WASHINGTON D.C., 20 de enero de 2017, Donald Trump comienza su discurso de toma de posesión como presidente de Estados Unidos. Sobre un fondo de columnas envueltas en la bandera americana, el nuevo presidente transmitía una sensación intimidante y extraña. Empleó giros apocalípticos que “evocaban los márgenes más salvajes de la política democrática, aquel territorio en el que la democracia puede comenzar a convertirse en lo contrario a sí misma”. Tal cual lo cuenta David Runciman en Así termina la democracia (Ed. Paidós, 2019). Entre los presentes se encontraba el ex presidente George W. Bush, quien acabado el acto, mientras abandonaba el escenario de la ceremonia, dijo: “Esto ha sido raro de cojones”.

Todo lo ocurrido en España estos últimos cinco meses durante el fallido proceso de formación de un gobierno tras las elecciones de abril ha sido raro hasta donde dijo Bush y las consecuencias no serán muy diferentes a las de la presidencia de Trump: adentrarnos en un territorio en el que la democracia comience a convertirse en lo contrario a sí misma. Los líderes políticamente decisorios -Sánchez, Iglesias, Casado y Rivera- se han mostrado como políticos acomodaticios con más maquinaria que ideología. Siempre está bien indagar, analizar las diferencias entre los diversos consejeros y preguntarles por los motivos de éstas para poder optar entre lo esencial y lo importante. Pero es otra cosa hacer política a golpe de sondeos electorales o medición de estados de ánimo en la población porque acabas poniéndote en manos de gente que lo sabe todo de cosas de las que nada sabe, los aquí llamados “gurús” y en EE.UU. conocidos como “spin doctors”. El líder tiene que tener libertad de criterio para, en determinadas circunstancias, decir a la gente lo que ésta no quiere oír, cosa que jamás aceptan los gurús.

Ninguno de los líderes decisorios ha hecho uso, si es que la tiene, de esa libertad de criterio. Como si trataran de poner grilletes a la, según ellos, supuesta locura colectiva de no haber dado votos suficientes al propio partido para formar un cómodo gobierno. Raro, raro. El mapa político español no va a experimentar grandes cambios, al menos mientras subsista la actual Ley Electoral y salvo que se produzca un cataclismo. Van a darse similares resultados durante algún tiempo. De ahí la necesidad de ensayar acuerdos y coaliciones inexploradas. Eso es lo que nos enseña la experiencia vasca y europea. Pero no así en España, al parecer afectada por el pecado original de sus líderes, víctimas de la soberbia, que opino es lo que tienen en común los responsables de las cuatro grandes formaciones a nivel de Estado.

Malvada o estúpida Aquí todo el mundo piensa en lo que nadie dice: Que la utopía plebiscitaria de Unidas Podemos es solo un trampantojo para encubrir estructuras de adhesión al líder y durante las fracasadas negociaciones Iglesias ha dado muestras de controlar su organización desde la quilla a la cofa; ya se sabe que la obediencia es más poderosa que el sentido común. Que Sánchez ha ofrecido un rostro tan duro e imperturbable que se podría jugar a los dardos con él y cuando la noche electoral oyó el “Con Rivera no” ni tan siquiera tuvo que decir, como De Gaulle, “os he comprendido” porque ya pensaba en reservarse el naipe naranja. Que si Churchill justificaba sus bandazos políticos afirmando que cualquiera puede ser un chaquetero pero que se necesitaba cierto ingenio para serlo dos veces, Rivera ha demostrado tener ese ingenio: socialdemócrata primero, luego liberal, ahora conservador... es un camaleón que disfruta con cada nuevo color de piel. ¿Pactará con Sánchez? Depende. Dilucidar si la clase dirigente española es malvada o simplemente estúpida es una de las cuestiones más complejas de nuestro tiempo. Líderes políticos que no muestran la menor lealtad a las instituciones tradicionales se hacen llamar conservadores. Es el caso de la más que muy conservadora Cayetana Álvarez de Toledo, la campeona de la lucha contra los derechos históricos de los vascos y el derecho a decidir de los catalanes. Retorcida en su caquexia, como un santo de El Greco en pleno ayuno, no para de mandarnos a hacer las maletas a quienes persistimos en la defensa del Concierto, del Convenio y de cualquier defensa de la soberanía vasca o catalana contraria a su idea de una España uniforme. Nada nuevo bajo el sol; quienes dicen “las cosas como son” resulta que casi siempre las dicen como no son.

Desenchufe... y dos cables pelados Las negociaciones para formar gobierno se desarrollaron en este raro y oscuro escenario. Solo faltaba ver quién arrancaba el enchufe y resultó ser Sánchez, al parecer ignorante de que la tela aparentemente prieta y homogénea de la política es de hecho muy elástica. Su falta de elasticidad es consecuencia -torcida- de la biografía política, con caída y vuelta al poder, de alguien que rechazó morir a espada y a espada vive. Y como se reserva para otros duelos, manda a negociar a la inefable Carmen Calvo, todo un prodigio de nada envuelto en una nube de algodón retórico. Mientras tanto, ¿dónde estaba Ábalos? Raro, muy raro.

El único sentido de un cambio de gobierno es el del control de daños. Tras la sentencia del Tribunal Supremo en el juicio del procés se producirá la confluencia del patriotismo español con la creciente inquietud social ante un futuro económico incierto, provocando el raspado de dos cables eléctricos pelados. Gobernar en tal situación precisaría de una mayoría sólida o de un acuerdo -raro, raro- entre fuerzas políticas hoy por hoy dispares y disparatadas. El fracaso de la formación de gobierno después de unas elecciones con récord de participación está llevando al hastío de la ciudadanía espectadora de un teatro cada vez más necesitado de artistas, equilibristas y funambulistas que capten su atención desde la televisión o los tuits. “Democracia zombi”, llaman los expertos a esta degradación de la política que tan buenos resultados parece estar dando a Trump, “el hombre que no sabe lo que significa ser presidente”, como le calificó Bush, o “el fantasma”, para su padre, George H. W. Bush, según relata Mark Updegrove en The Last Republicans. Into the extraordinary (Harper Collins, 2017).

Seamos pacientes y confiemos en que lo raro no dure mucho. De otro modo, terminaremos en aquel territorio en el que la democracia puede comenzar a convertirse en lo contrario a sí misma... y acabaremos de lo raro hasta el preciso sitio donde el presidente George W. Bush lo situó.