mE dice un izquierdista de mi pueblo, mucho más a la izquierda que quienes dicen serlo sin arriesgar sus opiniones, que la campaña electoral (como lo han sido todas desde hace algunos años) solo está preocupándose de las formas, y mucho menos del fondo del grave problema que aqueja a nuestra sociedad, a todos los ciudadanos que se las ven y se las desean para llegar al final del mes con suficiencia. Para él, amante de todas las revoluciones de izquierdas que han tenido lugar en el Mundo, ya no se levantan los puños porque no hay nada a lo que golpear, ya no se canta La Internacional (salvo como una pose o impostura) porque incluso el lenguaje ha renunciado a expresar la realidad, que no es otra que una sociedad de muy pocos ricos, bastantes más pobres y una clase media nada dispuesta a reclamar sus derechos y demandar la igualdad que nos debe asistir a todos desde el momento en que nacemos, absolutamente desnudos. Creo que este izquierdista de mi pueblo tiene razón. Yo también pienso como él, aunque mis avatares y andanzas en la política activa me hayan obligado tantas veces a defender los males menores como si se tratara de bienes mayores.

El debate que se ha suscitado en torno a los debates televisivos entre los líderes políticos de PP, PSOE, C’s y Podemos no ha podido ser más desafortunado ni aciago, hasta tal punto que me atrevo a adelantar que se tratará de un debate sobre el debate, pues no en vano lo más determinante para reconducir las programaciones televisivas ha sido la presencia (o no) de Vox, una formación política a la que, de momento, no se le conoce ningún representante en las instituciones. El deseo del líder socialista de aceptar su presencia en un debate político ha obedecido al deseo de adocenar a Vox en una derecha (junto a PP y C’s) que facilitaría su discurso, pero sería muy negativo en el empeño de proponer y difundir un discurso socialista moderno que se debe sostener en base a lo que proponga, y no tanto en base a lo que combata, que también. Pedro Sánchez llega después de recorrer un camino difícil pero arriesgado y, por desacostumbrado, valiente. No necesitaba la unidad de acción del mal llamado “trifachito” para sobresalir, porque su trayectoria no ha incitado a la duda.

Por eso, el cambio que han propiciado los debates en la cadena televisiva pública, y en una privada, debe darse por bueno y sacarlo del debate partidista. Deberá ocuparse de los problemas de los ciudadanos y no de los de las formaciones políticas. No me cabe ninguna duda de que la política atraviesa su periodo más inhóspito desde el advenimiento de la democracia. Cualquier análisis, por somero que parezca, desemboca en que actualmente resulta más fructífero para los contendientes cuidar la forma que el fondo del debate. En estos días lo comprobaremos y constataremos. ¿De qué hablarán los líderes, desorientados por la ausencia de Vox?

Yo espero que hablen de fomentar el empleo; de la igualdad real que es mucho más que una mera igualdad de derechos; de la miseria que aflige a demasiados jubilados y pensionistas; de la desesperación de tantos jóvenes que no trabajan en condiciones saludables; de las migraciones que han convertido a tantos llegados en parias, y a los españoles que han salido al extranjero en pobres de solemnidad; de la Sanidad y la Educación como derechos y no como lujos; de las preocupaciones y miserias y no de los lujos de los que disfrutan las élites?

No es un buen augurio que lo que más preocupa a los cuatro partidos sea la disposición de los líderes en el escenario, o cuadrar meticulosamente los tiempos de intervención, porque hay quien dice en un minuto lo que otros no han sido capaces de decir en toda su vida.