El color verde de Hondarribia, su nido, el palo de golf, las pelotas, el polo blanco, el guante de piel zurdo del mismo color, el pantalón marrón de pinzas y los zapatos negros de clavos, trazan la sonrisa de Txema Olazabal en la tarde noche. En su elegante indumentaria, su vestimenta de dandy del green, reluce a la altura de la cabeza ¡un casco!, no una visera ni un borsalino ni un sombrero de ala ancha, no, ¡un casco! "Cuando me propusieron participar en este desafío me pareció una cosa extraña y hasta me daba algo de miedo por dónde iría la bola". En el verde paisaje que otea Olazabal no hay lugar para los árboles, pero tampoco lo hay para los pajarillos, ni para el césped y los saltamontes. Su horizonte es de piedra, un frontis; su calle, de brea, la cancha. Marciano, Olazabal, practica el swing en el frontón. También balancea el brazo Imanol López colgado de una cesta, el mimbre que encauza su buzo de trabajo: la camiseta y el gerriko rojos, el pantalón blanco, al igual que sus zapatillas indoor. El casco es para Olazabal. "Me daba algo de miedo". Dicen que al miedo se le vence combatiéndolo: "En las pruebas ya vimos que no había peligro". Y el golfista se colocó el casco, el yelmo moderno.

Convencido, encasquetado -el desafío de velocidad entre Imanol López y Txema Olazabal tenía como objetivo recaudar fondos para fines benéficos- el hondarribitarra se abalanzó sobre la bola y en su primer impacto, estruendoso el sonido de la pelota en el frontis del Jostaldi, golpeando la pelota más bajo de la habitual por las dimensiones del recinto, "me veía un poco incómodo porque para que el radar captara la velocidad le tenía que pegar muy baja, y eso es más difícil para mí", decía Olazabal, viró la aguja del cuentakilómetros hasta los 241 kms/h. Multa. Fue la respuesta de Txema a los 230 kms/h que presentó a Imanol como tarjeta de visita. Multa también.

A pesar de la escandalosa velocidad adquiridas por la pelota de golf y la de cesta, ambas compartían cierto aspecto ovni, tanto Txema como Imanol se exigieron aún más y pisaron el acelerador. Olazabal, metódico, estudioso, engranado debidamente el movimiento, con el piloto automático, clavó su primer registro: 241 kms/h. Imanol López contrapuso mayor potencia en su golpe de revés y la pelota salió proyectada a 240 kms/h. "Imanol ha ido de menos a más, sus dos primeros lanzamientos han sido un poco para marcar", apuntaba Txema.

Reafirmado anímicamente Imanol por la marca, soltó el brazo con inusitada violencia en su tercer intento y se disparó hasta los 243 kms/h, el registro más veloz de la tarde. Increíble. "En el tercer intento creo que se ha soltado", advertía Olazabal en el tee del cuadro 9. Desde allí, el doble ganador del Master de Augusta, activó un misil tierra aire: 244 kms/h que tumbaba el asedio del mimbre de López "Se ha guardado algo en la recámara", cerraba Olazabal feliz por la experiencia de llevar casco. Eso sí, ambos se quedaron muy lejos del récord de José Ramón Areitio, fijado en 302 kms/h. "Aquellos comían más chuleta".