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En confianza

El blues del ómnibus

CON permiso de Míguel Ríos, les canto con mi nula pericia interpretativa el blues del ómnibus. En ese desparpajudo nombre tenemos el delito fundacional. Que los reglamentos de los parlamentos permitan someter a votación monstruos legaloides que llevan en su interior churras, merinas y lo que sea menester es una estafa a la ciudadanía. De propina, una patada en la entrepierna de la democracia. Claro que aquí no hay nadie que pueda tirar la primera piedra que lo identifique como libre de pecado. Lo mismo de lo que se abomina en la oposición se practica con denuedo cuando se gobierna. Resulta de un cinismo que roza lo mezquino asistir a las batallas del relato entre los que han defendido con el mismo ardor lo uno y lo contrario. Así, el PP, que en tiempos de Rajoy tiró de ómnibus a discreción, se sulfura al probar la misma medicina administrada por Sánchez. A su vez, el superviviente de Moncloa olvida que ponía a Eme Punto de chupa de dómine cuando empotraba las medidas sociales entre decretos infumables, como él mismo los calificó. Resumiendo, que ahora tenemos a tirios y troyanos lanzándose sus incoherencias a la cabeza con las personas más vulnerables ejerciendo de rehenes. Como de costumbre, las versiones se aceptan en función de la camiseta ideológica que se exhiba, como si, en el fondo, la culpa de ese sindiós provocado por el fiasco del decreto no fuera compartida. Desde luego, PP, Vox y Junts mostraron muy poca preocupación y una empatía por debajo de cero al cargarse la subida de las pensiones, la prórroga de las bonificaciones al transporte público y las ayudas a los afectados por la dana. En el caso de los populares, de propina, lo emponzoñaron más agarrándose al clavo ardiendo de la devolución al PNV de la sede del Gobierno vasco en París. Pero la actitud del Gobierno español y, personalizando, de Pedro Sánchez, tampoco es de recibo. En lugar de correr a buscar una solución para los millones de damnificados, detiene el reloj por puro cálculo partidista.