LO dijo el general Mc Arthur. “Los viejos soldados nunca mueren, solo se desvanecen en la niebla”. Me vino al recuerdo tras ver, una vez más, el documental Los Hijos de Gernika, estrenado en la Delegación del Gobierno Vasco en París el 26 de abril de 1968. Un año explosivo. Guerra de Vietnam, Joseba Elosegi en llamas ante Franco, Mayo francés, ETA mata a Melitón Manzanas y al guardia civil Pardines y la guardia civil mata a Etxebarrieta. Matanza de Tlatelolco en México. Estado de excepción. Asesinan a Luther King y a Robert Kennedy. Los Beatles estrenan Hey Jude? Mientras todo esto ocurría, Franco vivía en El Pardo y Radio Euzkadi transmitía un programa de onda corta todos los días desde Venezuela.

Segundo Cazalis Goenaga nació en La Habana (Cuba) en 1924. Era el segundo hijo de Segundo Cazalis, famoso pelotari de Jai Alai considerado en su época el mejor zaguero del mundo que jugaba con frecuencia en la capital cubana, donde nacieron sus hijos. Cuando el crío tenía dos años, volvieron a Bilbao hasta su caída en 1937. Refugiados tras pasar por Iparralde, la familia recaló en Barcelona, donde con 14 años se alistó en el ejército republicano y, tras caer Catalunya, le internaron en un campo de concentración en Francia. De allí le sacó un padrino cubano y volvió a La Habana en 1939. Tras terminar el bachillerato en La Salle, se fue a Caracas donde hace periodismo e ingresa en el periódico El Nacional, cuya diagramadora era Karmele Leizaola, sobrina del lehendakari. El Nacional lo manda en 1958 a cubrir los acontecimientos de la lucha contra la dictadura de Batista y clandestinamente logra en la Sierra Maestra entrevistar a Fidel Castro. Fue el primero en hacerlo. Cazalis presenta al barbudo de forma idealizada, de tal forma que al triunfo de la revolución decide quedarse en Cuba, donde le han ofrecido ser redactor jefe del periódico La Calle. En enero de 1960 empieza a escribir una columna llamada “Siquitrilla” que será un éxito. En diciembre del 63 cambia de periódico y se va a Revolución llevándose su columna, que no va a durar mucho.

En 1964 se atrevió a hacer un comentario crítico y el propio Fidel Castro bramó en su contra. Aquello le pareció una iniciativa tomada a destiempo. “Yo quiero que me digan si debemos abandonar todos los planes económicos para dedicarnos a discutir sobre arte y sobre cine. Esas cuestiones pueden esperar diez años, pero la Revolución no”, sentenció el comandante. En “Siquitrilla”, Cazalis hacía recomendaciones de películas objeto de censura porque “su contenido se estimaba nocivo para el pueblo”. Para colmo, había escrito que la televisión castrista y su programación era aburrida y de baja calidad. Por si no se había enterado de que aquello era una dictadura, le quitaron la columna y le echaron del periódico. De esa situación lo rescató el Ché Guevara. que lo mandó a París como corresponsal de Prensa Latina, la agencia oficial de noticias cubana. Harto de lo que veía, desertó y se fue a Caracas, donde se dedicó a escribir libros y guiones y a ser director del periódico El Mundo. En 1968 va a dirigir el documental del PNV Los Hijos de Gernika, producido por Ávila Films, cuyo propietario, José Agustín Catalá, tenía enorme simpatía por los exiliados vascos. Le recuerdo con su acento cubano, gran envergadura, gafas de concha, camisa blanca y brazos muy velludos hablando con Alberto Elosegui, donostiarra, el hombre de la propaganda del PNV en el exilio, más conocido por su nombre de guerra: Paul de Garat. Director de la revista Gudari y la persona con más sentido de la propaganda y la transmisión de la épica nacionalista y de su necesaria emoción para movilizar gentes que he conocido en mi vida. “Si no tienes la fuerza, tienes que tener la leyenda de la fuerza” era un axioma de Ho Chi Minh que nos repetía mientras elaboraba su informe con el sugestivo título de “Una Voz con mil ecos”. La traducción del libro de Steer, la radio Euzkadi clandestina, esta película, la adaptación de un reportaje de Granada televisión sobre Joseba Elosegui titulado El hombre en la Ventana (con un guion que tuvimos que adaptar al movimiento de los labios de los locutores en un trabajo de chinos), los calendarios de bolsillo y tantísimas cosas más se deben a este increíble abogado con residencia en Donosti y que desde allí enviaba sus crónicas de la huelga general del 51 nada menos que a The New York Times y que cuando, perseguido, llegó a Caracas, trabajó en la revista Momento con Gabriel García Márquez y Plinio Apuleyo Mendoza. Fíjense los nombres que he citado -Castro, Guevara, García Márquez, Mendoza, The New York Times...- al ilustrar una guerra de propaganda jelkide que aprovechaba cualquier resquicio para hacer resistencia a la dictadura. Lo que lamento es que nada de esto ni nadie de esta generación haya sido tenido en cuenta para el programa Herenegun. Vivimos en el adanismo perfecto.

