EN los próximos días, los líderes de los principales países del mundo se reunirán en Biarritz en torno al foro G7. Probablemente sabremos de ellos por televisión ya que las medidas extremas de seguridad imposibilitarán cualquier contacto o cercanía con el selecto grupo de mandatarios. Lo que sí percibiremos serán las consecuencias organizativas del encuentro, auspiciado por el presidente Macron, quien mantiene una cierta predilección por la localidad labortana. Infraestructuras colapsadas, imposibilidad de movimientos, protestas -incluso violentas- de grupos antiglobalización, que intentarán ser sofocadas por un amplísimo sistema de seguridad formado por más de 20.000 policías a un lado y otro de la muga.

Estoy convencido de que muchos de los que participarán en el evento, tanto en la cumbre mundial como en las movilizaciones contestatarias, no se percatarán tan siquiera de dónde están. A lo sumo, se volverá a hacer referencia al maravilloso enclave turístico sede del encuentro, sin más explicaciones ni contexto.

Como vascos, nuestra obligación es ser corteses con quienes nos visitan. Y, al mismo tiempo, presentar nuestras cartas credenciales como pueblo acogedor, dinámico y orgulloso de nuestra identidad que pretende sobrevivir en este mundo tan global e intercomunicado como lo representa el G7.

En ese contexto, recordar que el próximo año 2020 se cumplirá el cuatrocientos aniversario del desmantelamiento del sistema foral tradicional en el que vivía Zuberoa, el territorio más al este y de menor población de cuantos componen el País Vasco norte.

Aquella “integración” no fue pacífica y provocó, pasado el tiempo, una revuelta que muchos de los vascos actuales de un lado y otro del Pirineo desconocen. Tiempos convulsos institucionales, religiosos y de todo tipo.

Soule o Zuberoa fue incorporada a Francia por la fuerza de las armas en 1620, con el resto del País Vasco norte, al ocupar las tropas francesas el Parlamento de Donepaleu (Laburdi) y el de Pau (Beárn)

En ese año 1620, pasó a Pau (antigua capital del Beárn) el Parlamento de Navarra por imposición francesa, con ella la Corte (o Silbiet) de Zuberoa, que administraba el territorio y que estaba supeditada a la Corte general del reino y vizcondado navarro-bearnés.

El Silbiet (Corte zuberotarra) continuó en Lixarre, con sus tres varones a la cabeza del poder militar (el de Atarratze, Domezain y Hauze).

Tras su ocupación militar en 1620, el rey Luis XIV de Francia (Luis III de Navarra) vendió las tierras comunales de Soule, consideradas por él como de propiedad regia, a un rico hombre gascón, Jean-Armand de Peyre. Este, capitán de los mosqueteros inmortalizado por Alejandro Dumas, se proclamó conde de Iruri (Troisvilles) tras la compra del castillo de Maule, la baronía de Montori y la de Atharratze (Tardets).

El campesinado y el pueblo llano, representado en el tercer estado, pretendió la reintegración de sus tierras comunales, unas propiedades graciosamente vendidas por el monarca. Se planteó así una posibilidad de “recompra” de los espacios tradicionalmente comunitarios. Sin embargo, tal posibilidad suponía para la ciudadanía de Zuberoa la desorbitada suma para entonces de 150.000 libras.

El enorme sacrificio que suponía la devolución de las propiedades a la comunidad provocó una revuelta popular en la que se enfrentó al tercer estado contra la nobleza y la burguesía de Maule, aliadas de las autoridades eclesiásticas.

La matxinada estalló en 1661 de la mano del cura de Moncayolle (Mithilike), Bernat Goienetxe, apodado Matalaz.

Ante las crecientes protestas populares, el monarca francés recompró a Peyré sus posesiones, pero, posteriormente, endosó el gasto a los suletinos. Los habitantes del vizcondado fueron conminados por las armas a pagar la cuenta: 80.000 libras. Liderados por Matalaz, el pueblo suletino se negó a hacer frente al pago obligado. Así, en junio de 1661, el cura Goyheneche creaba una administración paralela y popular que no reconocía a la corte real.

