PENSARÁN que estoy trastornado, que empiezo a tener lagunas mentales. Tal vez. Hasta yo creo en ocasiones que mi cerebro sigue licuado, estado al que se convierte mientras duermo. Hay días que no acierto a recordar los nombres comunes de las cosas corrientes. Parezco lelo. Sé lo que quiero decir, a qué me refiero, incluso sería capaz de dar todo tipo de características físicas de cómo es y para qué sirve... pero el sustantivo concreto no termina de salir. Y, por el contrario, me obceco con acepciones incomprensibles que desconozco de dónde llegan en mi cabeza pero que se repiten en mi imaginario como una obsesión. Por ejemplo, “Erythropus”. ¿De dónde he sacado el palabro? Ni idea. Lo único que sé es que corresponde a la denominación de una especie de hongo comestible -un boletus- que por lo general no suelo ni recolectar ni por lo demás comer. Otro concepto inusual que me asalta es el de “sinécdoque” o, en un plano más común, el término “palangana”. Por no hablar de los nombres propios que se me vienen a la cabeza de repente -Epigmenio, Domitila, Errupin, Sisebuto?- lejos de los apelativos más comunes. Ya sé que me lo debo hacer mirar y que parece una rareza demente, pero mi subconsciente funciona así. Es como cuando no hay manera de quitarte de encima esa sintonía o canción que tarareas una y otra vez sin solución de continuidad.

Cuento esto para poner en contexto un sucedido que para nada es una alucinación, aunque lo parezca. Llevo ya unas cuantas madrugadas en las que logro escuchar un sonido fácilmente reconocible pero de difícil encaje en una gran localidad como la que me acoge habitualmente. Entre la vejiga, que ya no aguanta lo de antes, el calor del veranillo de San Miguel, el zumbido de algún mosquito kamikaze y mis obsesiones de cerebro líquido, suelo tener momentos insomnes. Y es justo en esas circunstancias, de noche cerrada, cuando percibo una voz animal característica. ¡Un rebuzno! Sí, el sonido de un burro expresándose abiertamente y espaciado en tres llamadas: “Io, io, io”. ¿Un burro en el centro de Getxo? Parece insólito, pero no lo he soñado. Hasta en tres noches diferentes he identificado el griterío del animal. Ni cerca ni lejos. A distancia media, pero nítidamente. Un rebuzno de los de toda la vida. ¿Quién puede tener un pollino en un núcleo urbano como el de Algorta? Lo desconozco, pero esa voz que he escuchado en repetidas ocasiones ha sido la de un asno, de un borrico de cuatro patas; porque si hubiera sido de dos mi extrañeza no sería tal, habida cuenta la proliferación de este tipo de especímenes en nuestras calles.

De todos aquellos a los que he preguntado en mi entorno sobre el sonido nocturno nadie ha oído nada. “¿Un burro”? “¿Qué hierba fumas?”, preguntó un Erythropus con patas. Perdonen la sinécdoque, pero la ironía me sentó como si me atizaran con una palangana. Cosas más raras que un astotxu rebuznando en el centro de una ciudad ya se han visto. Sin ir más lejos, en el mismo municipio. Un fin de semana de hace un tiempo, un conocido personaje (estilista para más señas) se paseaba, riendas en mano, en calesa. Tirado por un corcel negro, el carruaje circulaba por las calles -tracatrán, tracatrán- entre un bizkaibus, una furgoneta, bicicletas, patinetes y vehículos que pitaban por la lentitud del paso. Un cuadro muy estético e igualmente insólito. Una fina estampa más propia de un bolero cantado por Maria Dolores Pradera que del día a día de una populosa urbe en la que la gente deambula haciendo sus compras o atendiendo a sus deberes.

Pensarán que me patina el embrague. Pero no lo creo (qué voy a decir yo). A todos nos pasa. Cada cual carga con sus obsesiones, sus rarezas o prejuicios. Aunque dicha mochila no debe impedir interpretar la realidad con amplitud de miras, con perspectiva de gran angular frente a la mirada reducida del microscopio.