Luis Eguiraun, hombre de izquierdas, tras 16 años como programador y casi 20 como miembro del jurado del Comité de selección de Zinebi (Festival Internacional de Cine Corto y Documental de Bilbao) le llamó, en su último año de programador, a mi hermano Koldo interesándose por el documental. ”No entiendo cómo esta pieza de casi media hora no sea conocida. Vale mucho. Si se puede, la programamos”. Se pudo y desde la Filmoteca vasca llegó al Cine Gran vía de Bilbao el pasado 9 de noviembre. Unas ochenta personas fueron su público. Lástima que no hubiera más pues la pieza, en la gran pantalla, te permite ver un buen trabajo hecho con documentales, fotografías, un magnífico guión, las canciones de Monzón y Labeguerie, el énfasis del locutor y un resumen que termina en aquel Aberri Eguna de 1968 con una filmación hecha por Joseba Leizaola (expresidente del Parlamento Vasco) desde la casa de un jelkide en la Plaza del Castillo de Iruñea. En ella se ven las cargas policiales de los conocidos como “grises”. En el documental, la voz del lehendakari Aguirre es la de Xabier Leizaola, hermano de Joseba que fuera presidente del Consejo de Administración de DEIA. Fue una obra colectiva del Grupo EGI de Caracas que sirvió al inicio de la transición para contar “la lucha del pueblo vasco por su libertad” en momentos en los que todo era ETA y había que reorganizar nuevamente EAJ-PNV. La armonización musical fue de Iñaki Irureta, ex miembro del conjunto musical azkoitiarra Los Contrapuntos que tocaba el armónium en buenos restaurantes del Este de Caracas y cuando veía entrar a un vasco conocido interpretaba el Gora ta Gora. Era un equipo fantástico aquel de EGI.

Tras la película, hubo un coloquio con la escritora y bibliotecaria del Parlamento Vasco (fue quien la montó) Arantza Amezaga, que impactó hablando del exilio y de la película. Una joven vasco venezolana se mostró extrañada de que no hubiera correspondencia entre lo hecho por el exilio y las instituciones vascas en este 80 aniversario. Lo decía con dolor. “¿Hay, alguien aquí del Gobierno vasco? No. ¿Hay alguien aquí de la Diputación? No. ¿Hay alguien del Ayuntamiento? No. ¿Hay alguien de Gogora? No. ¿Hay algún representante de algún partido político? No. He aquí la respuesta”, dije también con dolor.

Y es que algo se está rompiendo en esa cadena que dicen que no se rompe. Está faltando emoción, promoción, apuesta y, desaparecida la generación de la guerra, el exilio y la clandestinidad, esto se va a ver en la lejanía como vemos a las guerras carlistas, para satisfacción de los comisarios de Sortu que consolidarán su teoría que todo empieza con ETA. No exagero. Juan Mari Atutxa, tras la charla la semana pasada de Jean Claude Larronde, benemérito historiador de Iparralde que vino desde Baiona a hablarnos del coro Eresoinka y del Equipo Euskadi (no Euskal Herria) y al ver una media entrada a la conferencia de unas cuarenta personas, apuntó que faltaban jóvenes y gente curiosa por el pasado. Tenía razón. Pronto oiremos estupideces sobre la Eurocopa en San Mamés sin que los que más gritan sepan nada de aquella gesta del primer Gobierno vasco. ¿Se recordará como Dios manda el hito del regreso de Leizaola del exilio el 15 de diciembre con todo lo que supuso? Lo desconozco. Solo sé que Mitxel Unzueta me comentó entristecido que en el 40º aniversario del Estatuto de Gernika, nadie, absolutamente nadie, le había llamado. En la Fundación Sabino Arana, en la jornada sobre Memoria y Literatura, se decía: “¿No hay un pasado colectivo? Se crea en función de hechos compartidos. Necesitamos una narración bien hecha para saber de dónde venimos porque, si no, la historia la seguirán escribiendo los vencedores. ¿Qué tienen que decir los perdedores?”. Al parecer, mucho pero sin que se les ponga altavoz. Por eso digo que Los Hijos de Gernika se están desvaneciendo en la niebla. No nos quejemos.