Enfrentados a la jerarquía católica, a la nobleza local (cuyo máximo exponente era el citado conde de Iruri) y a la burguesía de Mauleón, los entre 3.000 y 4.000 hombres que logró reunir Matalaz incendiaron algunas casas de Sohüta (Chéraute) y asediaron la capital y su castillo. En estas circunstancias, unas 7.000 personas se habían alzado ya en armas en Zuberoa y los señores locales solicitaron la ayuda urgente de los militares del Parlamento de Burdeos. La respuesta llegó de inmediato: un ejército compuesto por 100 caballeros y 400 soldados bien pertrechados, al mando del capitán mercenario Joseph Calvo, partió de Burdeos para sofocar la rebelión. El 12 de octubre, aquellos bravos suletinos que combatieron casi desarmados al grito de “Herria, Herria!” fueron derrotados en Sohüta, perdiendo la vida 400 de ellos y exiliándose en Navarra la mayoría de los que lograron sobrevivir. Matalaz pudo escapar, pero en la casa-torre de Jentañe, cerca del pueblo de Urdiñarbe (Ordiarp), fue capturado junto a sus más fieles seguidores. Trasladados al castillo de Mauleón, fueron juzgados y condenados.

Bernard Goyheneche Matalaz fue condenado inicialmente a ser descuartizado pero finalmente, por la intercesión del obispo de Oloron, fue simplemente decapitado el 8 de noviembre de 1661 en la plaza de Licharre.

Su cabeza fue expuesta como advertencia a los suletinos en la puerta del castillo de Mauleón a modo de escarmiento público, hasta que la Nochevieja de ese año un grupo de sus antiguos compañeros la rescató.

Matalaz, ante la multitud que contempló su ejecución, dejó un mensaje, que ha llegado hasta hoy: “Dolü gabe hiltzen niz, bizia Xiberoarentako emaiten baitüt. (Muero sin arrepentimiento pues doy la vida por Zuberoa).

Agian, agian, egün batez jeikiko dira egiazko xiberotarrak”. (Tal vez algún día se alzarán los verdaderos suletinos).

Egiazko eüskaldünak tirano arrotzen ohiltzeko. (Para que los auténticos vascos expulsen a tiranos extranjeros).

La derrota de Matalaz y la depresión de Zuberoa, un territorio condenado a la despoblación y el empobrecimiento, son dos apuntes tan solo de una verdad llamada Euskal Herria.

Esto es parte de nuestra historia. Está en el ADN de un viejo pueblo que sigue vivo a ambos lados del Pirineo y que se extiende geográficamente entre los ríos Adour y el Aguera. Una verdad incontestable cuya evolución seguirá dependiendo de la voluntad mayoritaria de la ciudadanía.

Hablando de verdad y de mentiras. Si no lo hubiera visto no me lo habría creído. Rula por las redes sociales un vídeo del expresidente norteamericano Barack Obama en el que el anterior mandatario insulta directamente a su sucesor en la Casa Blanca. Criticar e incluso faltar a Donald Trump no es difícil. Él mismo, con sus irresponsables declaraciones se sitúa como diana de todo tipo de comentarios, respetuosos o no, con su condición de comandante en jefe del principal país del mundo. Pero que Obama insultara abiertamente a Trump no entraba en mis registros.

Ahora bien, lo que ví y oí en las redes sociales era un montaje. Un montaje prácticamente indetectable. La culpa, un programa capaz de clonar el audio y el vídeo de cualquiera, pudiendo, posteriormente editar el resultado creativo. Conocía ya un programa de “reconocimiento de voz” capaz de duplicar el timbre y el sonido de cualquiera. Pero unir imagen y sonido no lo había contemplado hasta ahora. Su resultado me ha provocado un escalofrío. ¿Cómo detectar a partir de ahora qué es verdad y qué mentira? ¿Qué es real y qué ficción?

Con esa duda en el aire, prefiero no valorar otro vídeo que también circula libremente por las redes sociales. Se trata de una entrevista al dirigente de Sortu, Arkaitz Rodríguez.

Algunas de las cosas que dice en la entrevista me parecen delirantes. Por eso dudo de que obedezcan a afirmaciones ciertas o intencionadas. Lo visto y oído del falso Obama me hace ser, cuando menos, escéptico. O un tanto condescendiente. Será por el verano. O porque con Trump tan cerca, mejor pecar de inocencia.