Si fuésemos capaces de otear el horizonte con un enfoque amplio, veríamos la llegada de una tormenta económica. Algunos la llaman “desaceleración”; otros, retraimiento del crecimiento o recesión (dos trimestres continuados en saldo negativo). Crisis, en definitiva. Los síntomas de tal fenómeno comienzan a observarse. El empleo ha dejado de crecer a los niveles de meses pasados, la producción industrial se ha ralentizado, los bancos centrales incentivan la inversión pública en busca de consumo, etc. Las amenazas resultan evidentes; la guerra comercial EE.UU.-China, el Brexit de final de mes o el polvorín de Oriente Próximo y su incidencia en el precio del petróleo. Inseguridad, desconfianza, incertidumbre, azotan en una tormenta que no será tan dura como la crisis anterior, pero que a buen seguro afectará a nuestro bienestar. Al de todos. También al de los vascos.

El panorama obligaría a los poderes públicos a preparar planes de contingencia para hacer frente a las circunstancias adversas que se aproximan. En lugar de eso, en el Estado español con un gobierno en funciones solo se habla de elecciones.

El escenario de contienda electoral no ayuda a buscar aproximaciones entre adversarios. Todo lo contrario. Es como un acelerante de la crispación y el desencuentro. Reproches, acusaciones, descalificaciones y boutades. Rebuznos en muchos casos, matutinos, vespertinos y hasta nocturnos. Nada que no hayamos visto ya en el bochornoso periodo de sesiones finiquitado.

Se pudiera pensar que ante la coyuntura que se avecina y viniendo de la interinidad institucional de la que venimos, los mensajes que los partidos políticos trasladarían a la ciudadanía incidirían en la búsqueda de la templanza y la seguridad económica. Pues no. Tendremos una campaña electoral rancia, de testosterona patriotera. Un debate público que va a tener en Catalunya uno de los ejes vertebradores. Pero el tema catalán no centrará la campaña para resolver el problema político que en él subyace, sino para alardear ante el votante peninsular de quién es “más español”, quién representa mejor la “firmeza Constitucional”. Quién la tiene más larga a la hora de frenar a “los separatistas”.

Campaña no para plantear diálogo sino para hablar del “155”, de la “Ley de Seguridad Nacional” y, si me apuran, del Estado de excepción o de sitio. Catalunya para identificar al independentismo con la violencia, para arropar a la sentencia que viene en relación al procés, fallo que llegará, previsiblemente, a mediados de mes, y que se adivina duro en los años de castigo, aunque no avale la tesis de la rebelión o la sedición, principales argumentos de quienes no tienen empacho en seguir incendiando el sobresaltado escenario catalán. Catalunya por activa, por pasiva y por perifrástica. Pero no para bien, sino como consigna de tensión.

Los socialistas pretenden convertir a Pedro Sánchez en Luis XIV. Él es el Estado. Su mensaje de campaña se resume en el lema Ahora gobierno. Ahora España. ¿Ahora? A buenas horas mangas verdes. Sus conspicuos analistas, una vez cargadas las tintas contra la “extrema izquierda” de Pablo Iglesias y creyendo debilitada su potencialidad con la salida a escena de Errejón, quieren ampliar su discurso a la caza y captura del voto “rojigualdo”. Pescar en las aguas de caladeros que hasta ahora representaban otros como Rivera o el propio Casado. Los gurús de La Moncloa son atrevidos. Ya no buscan el sufragio “progresista” sino que persiguen el voto “institucional”. De ahí el Ahora España que es tanto como decir lo que el himno de la Guardia Civil explicita: “Viva España, viva el rey, viva el orden y la ley”.

La genialidad publicitaria socialista ha encontrado en Vox un competidor. Al Ahora España, los ultras de Abascal han respondido son otro eslogan: España siempre. Y los populares de Casado no van a ser menos en su pretensión de convertir los comicios en una competición de españolidad. Su primer eslogan, Ellos o nosotros, lo dice todo. Declinado unos días más tarde, se ha presentado como ¿Izquierda o derecha? y la respuesta que sugieren también es conocida: España.

¿Y de Rivera qué? Fuera de juego una vez más, de él se puede esperar cualquier cosa con tal de buscar notoriedad o un titular periodístico.

Con este panorama, no es de extrañar que en Euskadi el PNV trate de distanciarse de la actual dinámica volviendo a presentar la “agenda vasca”. Euskadi es diferente. En diálogo, en gobierno; y debe serlo también en voto. Mientras tanto, preparémonos para asistir a un chaparrón de obsesiones. ¿No las oyen? “¡Io, io, io!”.