JOHNNY cogió su fusil es una dura, cruel por momentos, pero genial película de 1971. Su guionista y director, Dalton Trumbo, fue un personaje para la historia del cine, perseguido en la negra etapa de la caza de brujas puesta en marcha por el senador McCarthy, siniestro político que hoy sería devoto seguidor de Donald Trump en EE.UU. y de Abascal y su Vox en España... aunque tampoco haría ascos a este radicalizado PP. La película, rodada en blanco y negro, como el mundo actual, es un alegato antibelicista, aunque lo realmente importante de la misma es el análisis psicológico de un soldado cruelmente mutilado durante la guerra, sin extremidades, mudo, ciego y sordo, quien postrado en su cama de hospital va siendo consciente de lo que le ha ocurrido y qué tipo de existencia le queda hasta el día de su muerte. ¿Qué tiene que ver esta película y por tanto el título del artículo con la situación actual? ¿Quién sería ahora Joe Bonham, su protagonista, interpretado magistralmente por Timothy Bottoms?

Se observa en los últimos tiempos, especialmente durante la última semana, una situación local e internacional en blanco y negro con pequeños ramalazos de color. La derecha extrema se suma a la extrema derecha en una campaña constante de acoso y derribo a Pedro Sánchez y su gobierno. Como Aznar en 2004, consideran que se les ha sacado de su lugar natural de manera ilegítima, porque ellos han nacido exclusivamente para ejercer el poder, a ser posible absoluto. No han asimilado que nuestro sistema político está basado en que el poder de decidir quién es el presidente del Gobierno lo tiene el Parlamento. No es quien lidera la lista más votada, sino aquel que es capaz de concitar los apoyos suficientes para conseguir la mayoría absoluta en ese Parlamento. Eso ocurrió el 1 de junio de 2018 y por eso cayó Mariano Rajoy y Pedro Sánchez asumió la presidencia. Pero a esa derecha extrema no le importa incurrir en contradicciones como las que les han llevado a incumplir su propia demanda en Andalucía, donde gobiernan sin ser la lista más votada y sin el menor pudor.

A partir de aquel 1 de junio, una vez recuperados del shock, se han conjurado para dar la vuelta a la situación. Primero repitiendo cual mantra la necesidad de elecciones anticipadas y ahora con el apetitoso juguete de la situación en Catalunya.

No es la primera vez que utilizan un problema de Estado para debilitar a un gobierno socialista. A Zapatero le acosaron hasta la extenuación utilizando de manera inmoral sus intentos de solucionar el problema vasco. Incluso como han repetido ahora convocando una gran manifestación contra sus intentos de acabar con la situación de violencia. Lo hicieron, lo hacen, interpretando que en la sociedad española se está produciendo un deslizamiento hacia posiciones de derechas. Lo hacen vilmente ocultando que ellos, tanto en el intento de acabar con la violencia de ETA como con el problema en Catalunya, hicieron justamente lo mismo. ¿Quién no recuerda el papel que quisieron cumpliera el obispo Uriarte en el primero o más recientemente el lehendakari Urkullu en el segundo? ¿Cómo es posible que olviden malintencionadamente que Aznar denominó al mundo de ETA, “movimiento vasco de liberación”?

¿Tampoco recuerdan, como ha hecho en diversas ocasiones Arnaldo Otegi, sus contactos a través de gentes de la relevancia de Martín Fluxa, Arriola o Zarzalejos? Por cierto, siendo el primero de ellos en aquel momento secretario de Estado de Seguridad.

Porque los problemas de Estado -y el de ETA entonces y Catalunya ahora lo son- necesitan por parte de los dirigentes políticos altura de miras, capacidad de trascender lo puramente táctico o electoralista para llegar a lo estratégico.

La insostenible situación en Catalunya no es un problema sólo de Pedro Sánchez o el Gobierno, o incluso del PSOE, sino que afecta a todo el país, al PP también y por lo tanto tiene la obligación, la responsabilidad, de ayudar a resolverlo. Pero, claro, eso sería con visión de estadistas al más puro estilo de la admirada, para ellos especialmente, Transición. ¿Podemos imaginar por un instante a Pablo Casado en el papel de Manuel Fraga o Albert Rivera en el de Adolfo Suárez? Tampoco Pedro Sánchez estaría a la altura en el papel de Felipe González, ni Pablo Iglesias en el de Santiago Carrillo, ni Carles Puigdemont en el de Jordi Pujol. Con estos actuales aquella Transición no se podría haber hecho, o al menos no de la manera pacífica y ordenada en que se hizo. Tuvo defectos, eso es indudable, algunos aún los estamos sufriendo, entre otros, no haber dejado resueltas las tensiones centro-periferia causante de la grave crisis actual, pero contó con altas dosis de imaginación, audacia, y generosidad.

Como ha dicho acertadamente Iñaki Gabilondo, estamos teniendo mala suerte, porque en este momento crucial de nuestra historia los políticos que nos dirigen no están a la altura de las circunstancias. Porque aunque las encuestas del CIS nos indiquen que el problema más importante de la ciudadanía es el paro o la situación económica que hace que incluso con trabajo se pueda estar en situación de pobreza, no es menos cierto que el segundo y tercero tiene que ver con los partidos y sus políticos. O resolvemos la situación en Catalunya de manera rápida, acertada y de la mejor manera para ambas partes del conflicto o esa extremidad ahora a punto de gangrenarse acabará por envenenar a todo el cuerpo.

Y desde luego, esa solución no se consigue con aplicación perpetua del art. 155, estados de excepción, o con el ejército patrullando sus calles y plazas. Tampoco con exigencias imposibles, al menos en el corto plazo. Se soluciona con diálogo, negociación y acuerdo. Hablando, hablando y volviendo a hablar.

El loable intento de Pedro Sánchez, su valentía, a pesar de cometer errores de bulto propios de la inmadurez, debe ser respondida desde la otra parte con la misma moneda. La inmoral campaña de la derecha extrema y la extrema derecha contra esa vía merece que el mundo independentista reaccione dando oxígeno a quien intenta realizarla. Que por plantear la figura de un “relator”, “mediador”, “facilitador”, o como se quiera denominar, se pretenda aplicar el fuego de la hoguera es de juzgado de guardia, de una irresponsabilidad suicida. La tormenta perfecta que intentan provocar Casado y sus adláteres (aunque quizás lo correcto fuera decir Abascal y su adláteres), tiene como finalidad dinamitar puentes, destrozar cualquier posibilidad de diálogo, arrasar con todo.

¿Quién sería Joe? Podría ser nuestro país, en estos instantes con el peligro de quedarse sin extremidades, ciego, sordo y mudo, porque la derechona ha cogido su fusil dispuesta a todo para llegar al poder, incluso a la destrucción de nuestra democracia.

La ruptura del diálogo es una mala noticia, pero confiemos en que no sea irresoluble.

Si no somos capaces de impedirlo desde la unidad de acción, desde la conjunción de fuerzas no demasiado diferentes -no lo son PSOE, Podemos, ERC, Bildu, incluso PNV-, el Estado caerá en manos de esos insensatos y de quienes los manejan y dirigen. Entonces será igual España, Catalunya, o Euskadi, porque ya todos estaremos calvos.

Visionemos de nuevo Johnny cogió su fusil y obremos en consecuencia.