólveres rápidos, balas repletas de pólvora, Pello Bilbao se resituó. Tomó perspectiva y fue ideando su mejor actuación en un Tour que ha consolidado su figura. El de Gernika ha crecido en la carrera francesa sin disimulo. Remató su andadura profesional Pello Bilbao con una exhibición soberbia para imponerse en Issoire, un lugar para siempre en la biografía del vizcaino. Es bueno tener un segundo hogar. El de Pello Bilbao está en Issoire. 11 de julio.

Allí conquistó su primera victoria en el Tour. El mejor de los triunfos. “Ganar en el Tour supone un antes y un después”, subrayó en una reciente entrevista con este diario. Además, su victoria fue un consuelo, un homenaje y el alivio de luto. Pello Bilbao ganó por Gino Mäder, el amigo que perdió tras una fatal caída en el Tour de Suiza. “Va por ti, Gino”, dijo el vizcaino, emocionado, la voz quebrada, cuando remató el esprint del grupo. Ese día, el más emotivo, Pello Bilbao encontró la paz tras preparar la guerra. Si vis pacem, para bellum. Descuidado en la general, el de Gernika encontró la grieta exacta para introducirse hacia la historia en una fuga con grandes corredores. Inteligente en carrera, gran gestor, consciente de sus virtudes y de sus límites, arengó la fuga. Hizo creer al resto. La fe mueve montañas. También genera pasiones. Pello Bilbao fue el más rápido del grupo.

De algún modo, comenzó a ganar en el instante en el que convenció al resto en implicarse a fondo. Neilands era el más fuerte aquella tarde, pero derrochó demasiado. Eso le condenó. Pello Bilbao, el más veloz, ahorró. Llegó con chispa al desenlace. Primero cerró a Ben O’Connor. Templó y esperó. Mandó. Se apresuró Zimmermann y Pello Bilbao, un resorte, no le concedió ni una sola opción. Gritó su triunfo. Bramó Pello Bilbao, que honró la memoria de Gino Mäder. Para siempre unidos por una victoria que nunca caducará. Con el desahogo de un laurel formidable, Pello Bilbao, siempre atento, el radar conectado, giró el cuello hacia los puestos nobles del Tour. Creció palmo a palmo. Nunca ha sido un meteoro. Su lanzadera ha sido el trabajo y la búsqueda infatigable de la mejoría. Firme, convencido y obstinado, se instaló en el Top-10. La contrarreloj de Combloux le sublimó. Fue cuarto. Conviene situar su actuación, portentosa, en perspectiva. Sólo le superaron Vingegaard, en una crono sideral, Pogacar, en otra enorme actuación, y Van Aert. Pello Bilbao se codeó con la élite. Con ese espíritu acudió a la cita de Courchevel. Inquieto, jugando otra vez de manera estupenda sus cartas, se coló en la fuga para obtener la tercera plaza el día que Pogacar se hundió en el Col de la Loze. A la rampa final de Courchevel, un aeródromo en las montañas, Pello Bilbao llegó tercero. El vizcaino, en la mejor rampa de despegue del Tour. En París concluyó sexto. “Ha sido un Tour increíble, inesperado y muy emocionante. Han sido tres semanas súper intensas. Han salido muy bien las cosas. El objetivo era ganar una etapa sí o sí. Con eso sentía que había cumplido, pero tenía motivación para luchar por la general. Estoy satisfecho con el sexto puesto. Le doy mucho valor. Es el logro más importante para mí en cuanto una general. Ahora nos toca disfrutar. Quiero desconectar y disfrutar de la familia. Siento que necesito parar un poco”.

Ion Izagirre, en solitario

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Ion Izagirre se impone en la duodécima etapa del Tour

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En la pista de aterrizaje de la carrera francesa tomó tierra por segunda vez Ion Izagirre. Vencedor en 2016 en Morzine en medio de la tempestad y del vértigo, el de Ormaiztegi repitió la escena en Belleville en Beaujolais. Ese día, 13 de julio, no llovía. Lucía el sol, poderoso, por el Macizo Central. En ese escenario resplandeció la clase y la sabiduría de Ion Izagirre, que gobernó en solitario un día inolvidable. Su segunda victoria en el Tour. El logro le emparenta con Miguel Mari Lasa y David Etxebarria, los únicos en lograr dos triunfos de etapa. Entra Ion Izagirre a la historia por la puerta grande. De ese tamaño fue su triunfo, que también tuvo una dedicatoria especial. Le regaló un pedazo de Tour a su hija Iraia, que cumplía cuatro años. El mejor obsequio posible. Antes de que la emoción se le clavara en los ojos, Ion Izagirre tuvo tiempo para tirarse cuatro veces de la oreja. Felicitación a distancia, pero con el sentimiento profundo de la cercanía. Izagirre, que también encauzó su mejor estado de forma para el Tour, subrayó su estatus. “El balance personal es muy positivo. Ganar una etapa en el Tour es muy importante. Estoy muy contento. Además, correr el Tour saliendo desde casa ha sido muy bonito. Una experiencia muy especial. Creo que es algo inolvidable para nosotros. Además una carrera así creo que podrá servir para que los más pequeños se enganchen al ciclismo después de ver a sus ídolos. Esperemos que valga para dar un empujón al ciclismo vasco”, establece el de Ormaiztegi.

Izagirre se adentró en la fuga buena y concretó una victoria estupenda tras realizar una lectura perfecta de la carrera. Es muy inteligente Ion en carrera. En una jornada de media montaña, se hizo gigante. Atacó en la última cota del día tras manejar los tiempos y no perder detalle de la coreografía de la fuga, un Bolshoi intenso con varios solistas. Izagirre no se alteró con los ataques que brindaban al sol. Sabía lo que tenía que hacer. Experimentado, con un triunfo en el Tour además de logros en el Giro y la Vuelta, esperó su momento. Irrumpió en la subida definitiva. Nadie pudo seguir su ataque, poderoso y convincente. Tomó una renta de una veintena de segundos en la cima. En el descenso, Ion Izagirre, bajador excelso, tomó aún mayor ventaja. Después completó una crono. En solitario, 30 kilómetros. Libre, sin nadie que le presionara y le atosigara, pudo celebrar la victoria con tiempo y esmero. Empuñó el cielo, se tiró de la oreja pensando en Iraia, y abrió la sonrisa como lo hiciera en Morzine. Entonces llovía. En Belleville en Beaujolais el sol mandaba. En ambos lugares, en un arco temporal de siete años, permanecía la sonrisa de Ion Izagirre. La dicha del inolvidable Tour de los vascos.