ES usted la Sra. Tal y tal?". "Sí", respondes amablemente, pensando que es algún lector que quiere decirte que le ha gustado un articulo o tu última novela.

- "¿Y su dirección es tal y tal?

- "Sí", contestas, pensando que quizás has sido la ganadora del crucero que sorteaban en el supermercado.

- "Encantada de saludarle Sra. Le llamó porque usted compró una?"

Y comprendes con desesperación. Cierto, caíste en un engaño de los que casi te obligan a comprar y dicen que es de parte del colegio de tu hijo, por un decir. Hay muchas formulas. Por este error, durante toda la eternidad -una simple obligación de madre- recibirás llamadas y sobres mágicos asegurándote que has conseguido los miles de euros que necesitas para ser feliz.

- "Pero, ¿usted no está contenta con lo que adquirió a través de nosotros?", continúa impertérrita una voz desbordante de encanto.

- "Sí, sí", dices, sin saber cómo quitarte de encima a la señorita empalagosa.

-"Pues, vera, amable Sra. Tal, ha salido una oferta maravillosa que le va a encantar. Es a juego con su compra anterior. Por sólo 20 euros al mes conseguirá..."

- "No, no, no quiero nada", empiezas a estar irritada.

- "¿Pero usted recibe nuestra publicidad?"

- "Sí", dices resignada.

- "Pues entonces se la mandamos".

- "Oiga, que yo no quiero comprar nada", ya de mal genio.

- "Solo es una oferta para usted y la recibirá mañana".

- "Insisto, no quiero nada".

Y cuelgas. Pero como la llamada fue ayer, estoy temblando. Espero angustiada la posible llegada del cartero con un paquetito y, como tienen mi cuenta corriente, temo que empiecen a cargarme 20 euros al mes hasta dentro de mil años.

Así es la publicidad cruel y desgarrada que nos domina la vida. Estamos a merced de las melosas llamadas que nos atosigan y que, por respeto y educación a esos pobres teleoperadores que se tienen que ganar la vida, no les mandamos a aquel sitio y de paso les golpeamos la cabeza -si pudiéramos- con el propio teléfono.

¡Dichosa crisis! Cuando me pongo a escribir solo veo números. Números y números que se comen unos a otros y así crecen. Las letras parece que se han perdido en una difícil operación aritmética.

Si queremos estar al día en este desquiciante descalabro económico, hay que visitar las páginas que no leíamos -al menos yo- de Economía y Deportes. Hay que buscar esos cuadernillos naranjas para buscar a los integrantes de algún club (¿Bildelberg?), por si giran su mirada hacía nuestro país con animo de salvación, o a esos rescatadores internacionales (quizás existen) que prestan sin intereses.

Creo que no nos damos cuenta de que dentro de poco, solo con devolver los intereses del rescate no podremos llegar a fin de mes. Pero quizás en la letra pequeña -hay que fijarse a conciencia- encontremos un rayo de esperanza.

Aunque siempre nos queda la sección más importante: Deportes. Ese bloque de páginas es nuestra esperanza, porque, a pesar de todo, nunca pasa nada. Siempre hay posibilidad de ir a un partido de fútbol y ser feliz. El país de la cita no importa, se puede llegar al fin del mundo cantando el alirón. El fútbol nos levanta la adrenalina colectiva. No todo se ha perdido mientras existan Fernando Llorente y Andrés Iniesta.