En los últimos años, cada vez más jóvenes han comenzado a experimentar molestias digestivas persistentes sin una causa clara. Dolor abdominal, gases, hinchazón, diarrea o incluso estreñimiento. Para muchos, el diagnóstico es sorprendente: SIBO, un trastorno poco conocido pero cada vez más común entre adolescentes y adultos jóvenes.

¿Qué es el SIBO?

SIBO son las siglas en inglés de "Small Intestinal Bacterial Overgrowth", que significa “sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado”. En palabras simples, ocurre cuando bacterias que normalmente viven en otras partes del sistema digestivo, como el colon, se multiplican de forma anormal en el intestino delgado, un lugar donde no deberían estar en grandes cantidades.

Estas bacterias fermentan los alimentos que comemos, especialmente azúcares y carbohidratos, produciendo gases como hidrógeno y metano. Esta fermentación causa síntomas molestos como inflamación, dolor, gases, cambios en el ritmo intestinal y, a veces, incluso fatiga o niebla mental.

¿Por qué está afectando más a los jóvenes?

Aunque tradicionalmente se veía más en personas mayores, el SIBO ha comenzado a aparecer en personas cada vez más jóvenes. Las causas pueden ser variadas: dietas altas en ultraprocesados, estrés crónico, consumo frecuente de antibióticos, problemas de movilidad del intestino o incluso infecciones intestinales mal curadas.

El estilo de vida moderno también tiene mucho que ver. Dormir poco, llevar una dieta desordenada, comer rápido o pasar muchas horas sentados puede afectar el funcionamiento del intestino, facilitando que las bacterias aparezcan donde no deben.

Los últimos meses, han sido varios los jóvenes e influencers que han hecho público que sufren de esta dolencia, y con ellos, la visibilización de la misma no ha hecho mas que crecer.

La prevención, clave

Prevenir el SIBO no se trata de seguir una dieta estricta ni de vivir con miedo a las bacterias, sino de adoptar hábitos que favorezcan el equilibrio natural del intestino. Una de las principales formas de reducir el riesgo es cuidar la alimentación. Consumir alimentos frescos, ricos en fibra, y evitar los ultraprocesados, azúcares añadidos y comidas rápidas ayuda a mantener una microbiota saludable y funcional. Comer con calma, masticar bien y evitar estar picando todo el día también favorece el proceso digestivo, permitiendo que el intestino realice su limpieza natural entre comidas.

Además de la dieta, es importante prestar atención al uso de medicamentos, especialmente los antibióticos. Aunque son esenciales en muchas situaciones, su uso excesivo o injustificado puede alterar el equilibrio bacteriano, eliminando tanto bacterias malas como buenas.

Médico sosteniendo una pastilla Freepik

Otro factor clave es el movimiento. El intestino necesita actividad física regular para funcionar bien. El sedentarismo, tan común en el estilo de vida actual, ralentiza el tránsito intestinal y puede favorecer que las bacterias se acumulen donde no deben. Por eso, caminar, hacer ejercicio moderado o simplemente evitar pasar horas sentado sin moverse puede marcar una gran diferencia. A esto se suma el estrés, que muchas veces se subestima pero tiene un impacto directo en la salud digestiva. Vivir con ansiedad constante, dormir mal o no desconectar puede alterar los ritmos del intestino y debilitar sus defensas naturales.

El SIBO tiene cura

El tratamiento habitual incluye antibióticos específicos, aunque muchas personas apuestan por alternativas naturales para combatir este trastorno y restaurar el equilibrio intestinal sin recurrir a medicamentos. Además, los médicos suelen recomendar cambios en la dieta, como seguir una alimentación baja en algunos tipos concretos de carbohidratos, y, en algunos casos, suplementos para mejorar el movimiento intestinal o la flora saludable. 

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Entre los alimentos más problemáticos están los azúcares simples, como los dulces, refrescos y productos con miel o jarabes, ya que se fermentan fácilmente y generan gases. También conviene evitar los lácteos con lactosa, las legumbres como lentejas o garbanzos, y ciertas verduras como la cebolla, el ajo, el brócoli o la coliflor. Algunas frutas, como la manzana, la pera o la sandía, también pueden empeorar los síntomas por su alto contenido en fructosa. Además, las harinas refinadas, el pan blanco y las bebidas fermentadas o con gas suelen generar más molestias. Aunque estos alimentos son saludables en otras circunstancias, en el contexto del SIBO es recomendable reducirlos temporalmente para aliviar los síntomas y permitir que el intestino se recupere.

Se recomienda acudir a un profesional

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En estos casos, lo más recomendable es acudir a un especialista en aparato digestivo, ya que solo un profesional puede realizar las pruebas necesarias para confirmar el diagnóstico y descartar otras enfermedades con síntomas similares. Además, el tratamiento del SIBO no es igual para todos: depende del tipo de bacterias presentes, del estado general del intestino y de las causas que lo hayan provocado.

Un especialista podrá indicar si es necesario realizar un test de aliento, recetar antibióticos específicos y guiar un plan de alimentación adecuado para cada persona. Intentar resolverlo por cuenta propia puede empeorar el problema o llevar a restricciones alimenticias innecesarias. Por eso, ante síntomas persistentes, consultar con un médico es el mejor primer paso.