Bilbao

Un piloto de motociclismo compite en dos carreras a lo largo de su trayectoria deportiva: una es sobre el asfalto, buscando resultados; la otra es a caballo entre la alcoba de casa y la del hospital, persiguiendo recuperaciones. Esta segunda es la cara menos conocida, el currículo de las sombras, pero que todo piloto tiene archivado, almacenado en cuerpo y mente, representado por secuelas físicas y psicológicas, las huellas de la multitud de caídas.

Efrén Vázquez acumula, "haciendo una media para el recuento", más de cien caídas en su periplo en el Mundial, más de mil desde que con 4 años emprendiera la aventura del motociclismo -en el ensayo de una curva bajo la tutela de su aita podía cumular una docena en un rato-. "A pesar de la seguridad, las protecciones y la evolución, este es un deporte de riesgo y el piloto está expuesto durante toda su carrera. Todo piloto tiene sus caídas y sus lesiones. Ir al límite te puede conducir al error, a caerte y a hacerte daño", expone, convaleciente aún de la fractura y operación de su clavícula derecha, unida por una placa fijada con 14 tornillos. "El que se cae es porque va al límite, aquí el mejor tampoco queda exento. Todos caemos", apostilla.

Las caídas, sus lesiones, son innegociables. Es el peaje, la tasa de la profesión, la maleta que viaja con el piloto. ¿Un caro pasaje? "El precio que hay que pagar. Para cuatro alegrías que te llevas en tu carrera sufres muchísimos disgustos, pero disfrutamos, nos encanta lo que hacemos, no es masoquismo". Pasión lo denomina este bilbaino. "Es verdad que luego hay ciertos pilotos que tienen más suerte que otros, como Márquez. Tiene mala suerte porque se ha dado golpes muy fuertes, pero a la par tiene suerte porque con esos fuertes golpes se ha hecho poco daño. Él suma cerca de catorce caídas este año, más que Pedrosa, Lorenzo y Rossi juntos, mientras que para mí, la de la fractura de la clavícula en Francia era la segunda. Mi compañero, Miguel Oliveira, por ejemplo, suma unas diez u once. Pero es como la vida misma, un momento de gloria suprime todos los malos momentos", divaga. Para el resto de los comunes, faltos de semejante amor, es de compleja comprensión. "A mí me sucede, que hay cosas que no terminas de entender, que admiras. En el ciclismo, ver a los gregarios sufriendo sabiendo que no ganarán, con frío, con lluvia, con el sobreesfuerzo, la predisposición a sufrir, las caídas... Eso es pasión", reflexiona. "Todo por la satisfacción del esfuerzo, de la superación, de perseguir metas". Esta la balsa de aceite para los percances.

la caída, una lección aprendida Una caída normal, sin condicionantes de lluvia, pista sucia o toques entre pilotos, representa el punto en el que sabes que has sobrepasado el límite. "Eso ocurre o por inexperiencia del piloto o porque no sabes cuáles son tus límites, los de la moto o los del asfalto. Estas dos razones hacen que cada caída te haga ganar. Es la parte productiva, como parte del proceso de crecimiento de un piloto. Ahí está la virtud de encontrar un equilibrio entre caídas y aprendizaje, pero son necesarias para progresar", expone el de Rekalde. Aceptarlo es como llevar casco, imprescindible en el viaje de un piloto. "No queda otra". Se asume con naturalidad. Sin cabida al temor. Despojándose de rencores hacia la profesión. "Recuerdo muchísimas caídas, haciendo memoria podría recordar casi todas, porque quedan marcadas, pero no es miedo lo que queda tras una caída, porque si subes a la moto con miedo dejas de correr y aparece la frustración, que sí es peligrosa en el contexto de grandes velocidades; miedo hay que tener a no lograr unos objetivos", solapa. Estos funambulistas de las dos ruedas se tornan como máquinas, insensibles, y el quirófano no es más que un taller como el que visitan sus motos.

Sin embargo, hay ciclos de bajos fondos en este recorrido de caídas y lesiones, escenificados por los procesos de recuperación, esa carrera paralela que se disputa en el tiempo de entreguerras, en esas apenas dos semanas transcurridas entre prueba y prueba, sucedidas como fases de puesta a punto humana, pues un piloto vive en una especie de eterna lesión debido, entre otras cosas, a que se aceleran los procesos naturales de recuperación de problemas que se atrincheran, se arrastran y se van acumulando. "Esto es lo peor", recalca Efrén. Son etapas que no trascienden al público general, que solo conoce el entorno más próximo al piloto. "A veces te encierras en casa para no dar explicaciones a todo el mundo". Se enclaustran para gozar de plena concentración en ese perenne estado de recuperación. Un periodo de penas en el que la cabeza, a veces, piensa en drástico. "Alguna vez que me he hecho daño, que me he hecho polvo y estoy solo, a 15.000 kilómetros de mi familia, donde apenas puedes hablar por teléfono porque luego no podrás pagar la factura, porque aquí no te vas a hacer rico, te preguntas: ¿qué hago aquí? Mi familia, cuando era pequeño, me hacía presente el riesgo, el peligro, pero ya no; está asumido. Saben que no hay remedio. Por eso no me gusta despedirme cuando me marcho de casa, porque así sé que tengo que volver", confiesa. La frialdad es denominador común para estos esprinters motorizados que hacen del cuerpo médico de la caravana del Mundial un núcleo familiar por el tiempo compartido, de visita, antes y después de cada sesión de moto. Los fisioterapeutas son la panacea para sostener el pulso profesional.

"Hace poco oí a Carlos Checa decir que cuando corre en Imola no piensa en ganar; se conforma con volver a casa. Que lo diga un campeón del mundo... Te lo planteas, sí, pero él tiene 40 años y sigue. Algo bueno tendrá seguir corriendo", apostilla, ofreciendo la versión opuesta. "No diré el nombre, pero un piloto muy allegado me dijo que tras dos grandes sustos, no estaba dispuesto a esperar al tercero. Se retiró", relata.

Efrén ha mamado de la desdicha. "Mi mayor golpe fue en Japón, en 2010, cuando Folger me pasó por encima. Me cogió con las piernas encogidas, si no, me hubiera pasado por encima del pecho o el cuello y a saber. Es una de las lesiones que más he arrastrado". La factura fue un traumatismo craneoencefálico y el aplastamiento de dos vértebras, otro capítulo en el palmarés de tinieblas. "Lo peor a veces no es el dolor en sí, sino la pérdida del conocimiento, de la memoria. Te asustas, ves lo frágiles que somos. He llegado a caerme y, sin ser consciente de dónde estoy, subirme a la moto para en unas vueltas rodar en los mismos tiempos en que venía haciéndolo. Pilotas automático, sin la cabeza, solo con tus facultades, es algo que sale de dentro", explica. Porque dice un código de honor no escrito del motociclismo que no es más fuerte quien no cae, sino quien antes se levanta.