El solsticio de verano, ese instante mágico en el que el sol alcanza su punto más alto en el cielo, marcando el día más largo del año, ha sido desde tiempos inmemoriales un faro de celebración y asombro para la humanidad. Antes de que las hogueras se encendieran en infinidades de los rincones del mundo, el espíritu del solsticio ya danzaba en las civilizaciones antiguas, uniendo a los pueblos en una reverencia común hacia la fuerza dorada del astro rey.

Hogueras de San Juan en Judizmendi. Jorge Muñoz

Origen grecolatino

En la Grecia Antigua, el solsticio de verano no era solo un fenómeno astronómico, sino un pilar clave en su forma de ver el mundo. Era el momento de honrar a Cronos, el dios del tiempo y de la cosecha, por lo que se celebraban las Kronia, festividades donde amos y esclavos compartían banquetes en igualdad.

Sin embargo, va más allá de lo terrenal, porque el solsticio también marcaba la cuenta regresiva para los Juegos Olímpicos. Siete días después de este pico solar, la llama sagrada de Olimpia se encendía, dando inicio así a una tregua sagrada y a una competencia que unía a todas las polis. Se consideraba un tiempo de pausa y de renovación, donde la luz predominante invitaba a reflexionar antes de que comenzaran estas actividades atléticas.

Solsticio de verano en Stonehenge. Europa Press

“Había un sueño llamado Roma”, y es que allí, el solsticio se entrelazaba con el frenesí de las Vestalia. Pese a que no era una celebración del solsticio como tal, su proximidad temporal con el día más largo del año le proporcionaba una personalidad especial. Las Vestales, vírgenes consagradas, custodiaban el fuego sagrado de Vesta, diosa del hogar y del fuego.

De esta forma, garantizaban la pervivencia de la ciudad. Durante estos días, el templo se abría a las matronas que, descalzas, ofrecían sacrificios a la diosa romana. Se trataba de un periodo de purificación y bendición, en el que la luz solar plena parecía infundir su energía en el corazón de Roma. 

Más esperada que la Navidad

Pese a todo, el solsticio es un grito ancestral que ha cruzado milenios y mutado en formas y nombres, aunque ha preservado en todo momento su esencia festiva. Con la intención de descubrirla, nos adentramos en una ruta por sus celebraciones en todo el mundo, sintiendo el pulso de su energía magnética.

Nuestra travesía nos conduce a las brumosas tierras del norte de Europa. En Suecia, el Midsommar es, quizás, la festividad más esperada del año, superando incluso a la Navidad en entusiasmo. Y es que las familias y amigos se congregan en el campo, adornan los majstång (postes de mayo) con hojas y flores, y bailan y cantan alrededor de ellos con coronas de flores en el pelo.

Aunque para los amantes de las películas estás imágenes no les traigan buenos recuerdos por sus representaciones cinematográficas como Midsommar de Ari Aster, en realidad es una fiesta en la que la luz del día no solo se estira hasta la medianoche creando un ambiente etéreo y casi irreal, sino que en ella la alegría se funde con la melancolía de ver pasar otro verano más. Aparte, es un canto a la fecundidad, a la explosión de la vida tras el invierno y la promesa de una buena fortuna para el futuro.

Sueños vividos y pura naturaleza

Cruzamos el mar Báltico y llegamos a Finlandia, donde el Juhannus se celebra con la misma intensidad, aunque con un toque más de introspección. Originalmente, Juhannus era una fiesta pagana llamada Ukon juhla en honor a Uko, el dios del trueno en la mitología finlandesa. Las kokko (grandes hogueras) se encienden a orillas de los lagos y en las playas, por lo que es posible ver sus llamas danzando bajo el sol de la noche sin noche, pues este no se pone.

Muchos finlandeses tienen la tradición de retirarse a sus mökki (cabañas de verano) en el campo, buscando la paz y la conexión con la naturaleza. En este momento, considerado mágico, se cree que los sueños son más vívidos y que la naturaleza revela sus secretos. Además, la sauna, el ritual por excelencia de los finlandeses, adquiere una dimensión casi mística en estas noches claras.

La simple belleza de un nuevo día

Nos dirigimos al sur, hacia las islas británicas, donde los ecos de una antigüedad muy remota resuenan en Stonehenge. Durante el solsticio de verano, miles de personas se congregan en este círculo de piedras milenarias con la intención de ver el amanecer. Los rayos del sol se alinean perfectamente con la Heel Stone (La Piedra del Altar), penetrando en el corazón del monumento y saliendo justo a la izquierda de la piedra.

Se trata de una experiencia sobrecogedora, prácticamente un viaje en el tiempo que conecta a los presentes con los rituales de sus ancestros. Estos, que con una sabiduría asombrosa marcaron el paso del sol, hacen que la energía del lugar sea palpable, aglutinando así una mezcla de misticismo, historia y la simple belleza de un nuevo día.

Numerosas personas acuden al monumento de Stonehenge. Kim Ludbrook

Procesiones y danzas en honor al sol

Volamos a través del Atlántico hasta las tierras andinas de Perú, donde el Inti Raymi en Cuzco (la Fiesta del Sol) es una de las ceremonias más grandiosas y emotivas del continente. Original del Imperio Inca, esta festividad rinde homenaje a Inti, el dios Sol, fuente de vida y prosperidad. Actores que representan al Inca y a la Coya (hija de la luna) lideran procesiones, danzas a la salida de Qoricancha (Templo del Sol).

El aire se impregna de incienso, música de flautas de pan y el clamor de la multitud, mientras se agradece al sol por las cosechas y se le pide su bendición para el nuevo ciclo. En definitiva, un torbellino de color y devoción, y un testimonio de la profunda conexión entre el hombre y el cosmos.

Un actor que representa al Inca a la salida del Qoricancha (Templo del Sol). EFE

Donibane Gaua en Euskal Herria

Finalizamos el recorrido por las festividades del solsticio en Euskal Herria donde la Noche de San Juan (Donibane Gaua) se enciende con una magia particular, arraigada en tradiciones ancestrales y un profundo respeto por la naturaleza. En diferentes regiones de Euskal Herria, las hogueras (suak) se encienden en las playas y en las plazas, y amigos y familias se reúnen para cenar, saltar por encima de las llamas, quemar lo viejo y pedir deseos para lo nuevo.

Víspera de San Juan en Azkoitia. Arnaitz Rubio

El Cantábrico, símbolo de purificación desde tiempos inmemoriales, es el destino principal para los que se zambullen en sus aguas a la media noche, limpiándose así de malas energías y recibiendo la bendición del solsticio. Las calles resuenan con canciones y danzas tradicionales, un claro ejemplo de que la cultura permanece arraigada en lo más profundo de nuestros corazones.

Te puede interesar:

Mujeres bailando en torno a Akerbeltz y la hogurea durante la fiesta del solsticio de verano en Artziniega. Araceli Oiarzabal

Desde piedras megalíticas hasta orillas alumbradas por hogueras, el solsticio de verano es un recordatorio poderoso de nuestra conexión con los ciclos de la naturaleza. Nos detenemos a mirar al cielo con asombro y gratitud, sabiendo que sus estrellas nos unen a todos en este vasto y maravilloso planeta. Es un grito ancestral que resuena aún hoy, invitándonos a celebrar, a soñar y a vivir plenamente bajo el cálido abrazo de un astro que vemos todos los días, el Sol.