L A insustancialidad se hizo verbo y habitó entre nosotros. Amén. Perdón por el sermón. Sé que el estilo admonitorio no es el más recomendable. Pero no estoy de humor. Quiero creer que tampoco lo está otra mucha otra gente a la que todavía no le ha abandonado el sentido común. ¿De dónde salen tantos bufones? ¿Por qué saltan a la arena política? Temo que la política espectáculo a la que asistimos en el ámbito estatal se convierta en un circo donde los payasos acaben gobernando desde la pista central. Dicen que hay muchas entradas vendidas y gente dispuesta a reirles las gracias.

¿Estamos en un juego de espejos donde nuestra ignorancia y pasotismo se refleja en los discursos viscerales, chillones y esperpénticos de los Pablo Casado, Albert Rivera, Inés Arrimadas, Santiago Abascal y alguno más? Me cuesta creer que no haya una derecha más lúcida, más honesta y más elegante. De momento, no la atisbo: una pena.

La política, una pizza Los más benevolentes culpan a la tecnología de la necesidad de perfilar un mensaje político rápido, digerible y colorista; casi como una pizza de supermercado dispuesta a ser engullida en un santiamén. La deglución puede acabar siendo muy indigesta. Comparto la opinión sobre que el mundo de internet ha cambiado algunas reglas, pero el mensaje político es difícil de sustituir, tan difícil como hacer una paella sin arroz. Algunos lo intentan.

Lo peor de toda esta zafiedad es que nos hurta las preocupaciones fundamentales y diarias de todos nosotros. Condiciones laborales, brecha de género, pensiones indignas, desigualdad lacerante, envejecimiento, desempleo, educación, sanidad... quedan reducidos a palabras menores, detalles insignificantes que solo entran en el imaginario de los que quieren romper España. “De cañas por España”, predica Abascal, para quien la efervescencia del amor patrio no conoce límites. El armado salvador de la patria tan pronto se enjaeza un caballo árabe; perdón, andaluz; como pincha el himno nacional en una discoteca rodeado de jóvenes con rojigualda y figura de toro. Entre ellos no se encuentran cientos de miles de jóvenes que no pueden construir su proyecto de vida, que no tienen ni trabajo ni salario dignos y tampoco la posibilidad de formar una familia, a los que Abascal y los suyos dicen defender. El hecho de que Abascal haya sido siempre amamantado por las ubres de la política no es relevante. Una bandera muy grande puede tapar cualquier curriculum, por ramplón que éste sea.

El precio del espectáculo He leído que han ido a Washington a pedir dinero a Donald Trump; antes lo sacaron de una oscura red iraní. Veremos el tipo de interés que les ponen Donald y los suyos. El dinero no tiene patria; ni para Vox.

En la formación naranja el espectáculo está siempre garantizado. Inés Arrimadas, una perla de la política, se encarga de los fogones de Ciudadanos para preparar un menú a la carta. Si la ciudadanía pide butifarra, ella les sirve consomé de Jerez, y café para todos. El estilo de la bronca y la provocación está ahora haciendo las maletas. Arrimadas acaba de dar un salto mortal, se ha cansado de defender Cataluña de los propios catalanes y se va a Madrid. Los del partido de Albert Rivera juran que desde la capital se defiende mejor. Dicen que es para reforzar la estrategia de no pactar con el PSOE. Habrá que verlo. Ahora acaba de sorprendernos con su propuesta de regular la prostitución y los vientres de alquiler como cénit de su feminismo liberal. Hace dos semanas emprendió un viaje a Waterloo para retratarse enfrente de la casa de Carles Puigdemont. Quince minutos escasos de populismo trol para decir que la República no existe. A muchos les entra la risa con los espectáculos demenciales de Arrimadas, pero a algunos nos gustaría saber quién le paga estas gracietas.

Además, Ciudadanos, azote de la corrupción otrora, se ve ahora metido de hoz y coz en ella. Las primarias, de las que tanto presume Rivera, han resultado ser un pozo séptico manipulado por el aparato para elegir a los más afines. Los aires de división empiezan a sacudir al partido revelación.

Ventrílocuo e Aznar En esta zarzuela de la derecha cañí hay también un personaje con hiperinflación de títulos y con aspiraciones de ventrílocuo de Aznar. Hablo de un chico moderno, Pablo Casado, un prodigio académico que en cuatro meses sacó adelante media carrera; el tiempo que a otros les cuesta entender el genitivo sajón. El líder del PP, que parece pulcro y aseado, adereza con sal gorda sus epítetos. Sus discursos ramplones huelen a naftalina. Tampoco ha trabajado nunca fuera del ámbito de la política. ¿Qué sabe Pablo Casado de la calle? ¿Qué sabe de las tasas de temporalidad de los jóvenes, de la contratación como falsos becarios, de las largas temporadas como parados, o en el extranjero? Estos son los problemas acuciantes de España y no se pueden tapar por mucha telegenia conservadora que se le añada.

El líder del PP proclama a los cuatro vientos que bajará los impuestos a la ciudadanía. Pues bien, aunque uno no tenga un máster en economía sabe que, con el déficit público español -el mayor de la zona euro- y la deuda de las pensiones: -17.000 millones, y subiendo cada año-, las palabras de Pablo Casado son pura retórica electoralista. No hay chistera ni conejo que aguante las cifras, por mucho que se empeñe el alumno de Harvard en Aravaca.

En España una buena parte de la política lleva varios años siendo sustituida por los titulares de brocha gorda, el espectáculo, la agitación y la bronca. Del espectáculo de la política, con su corrupción y mediocridad, hemos pasado a la política espectáculo donde el plató televisivo suplanta al parlamento. No hay nada nuevo, el presidente norteamericano, Donald, Trump, lo aplicó con magnífico rédito electoral. El reality show funciona siempre y cuando la ciudadanía esté dispuesta a brindarles su aplauso. No cuenten con el mío; no me divierte el circo.